Una maldición sin malditos
Sin duda, si en un concurso de televisión nos preguntaran sobre grandes maldiciones de la historia una gran mayoría de nosotros daría como respuesta “La maldición de Tuntankhamón”. No sin motivo, ya que en ésta es posiblemente la maldición sobre la que más se ha escrito y más se ha hablado durante los últimos 80 años.
A lo largo de este post, que por su extensión se dividirá en dos partes, intentaré mostraros como dicha maldición jamás existió y cuáles fueron los posibles motivos de que esta maldición se propagara como la pólvora, convirtiendo a un desconocido faraón “de segunda clase”, en el faraón más conocido y famoso de todos los tiempos.
Comenzaré con la versión más o menos abreviada de la maldición, ya que ésta tiene muchísimas variantes en lo que respecta a fechas, nombres y consecuencias y, tras ello, haré también un pequeño resumen sobre los antecedentes y circunstancias de los descubridores del sarcófago del Faraón Niño, el arqueólogo Howard Carter y su mecenas, Lord Carnarvon.
LA MALDICIÓN
Corría un día 4 de abril de 1923 cuando, exactamente a la 1:55 de la noche, todas las luces de El Cairo se apagaron sumiendo a la capital Egipcia en la más profunda oscuridad.
En ese preciso instante, Lord Carnarvon, un aristócrata inglés que había financiado y, por defecto, colaborado en gran medida en el descubrimiento de la tumba del faraónNebjeperura Tutanjamón, más conocido como Tutankhamon, o Tutankamón, fallecía de pulmonía, empeorada por los efectos de la picadura de un mosquito.
También en ese preciso instante, en Londres, a miles de kilómetros de Egipto, la perrita del Conde Carnarvon comenzó a ladrar y cayó muerta a los pocos segundos.
Comenzó así una leyenda maldita que crecería durante los siguientes años como una bola de nieve.
Fragmento de un diario de la época especulando sobre la muerte de Carnarvon
Lord Carnarvon, o George Edward Stanhope Moyneux Herbert (para los más curiosos), jamás estudió
arqueología ni ninguna especialidad asociada a ella, pero sí que era lo suficientemente rico como para poder financiar el trabajo de un joven arqueólogo que, de lograr desvelar alguno de los secretos ocultos bajo las arenas del valle de los reyes, le aportaría el mismo, si no más, mérito, fama y prestigio que si hubiese cavado la tierra con sus propias manos.
Lord Carnarvon
Fue así como Carnarvon financió la búsqueda de Howard Carter, que ya llevaba más de quince años trabajando en prospecciones arqueológicas en Egipto y que le seguía la pista a la tumba del faraón Olvidado.
Pasaron varios años de búsqueda infructuosa hasta que el 4 de Noviembre de 1922, Carnarvon recibió un telegrama en Londres de Carter, en el que le indicaba que acudiera raudo a El Cairo porque por fin había descubierto la tan anhelada tumba de Tutankhamón.
Los trabajos de excavación y limpieza de la entrada a la tumba fueron duros y laboriosos y no fue hasta el 17 de febrero de 1923 cuando se pudo llevar a cabo la apertura de la primera puerta.
En ella participaron una veintena de personas, grupo que quedó maldito por la osadía de perturbar el descanso del faraón. Tras apenas dos meses de la apertura de la tumba, Lord Carnarvon fallecía en las circunstancias que he citado arriba. Antes de que acabara el año, morían otras doce personas del grupo.
Pero no acabó la cosa ahí, ya que las muertes se extenderían todavía más; George Jay Gould, hijo del financiero Jay Gould y amigo de Carnarvon se trasladó a Egipto, después de la muerte de su amigo, para ver el lugar con sus propios ojos. Murió de peste bubónica veinticuatro horas después de haber visitado la tumba.
A lo largo de 1929, habían muerto otras dieciséis personas que, de un modo o de otro, habían estado en contacto con la momia. Entre las víctimas se encontraban el radiólogo Archibald Reed, que había preparado los restos de Tutankamon para los análisis radiológicos, Evelyn White, arqueóloga, esposa de lord Carnarvon y Richard Bethell, su secretario personal.
Incluso el padre de Bethell murió suicidado. Y después murieron Arthur C. Mace y A. L. Callender, asistentes de Carter: Douglas Derry, que sometió a análisis la momia del rey; Aaron Ember, egiptólogo; Bernard Pyne Greenfell, papirólogo de Oxford, y John G. Maxwell, amigo y ejecutor del testamento de lord Carnarvon..
Carnarvon, lady Evelyn y Carter
Todos ellos habían ignorado los jeroglíficos escritos sobre el sello puesto en la entrada: “La muerte golpeará con sus alas a quienquiera que disturbe el sueño del faraón”.
Hasta aquí, la versión novelada de la archiconocida maldición del faraón. ¿Espectacular verdad? Tras leer tal cúmulo de muertes y desgracias es difícil pensar que se deben simplemente al azar y que en realidad, el nexo de unión común, que fue el hallazgo y/o posterior trabajo con los restos del faraón tiene algo que ver con ellas.
Como veremos más adelante, la realidad dista bastante de la leyenda.
Leyenda en la que contribuyeron nombres como el de la novelista Marie Corelli, que en aquel tiempo afirmó poseer un primitivo texto árabe que mencionaba y advertía de las maldiciones que seguirían a la apertura de la tumba (Textos que jamás aparecieron, por supuesto), y más tarde otros nombres como el de Charles Berlitz,(investigador de dudosa reputación) y defensor de la maldición y que a su vez basó sus informes en otro apasionado de la Egiptología, Phillip Vanderverg, que en los años setenta consiguió un enorme éxito con su libro “La maldición de los faraones”.
Otros
escritores de la época, como Sir Arthur Conan Doyle o el egiptólogo Arthur Wiegall, añadieron más leña al fuego, declarándose abiertamente creyentes en la maldición.
Con estos nombres detrás y sabiendo de las aficiones novelescas de estos personajes, la cosa comienza a oler un tanto raro.
Pero dejemos este punto para un poco más tarde y conozcamos ahora un poco más Sobre Howard Carter, el descubrimiento de la tumba y sus posteriores consecuencias. Esta parte no es de obligada lectura y los que ya la conozcan pueden pasar desde
AQUI a la segunda parte del post, donde explico el origen de la leyenda y su total falsedad.
Howard Carter
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CARTER Y EL FARAÓN NIÑO
Howard Carter era una joven dibujante inglés que, con diecisiete años, fue enviado a Egipto por lord Tyssen-Amberstpara ayudar al arqueólogoFlinders Petrie. Carter, gracias a su trabajo, no tardó en ganarse la simpatía de sus superiores.
Durante las excavaciones e investigaciones aparecieron una serie de muestran que apuntaban a la existencia de un faraón hasta la fecha desconocido, hasta que un día Petrie mostró al joven Carter un anillo en el que leyó por primera vez su nombre: Tut-Ank-Amon, que traducido equivale a “Más que nunca está vivo Amon”.
Anteriormente algún investigador ya había encontrado este nombre en algún lugar, pero sin saber muy bien a qué se refería, quedó olvidado entre legajos y notas.
Carter comenzó a interesarse cada vez más por este faraón olvidado hasta el punto de comprometerse consigo mismo a que algún día encontraría su tumba.
Pasado un tiempo, Carter pasó a trabajar para Edouard Neville, hijo deRichard Lepsius, conocido como el padre de la egiptología. Tras seis años de trabajo junto a Neville, se convirtió en inspector de antigüedades del Alto Egipto y Nubia, con sede en Luxor.
Pero a Carter no le gustaba ese trabajo burocrático y se buscó la vida para volver a la acción y las excavaciones. Con el patrocinio del un acaudalado americano, Theodore Davis, volvió de nuevo al Valle de los Reyes.
Tumbas encontradas en el valle de los reyes
Muchos arqueólogos y egiptólogos habían abandonado las excavaciones en este lugar convencidos de que tras el descubrimiento de las tumbas deTutmosis I, Tutmosis III y Amenofis II, ya no quedaba nada de valor arqueológico bajo aquellas arenas.
Pero Carter, en tras solo tres días, consiguió localizar las tumbas de Tutmosis IV y la de la reina Hatsheput. Fue durante estas investigaciones cuando dimitió de su cargo como inspector tras ser responsabilizado injustamente de la agresión a unos turistas franceses por los guardias de un puesto arqueológico.
Por estas fechas llegaba a Egipto el noble inglés lord Carnarvon, que acudía allí para matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, buscando un clima templado y aires más secos que los ingleses que curaran su maltrecha salud y, por otro lado, para realizar su nueva pasión: la arqueología.
No tardaría en darse cuenta de que su dinero no lo iba a convertir en un buen exhumador. Pidió consejo al director del museo del Cairo, que le recomendó a Howard Carter. Era el año 1907 y, gracias a la financiación de Carnarvon, Carter pudo reemprender de nuevo su gran sueño, encontrar la tumba de Tutankhamon..
Las excavaciones fueron largas y laboriosas y en más de una ocasión la falta de resultados estuvo a punto de acabar con la idílica búsqueda. Carter necesitó quince años para poder enviar aquel mítico cablegrama a Carnarvon, que en aquel momento se encontraba en Inglaterra y el que decía, el 4 de noviembre de 1922:
“Finalmente hecho espléndido descubrimiento en el Valle; magnífica tumba con sellos intactos. Se requiere su inmediata vuelta. Felicitaciones”.
Carter había descubierto unas escaleras que bajaban hasta una puerta cerrada con los sellos del faraón niño. Por fin su sueño se iba a ver cumplido.
En unas semanas llegó Carnarvon junto con su hija, lady Evelyn. Fue entonces cuando practicaron un agujero en la puerta y pudieron ver lo que había al otro lado.
Tras la puerta se encontraba un auténtico y verdadero museo colmado de objetos, amontonados unos sobre otros en número infinito; jacintos dorados, estatuas de aspecto real, joyeros pintados y taraceados, vasos de alabastro, tabernáculos negros, mazos de flores y hojas, lechos, sillas magníficamente talladas, un trono de oro tallado y muchas, muchas otras cosas.
Pero ni rastró de ningún sarcófago. Se trataba de una antecámara en la que hubo que clasificar, dibujar y fotografías todos los objetos antes de poder transportarlos al laboratorio y poder continuar con la búsqueda del sarcófago.
Hacia finales de febrero de 1923, casi todo el material había sido ya transportado y la comitiva se concentró en una nueva puerta amurallada detrás de la cual esperaban encontrar al faraón.
Una veintena de personas participaron en una auténtica ceremonia de apertura en la que la cámara interior se abrió a sus visitantes. Naturalmente, tan solo Carnarvon y sus ayudantes entraron en el sepulcro, mientras que el resto de la gente permaneció a la expectativa en la primera cámara.
Allí encontraron un gran sarcófago revestido en oro, pero sorprendentemente, todavía no se trataba del faraón.
Un poco más allá de una gran puerta se reveló un segundo sarcófago con la puerta barrada y con el sello intacto.
Por primera vez se iba a llegar a una sepultura real antes que los ladrones de tumbas.
Sin embargo, la apertura de la auténtica tumba se dejó para después del descanso estival, que daría comienzo de allí a poco.
Carnarvon nunca llegaría a ver la apertura de esos sellos reales, ya que falleció en abril de ese mismo año aquejado primero de una infección, probablemente causada por la picadura de un mosquito en su mentón, y haberse hecho sangre con la navaja de afeitar, y más tarde por una pulmonía que no consiguió superar con su maltrecha salud. Murió a la edad de cincuenta y siete años.
Puerta cerrada con el sello real
Continuaron los trabajos en la tumba y, finalmente, el 3 de febrero de 1924, en el interior de la cuarta sala mortuoria descubrieron el auténtico sarcófago.
Tras una nueva ceremonia de apertura, se levantó la pesada losa de granito, surgiendo a la luz la dorada efigie del rey niño.
Un espléndido ataúd antropomorfo de unos dos metros de longitud, el primero de una serie de
ataúdes, insertos unos en otros como las matrioskas rusas.
Debido a una serie de impedimentos políticos y diplomáticos, el ataúd no pudo ser abierto hasta el mes de octubre de 1925 y no fue hasta el 11 de noviembre cuando le quitaron los vendajes a la momia del faraón, descubriendo un rostro de rasgos jóvenes y delicados, con las líneas bien trazadas y los labios muy pronunciados.
Junto con el rostro de Tutankhamon, nacía también su maldición y leyenda.
EL ORIGEN DE LA LEYENDA
Toda esta aventura arqueológica que fue el descubrimiento de la tumba del faraón niño produjo una enorme repercusión mediática en todo el mundo.
El gran público seguía con interés cada paso que se daba en el interior de la tumba. Decenas de periodistas llegados desde distintos puntos del globo se encontraban a pie de excavación luchando por conseguir detalles precisos.
Esto no era una tarea sencilla, ya que Carnarvon había concedido la exclusiva del hallazgo al “London Times”, por lo que los demás periodistas debían limitarse a copiar las noticias del Times, o bien a inventárselas.
Tras la muerte de lord Carnarvon, los rumores de la maldición empezaron a propalarse como la pólvora. En la entrada de la tumba se había encontrado una inscripción que rezaba “La muerte golpeará con sus alas a quien ose perturbar el sueño del Faraón”.
Esta advertencia, reproducida mil y una vez en libros y artículos, jamás existió en realidad. Vandenverg cuenta en su famoso libro que [la tablilla desapareció de los protocolos y del correo, pero no de la memoria. Se la menciona en todas partes…] .
Howard Carter
Carter, que ante todo era muy celoso y escrupuloso a la hora de catalogar y anotar cada paso y cada hallazgo de la excavación, jamás hizo mención alguna a esta inscripción o tablilla, con lo cual, lo más probable es que simplemente se tratara de una de tantas de las invenciones de los periódicos deseosos de noticias jugosas.
También se ha dicho en numerosas ocasiones que en el collar de oro que se encontró sobre el cuello de Tutankhamon se representaba otra advertencia para los violadores de la tumba.
En realidad, el collar solo era un gran escarabeo de resina negra, con las inscripciones de un bennu, una expresión ritual común en este tipo de enterramientos.
En ninguna parte de las envolturas que ceñían la momia se encontró advertencia alguna, sino todo lo contrario, en los ornamentos se podían leer expresiones de bienvenida de los dioses.
Resulta evidente que las preocupaciones de los antiguos egipcios se centraban más asegurar al faraón un tranquilo viaje hacia el reino de Osiris que en tratar de asustar a los eventuales intrusos de las tumbas.
Aclarado el tema de las falsas inscripciones malditas, pasemos ahora a analizar las muertes de los que tomaron parte en los trabajos arqueológicos o tuvieron relación con ella.
LAS MUERTES DE LOS MALDITOS
Comenzaremos con la de lord Carnarvon, primera atribución a la maldición. Recordemos que uno de los motivos por los que Carnarvon acudió a Egipto fue precisamente su precario estado de salud, buscando beneficiarse de la sequedad de su clima. Cuando recibió la picadura de un mosquito, cortó la herida con la navaja de afeitar y se originó una infección.
Ésta produjo fiebre, pero en lugar de cuidarse y seguir las indicaciones médicas, desobedeció sus consejos, bebiéndose su consabida botella de vino francés.
Fue llevado al Cairo donde logró curarse de esa infección, pero que concatenó con una pulmonía, la que no logró superior. No hay nada extraño en su muerte, incluso la picadura de mosquito, que podría parecer algo un tanto rocambolesco, era una causa de muerte bastante frecuente en la época.
Carnarvon murió con cincuenta y siete años. La esperanza media de vida para un inglés de su tiempo era de cuarenta y seis años, con lo que se puede decir que vivió más que la media.
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Objetos en el interior de la tumba
Sobre el apagón eléctrico en el Cairo en el momento de su muerte, se podría considerar algo extraordinario si en la ciudad no se hubiese dado nunca ninguno, pero no es así, ya que en la capital Egipcia de principios del siglo pasado los apagones eran el pan nuestro de cada día, llegando algunos días a producirse en repetidas ocasiones. Nos queda el tema de la perrita de Carnarvon, que murió exactamente a la misma hora que su dueño, pero en Londres, a unos miles de kilómetros de El Cairo. Este dato de la perrita proviene también del libro de Vanderberg “La maldición de los faraones”, que recoge el acontecimiento de la boca del propio hijo de Carnarvon:
“Mi padre (…) murió poco antes de las dos, hora de la capital egipcia. Posteriormente llegué a saber que en Highclere (residencia de Carnarvon en Inglaterra), poco antes de las cuatro de la mañana, hora de Londres (por tanto, a la misma hora) había sucedido una cosa extraña: nuestra perra fox terrier(…) moría”.
Aquí se puede apreciar un grave error que hace sospechar un poco de todo este tema de la perrita. La diferencia horaria entre Londres y El Cairo es de tres horas y en sentido opuesto al indicado en el relato.
Un error demasiado grave como para tomar la historia por verdadera, quizás la perrita muriese de verdad, pero se nota que se ha intentado asociar esa muerte a la de su dueño cuando es más que posible que no tuviera relación alguna.
Veamos ahora las otras muertes “misteriosas” atribuidas a la maldición.
Según escribió Berlitz: George Jay Gould, amigo de Carnarvon, se trasladó a Egipto tras la muerte de su amigo para ver el lugar con sus propios ojos. Murió de peste bubónica en el curso de las veinticuatro horas siguientes a la visita de la tumba. Es falso: Gould murió en Menton, Francia, de pulmonía.
Trabajos de clasificación de los objetos
En el transcurso de 1929 murieron otras dieciséis personas, que de un modo u otro, habían estado en contacto con la momia. Entre las víctimas se encontraba el radiólogo Archibald Reed, que había preparado los restos de Tutankhamon para los análisis radiológicos.
Es falso: Reed no se acercó nunca a los restos del faraón, porque murió antes de dejar Inglaterra.
Junto a Reed y Gould, los escritores Vanderberg y Berlitz incluyen en su lista a una serie de personas que no tuvieron nada que ver con el descubrimiento de la tumba: el arqueólogo H.G. Evelyn.White, que simplemente había tomado parte en 1909 en una expedición a la necrópolis tebana; Aaron Ember, egiptólogo estadounidense que murió en Baltimore, en un incendio; la enfermera de Carnarvon, que murió al dar a luz un niño; John G. Maxwell, que simplemente fue ejecutor del testamento de Carnarvorn.
¿Porque la maldición golpeo a estos personajes que nunca pusieron sus pies en la tumba y sin embargo muchos otros que trabajaron en ella vivieron durante años?
Richard Berthell, secretario personal de Carter, no participó en los trabajos del descubrimiento de la tumba, y murió debido a un colapso seis años después de su apertura.
Su padre, que tenía sesenta y ocho años y tenía problemas mentales, se suicidó debido al dolor tras la muerte de su hijo y aunque jamás visitó la tumba del faraón, quedó inscrito en esa lista negra de los malditos.
Se puede ver como Vanderberg va hilando a su gusto las muertes y desgracias que va encontrando en su camino, incluso llega a comentar que el coche fúnebre que transportaba al padre de Berthell atropelló en un cruce a un muchacho, de este modo ¿Podría continuar durante años atribuyendo a la maldición cualquier atropello en esa calle?
Arthur C. Mace, egiptólogo del museo Metropolitan y George Benedite, egiptólogo del Louvre, estuvieron en contacto directo con las excavaciones, sin embargo, uno murió al cabo de cinco años, y el otro al cabo de tres, ambos con edad avanzada..
Entrada a la tumba
Otros dos egiptólogos que colaboraron en las excavaciones murieron, Herbert E. Winlock, con sesenta y seis años y veintisiete después de la apertura de la tumba y Pierre Laucau, a los noventa y dos años, cuarenta y dos después de la apertura.
El ayudante de Carter, A. R. Callender y Douglas Derry, que expuso el cuerpo de Tutankhamon a todos los análisis, murieron, según Vanderberg, en 1929. Falso: ambos murieron en 1939.
Alfred Lucas, químico del gobierno egipcio que examinó la momia moría a los setenta y nueve años, veintisiete después de la apertura de la tumba.
Continuamos con la lista. Gustave Lefèvbre, del museo del Cairo, moría a los setenta y ocho años, treinta y cuatro después de la apertura; Alan Gardiner, filólogo que examinó el material escrito seguía vivo cuarenta y dos años después de que le hubiera golpeado la maldición; Lady Almina, la esposa de Carnarvon, murió efectivamente en 1929 y por supuesto fue incluida en la lista, a no ser porque esta señora jamás visitó la tumba, a diferencia de su hija, lady Evelyn, que fue una de las tres personas que entraron en la cámara sepulcral y que murió cincuenta y siete años después de aquel acontecimiento.
Y finalmente Howard Carter, sobre el que tenía que haber caído todo el peso de la maldición y que tenía que haber caído fulminado al poner su pies en la cámara, sin embargo, continuó trabajando en ella a diario muriendo en 1939 a los sesenta y seis años.
Se puede apreciar que la mayoría de personajes que según estos escritores murieron por la maldición tuvieron una vida que superó con creces la media de la época. Una maldición “bastante curiosa y benévola”.
¿QUIEN INVENTÓ LA LEYENDA?
Existe un rumor en el que se sugiere que el mismo Howard Carter fue el que puso en movimiento la leyenda para mantener alejados de las excavaciones a curiosos y ladrones. La cosa parece bastante verosímil. Veamos algunos extractos de sus memorias que pueden dar una idea de las dificultades que debía conllevar su trabajo:.
(…) apenas publicó el “Times” la primera noticia sobre nuestro descubrimiento, cuando ninguna potencia del mundo hubiera podido sustraerse a la publicidad que se abatió sobre nosotros (…)
Inmediatamente la situación se mostró embarazosa. En primer término empezaron a llover los telegramas que llegaban de todas partes del mundo. Al cabo de un par de semanas le tocó el turno a las cartas (…)
Después llegaron los amigos periodistas, que bajaban al valle en gran número dispuestos a dedicar todas sus mundanas capacidades – que son considerables- para saciar todos los residuos de soledad o de aburrimiento que pudieran quedar. Ciertamente han desarrollado con tanta capacidad su trabajo, que uno llega a pensar que todos deberíamos enviar cotidianamente algunas noticias a sus periódicos (…)
Otro inconveniente, quizás el más serio de todos, provocado por la notoriedad de nuestro trabajo, surgía de la inevitable atracción ejercida por la tumba sobre sus visitantes y sus turistas, (…) Si no se hubieran tomado algunas providencias, habríamos pasado la estación entera haciendo de cicerones, sin que pudiéramos desarrollar la menor actividad (…).
Las molestias nacían cuando se trataba de personas a las que, por uno u otro motivo, había que mostrarles la tumba auténtica y real. Fue ésta una dificultad de la que nos dimos cuenta poco a poco; y durante algún tiempo no nos dimos cuenta de sus inevitables consecuencias, pero al final nuestro trabajo estaba prácticamente parado(…)
Tal estado de cosas, como es fácil imaginar, nos ponía en una situación bastante desagradable. Había algunos visitantes a los que teníamos que recibir por cuestiones diplomáticas, y a otros a los que no podíamos ponerles objeciones sin que los ofendiéramos, pues entre ellos se encontraban personas recomendadas ¿Pero hasta qué punto se debía poner fin a esto?
Estaba claro que teníamos que hacer alguna cosa pues, de otro modo, y como ya he dicho, el trabajo corría peligro de paralizarse completamente.
Tras leer estos apuntes, no resulta improbable pensar que el mismo Carter difundiese entre los periodistas el tema de la maldición original, con el objeto de desanimar a los inoportunos visitantes. La hipótesis está reforzada por las revelaciones de Richard Adamson, encargado de la seguridad de la tumba. Adamson dijo en 1980, tras cincuenta y siete años eludiendo la muerte:
“Habíamos logrado que, de alguna manera, la historia de la maldición llegase a circular, porque ayudaba a disminuir los riesgos de robos durante la noche. Yo dormí en la tumba durante siete años, cerca del sarcófago dorado y de la tumba”.
Representación del rostro de Tutankhamon
Está demostrado que la maldición jamás existió, pero hay que reconocer que sirvió para algo. Sirvió para que un faraón de segunda clase, de un periodo decadente, se haya convertido en el faraón más conocido y famoso de todos los tiempos, siendo su tumba una de las más visitadas desde entonces en el valle de los reyes.
18 agosto, 2018