La ciencia debe disfrutar de libertad de cátedra y de investigación para ser útil, pues su espíritu busca la verdad objetivamente más que por imposición. El espíritu de la ciencia es dialéctico, en perpetua discusión abierta y debate sobre la naturaleza de las cosas. Es diferente a la religión, a las posiciones fundamentalistas y al dogma, su espíritu se opone al de la política o la diplomacia. Solo dentro de esta libertad puede avanzar y producir nuevas ideas.
No obstante, hay épocas en las que la ciencia, la academia y toda actividad intelectual se ven limitadas por un sistema ideológico que crea monstruos al servicio de las agendas políticas o religiosas. ¿Hay ejemplos de ello hoy en día? Sí, claramente los hay, y la ideología de género es uno de ellos.
El igualitarismo radical defiende la idea de que cualquier colectivo de seres humanos adultos tiene la misma distribución innata de cualidades, independientemente de la raza, etnia, sexo, etc., y, si observamos alguna diferencia en individuos de diferente sexo, esas diferencias han de relacionarse con la cultura circundante.
La ideología del feminismo ha invadido el santuario de la ciencia y el razonamiento científico objetivo está siendo sustituido por un pensamiento políticamente correcto
Sin embargo, no hay ninguna evidencia antropológica de que haya existido, o pueda existir, una sociedad humana en la que los roles masculinos y femeninos se diluyan en un solo tipo de seres humanos andróginos sin rasgos sexuales en su comportamiento o en la división del trabajo.
Sobre la base de este prejuicio de propiedades innatas exactamente iguales en las distribuciones de individuos de diferente sexo, cualquier diferencia observada, por ejemplo, con respecto a las primeras posiciones en la jerarquía científica, se atribuye a una cultura heteronormativa y patriarcal sesgada y abusiva impuesta injustamente. Hay sin embargo otras hipótesis a considerar al explicar las diferencias observadas:
1) Un factor importante con respecto al menor número de mujeres en algunas áreas científicas podría ser un menor nivel de interés debido a la predisposición innata en lugar del sesgo educativo/cultural.
2) Otra hipótesis posible es que, aunque en promedio hombres y mujeres tienen niveles similares de inteligencia, la
varianza de las distribuciones es mayor en los hombres, y en consecuencia se espera que haya más genios entre los hombres que entre las mujeres (y que haya también más tontos entre hombres que entre mujeres).
De todos modos, incluso si esta hipótesis fuera correcta, no es muy probable que sea un factor determinante para explicar la distribución de los altas puestos en la pirámide de poder en el sistema científico actual, porque de hecho hay muy pocos genios allí y el acceso a estos cargos está más relacionado con las
habilidades de los candidatos como administradores que con su inteligencia para resolver problemas científicos. En el pasado, la habilidad para resolver problemas sí era posiblemente un factor más importante en la selección, pero no hoy en día.
3) Un tercer factor consiste simplemente en que las mujeres dedican, en promedio, más tiempo a cuidar a los miembros de la familia, con lo cual “en promedio” hay menos mujeres disponibles para alcanzar los puestos más altos, ya que las tareas asociadas con dichos puestos no pueden abordarse desde casa.
Las mujeres tienen 2,8 veces más probabilidades que los hombres de abandonar las carreras de ciencia e ingeniería por otras ocupaciones y 13 veces más probabilidades de abandonar totalmente el mercado laboral (datos de Susan Pinker, 2009, La paradoja sexual. De mujeres, hombres y la verdadera frontera del género).
El sistema académico actual no tiene en cuenta las necesidades sociales y el deseo de muchas mujeres de pasar tiempo cerca de su familia, y espera que se desarraigue cada pocos años hasta que obtenga un puesto permanente.
Ninguno de estos tres factores implica la discriminación por razones de sexo, si atendemos a la
definición de “discriminar”, porque no implica una forma diferente de selección para hombres y mujeres.
La ideología del feminismo ha invadido el santuario de la ciencia y el razonamiento científico objetivo está siendo sustituido por un pensamiento políticamente correcto. En la actualidad, estamos presenciando una ola de proselitismo en los institutos de investigación y la aplicación de los lemas del nuevo credo.
Las charlas de adoctrinamiento se han convertido en la norma, junto con los congresos sobre género y ciencia, en los que solo se aceptan argumentos a favor de la nueva ideología, rechazando o censurando todos los puntos de vista discrepantes.
Se quejan del techo de cristal, pero nunca hablan del suelo de cristal de los puestos de menor rango, que soportan las miserias de mayores tasas de suicidio, accidentes laborales fatales, lesiones en guerras, etc.
Para los ideólogos, su propio punto de vista es innegable; nunca reconocen que defienden una ideología, y las críticas a su punto de vista se consideran heréticas y ofensivas. Un caso reciente es la
presentación desafiante del físico Alessandro Strumia,
censurada por el CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), el cual también lo expulsó como miembro del centro de investigación. Quizá los administradores de la ciencia hoy en día no entienden que la libertad de expresión es el valor más importante de nuestro sistema como científicos y pensadores.
El CERN argumenta que la mención en algunas páginas de la presentación de algunos de los nombres de un comité de selección relacionados con un caso en disputa está en contra de su Código de Conducta. Esto se resuelve simplemente pidiéndole al autor que elimine la diapositiva inapropiada en lugar de prohibir todo el seminario.
Además, los Códigos de Conducta son documentos sin valor si infringen las leyes de un país, y no me queda claro que, bajo cualquier Constitución, revelar los nombres de los miembros de un comité que usa dinero público sea un delito.
El nepotismo o las decisiones injustas no se pueden evitar cuando prevalecen reglas arbitrarias hechas a medida como las de algunos Códigos de Conducta. La transparencia debería ser la norma, y la discriminación contra mujeres u hombres puede ser denunciada lícitamente, incluso mencionando nombres.
El caso de Strumia es otro de los múltiples casos en nuestra época de represión ideológica, de características similares a la vergonzosa caza de brujas de los comunistas promovida por el senador McCarthy en la década de 1950 en los Estados Unidos. Muchas
cazas de brujas en la ciencia se llevan a cabo en nombre de la defensa de los derechos de las mujeres, aunque ya no se queman vivos a los “culpables”, sino que simplemente son marginados y condenados al ostracismo en el mundo laboral y cultural, al estilo McCarthy.
Las feministas no defienden todos los aspectos de una igualdad de género e igualdad de privilegios. Se quejan del techo de cristal, pero nunca hablan del suelo de cristal de los puestos de menor rango, que soportan las miserias de mayores tasas de suicidio, accidentes laborales fatales, lesiones en guerras, etc.
El mundo de la cultura está compuesto hoy por hombres y mujeres con mayor o menor presencia en todas las áreas. Actualmente, hay mayor presencia de mujeres que de hombres en la universidad de los países occidentales. Sin embargo, el movimiento feminista sigue empeñado en buscar acciones en el mundo de la cultura que van en contra de las mujeres, en gran parte debido a la mucho menor presencia femenina en los libros de texto.
El problema es difícil de resolver porque la historia es irreversible y uno no puede cambiar lo que obviamente ha sido una realidad durante muchos siglos: la cultura anterior al siglo XX ha sido principalmente producto de los hombres, y esto está aún más marcado en la ciencia. Sin embargo, el programa ideológico feminista actual tiene connotaciones revisionistas, y hay muchos intentos de reescribir la historia.
Así, por ejemplo, un
biólogo de la Universidad de La Laguna dijo una vez que, en una comisión creada para decidir, de acuerdo con criterios técnicos e históricos, los nombres de los ocho biólogos más importantes de la historia, al principio no había nombres de mujeres, pero después de terribles presiones por parte de la Unidad de Igualdad de Género de esa Universidad, se decidió eliminar uno de esos ocho nombres y reemplazarlo por uno de una mujer de mucha menor importancia en la historia de la biología: el borrado era Linneo.
El biólogo también comentó: “Me consta que esta barbaridad desde el punto de vista académico se va vendiendo por los institutos de bachillerato como un gran éxito del poder feminista”.
Ciertamente, hay figuras femeninas relevantes en la historia de la cultura y aún más hoy en día, pero forzar un aumento del número de mujeres supone una disminución de la calidad promedio de sus representantes, lo que da como resultado una impresión global que poco beneficia a la imagen de la mujer en la ciencia.