Normalmente se tiene la creencia de que el ser humano evolucionó de manera lenta y continuada desde el primitivo ser humano de las cavernas hasta el tecnológico ser humano del siglo XXI. Pero, tal vez, la historia de nuestro planeta no sea como nos la han contado.
Muy probablemente en los orígenes de todo mito, leyenda o tradición se esconde un hecho real, tal vez modificado en su transmisión a través de sucesivas generaciones.
Pero tengo la sensación que nos aportan un conocimiento oculto que solo está reservado para aquellos que lo investigan sin prejuicios. Se define un mito como una narración situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por dioses o héroes. Por desgracia los mitos de las antiguas civilizaciones, en general son despreciados en los entornos científicos.
Por ejemplo, se rechaza la existencia real de un mítico Diluvio Universal, ignorando las múltiples tradiciones que existen por todo el mundo y que señalan la existencia de un cataclismo que casi destruyó a la humanidad en tiempos prehistóricos. En lugar de ignorarlo, nos deberíamos preguntar si ocurrió, en realidad, el Diluvio Universal, así como si existió una civilización avanzada anterior a las que están reconocidas históricamente.
Otro ejemplo lo podríamos encontrar en la supuesta presencia extraterrestre en la Tierra desde tiempos inmemorables. Michael Cremo y Richard Thomson, en su libro La arqueología prohibida, cuentan que esto es exactamente lo que ha sucedido con algunos de los hechos y hallazgos arqueológicos de los últimos 150 años, que contradicen las teorías oficialmente aceptadas por la comunidad científica.
Cremo afirma que el libro tiene “más de 900 páginas de evidencia bien documentada que sugiere que el hombre moderno no evolucionó del hombre mono, sino que ha coexistido con simios durante millones de años”.
Cremo cree que sus hallazgos respaldan la historia de la humanidad descrita en los Vedas de la India. Por esta razón el trabajo de Cremo ha despertado el interés de creacionistas hindúes, parapsicólogos y teósofos.
Los primeros paleo-antropólogos, a fines del siglo XIX y principios del XX, interpretaron mucha información empírica como evidencia que favorecía la existencia de seres humanos en el período Terciario (Paleógeno y Neógeno), entre hace unos 65,5 millones a 2,6 millones, cuando empieza el Cuaternario. Pero a partir de la década de 1930, los paleo-antropólogos recurrieron a la opinión de que los seres humanos evolucionaron por primera vez en el Pleistoceno, primer período del Cuaternario, desde hace 2.6 millones a 11.700 años, cuando empieza el actual período Holoceno, continuando en la actualidad.
El antropólogo francés, Marcel Griaule, en 1931 organizó la expedición Dakar-Yibuti con la intención de recoger mascaras tribales africanas para el Musée d’Ethnographie de París. Esta expedición duró 22 meses y recorrió 15 países de África. Durante este viaje conoció a Ogotemmeli, un anciano considerado un famoso adivino y “un hombre de extraordinaria sabiduría” en la región. de la etnia dogón. Ogotemmeli le narró la cosmogonía, la cosmología y los símbolos del pueblo dogón.
Esas conversaciones con Ogotemmeli resultaron en el trabajo más famoso de Griaule: un diario de instrucciones religiosas del anciano adivino, titulado Dieu D’eau o Conversaciones con Ogotemmeli. Los dogón son un grupo étnico que vive en la región central de Malí, al sudoeste de la curva del río Níger, cerca de la ciudad de Bandiagara, en la región de Mopti. Su población está estimada entre 400.000 y 800.000 personas. Los dogón son especialmente conocidos por sus tradiciones religiosas, sus bailes con máscaras, sus esculturas de madera y su arquitectura.
El estudio de sus costumbres y tradiciones nos remonta a un remoto pasado. Hay que tener en cuenta que, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años, lo que ahora es el desierto del Sahara se convirtió en una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce y lo poblaban animales de todas clases así como seres humanos. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara.
Estas lluvias provocaron que surgiesen al menos tres ríos, dos de los cuales eran afluentes del Nilo, y el tercero desembocaba en el Mediterráneo. El lago Tchad, hoy salado y muy seco, era entonces tan extenso como toda la Península Ibérica, y en los ríos que desembocaban en él proliferaban moluscos de agua dulce. Había otras zonas cubiertas de agua en la región donde hoy está la desolada ciudad de Tombuctú, en la República de Malí.
Toda la mitad sur del Sahara y la vecina región del Sahel eran entonces una zona relativamente abundante en agua, en la que crecían árboles y matas de hierba fresca, y en la que vivían animales que se alimentaban de aquella vegetación. Había también animales como los cocodrilos e hipopótamos. Pero hace 5500 años la humedad comenzó a disminuir en el sur del Sahara y en otras regiones. De esta manera, hace 4000 años aquellas tierras eran casi tan desérticas como hoy. Sin embargo, las temperaturas eran tan cálidas como las de hoy día. Pero cuando había un régimen de lluvias era un vergel y cuando dejaron de llegar lluvias se convirtió en un desierto.
Normalmente las pinturas antiguas nos muestran lo que los artistas vieron realmente. En base a ello tenemos una fuente de evidencias reveladoras que nos conduce al desierto del Sahara, en la cordillera de Tassili n’Ajjer, al sudeste de Argelia. En cavernas, gargantas y barrancos, formados por la erosión del viento y del agua, encontramos más de 15.000 pinturas y grabados, que constituyen una de las colecciones más importantes de arte rupestre del Paleolítico Superior y del Neolítico. La datación de las obras más antiguas llega hasta los 10.000 a 15.000 años de antigüedad. Pero si nos guiamos por la historia del clima, antes mencionada, podríamos datarlas entre hace 8000 y 6000 años.
Como ya se ha explicado, los artistas de la prehistoria retrataban con gran realismo, en las rocas de las cavernas, escenas cotidianas de su existencia. Gracias a estas pinturas podemos tener una idea aproximada de cómo eran la fauna y las costumbres humanas del área geográfica en cuestión, en este caso el Sahara. En las pinturas murales de Tassili («plataforma de los ríos»), los principales animales retratados son jirafas, avestruces, elefantes, bueyes e hipopótamos, lo que manifiesta, entre otras cosas, que en el pasado la región, hoy día desértica, rebosaba vida y el agua era abundante.
De hecho, los investigadores hablan del Sáhara como una zona muy poblada entre hace 8.000 y 6.000 años. a la vez que la describen con vegetación exuberante y recorrida por largos y caudalosos ríos. Pero los antiguos pintores de Tassili también dejaron extraños dibujos, con extraños seres de enorme cabeza redonda y con un solo ojo, pintados en las cavernas. En 1933 Henri Lhote, explorador y etnólogo francés, fue el primero en descubrir y ver dichas representaciones. Pero si los antiguos pintores reflejaban la realidad, entonces ¿qué son aquellas figuras humanoides con extraños cascos en la cabeza, tubos en la espalda, algunos midiendo hasta seis metros de altura, flotando en las paredes de las cavernas? “¡Los hombres de la prehistoria representaban cosmonautas!
Es cada vez más probable que extraterrestres hayan visitado la Tierra hace 10 mil años”. Esta opinión es del arqueólogo soviético Alexei Kazantsev, que visitó el Tassili en 1962, y divulgó para el mundo algunas imágenes de lo que él mismo bautizó como “los marcianos de Tassili”. En una pared se expone lo que se conoce como “El gran dios marciano”, una figura de seis metros de altura, con una extraña escafandra de un único ojo, una vestimenta con costuras y pliegues, y a quien sólo se le distinguen cuatro dedos en cada mano. Otro ser impresionante, con cuernos sobre la cabeza y grandes brazos extendidos, es conocido como el “Gran dios orante de Sefar”. Este fresco, de más de tres metros de altura, contiene múltiples imágenes superpuestas entre las que destacan unos pequeños seres en postura de adoración hacia la imagen principal. Sus atuendos y cascos realmente resultan desconcertantes.
Es evidente el carácter misterioso de estas pinturas. Nos podemos preguntar qué hacían estos desconcertantes seres que parecen astronautas al lado de jirafas, elefantes y otros animales bien conocidos. Y estas pinturas posiblemente tienen alguna relación con el relato del antropólogo francés Marcel Griaule sobre los dogón.
Lo que sorprendió a Griaule fue que aquella primitiva etnia dogón venerase a la estrella Sirio y hablasen en sus antiguas tradiciones de la existencia de una segunda estrella, Sirio B, a la cual llamaban Po Tolo. Cuando Griaule volvió a Francia se dedicó a investigar sobre Sirio B y descubrió que se sabía muy poco. Sabemos que Sirio es una estrella conocida desde la Antigüedad y que los egipcios marcaban el inicio de las inundaciones del Nilo con determinadas posiciones de Sirio en el firmamento, después de su primera aparición en el horizonte oriental antes de la salida del Sol.
En 1844, el astrónomo alemán Friedrich Bessel afirmó que era posible que Sirio pudiese ser un sistema binario con dos soles, atribuyendo las irregularidades en su órbita a la presencia de una compañera menos luminosa y, por ello, todavía no visible por los telescopios de la época. Pero en 1862 el astrónomo norteamericano Alvan Clark consiguió ver a la compañera de Sirio mediante el uso de un telescopio refractor con un objetivo de 47 cm de diámetro. Se la bautizó como Sirio B. En realidad la luminosidad de Sirio B es 10.000 veces inferior a la de Sirio A, por lo que queda eclipsada por esta última. No fue hasta 1970 que el astrónomo norteamericano Irving Lindenblad, del Observatorio Naval de Washington, logró la primera imagen fotografiada de Sirio B.
Hoy sabemos que se trata de una enana blanca, un remanente estelar que se genera cuando una estrella de masa menor que 1/10 de la masa solar ha agotado su combustible nuclear. Sin embargo, increíblemente, los dogón ya la conocían cuando Griaule estuvo en sus tierras en la primera mitad del siglo XX. En 1943, Griaule fue nombrado profesor de la Sorbona, donde creó la primera cátedra de Etnología de la historia de Francia, pero él seguía intrigado con los dogón, así que en 1946 regresó de nuevo a Mali, acompañado por Germaine Dieterlen, también etnóloga y secretaria de la Société des Africanistes-Musée de l’Homme, en París.
Cuatro años después, los dos etnólogos publican sus investigaciones en un artículo titulado Un sistema sudanés de Sirio, actualmente depositado en el Musée de l´Homme en París. En este trabajo los investigadores se hacen eco de las informaciones suministradas por Ogotemmeli y se pueden observar los sencillos e impactantes dibujos realizados por los dogón sobre el sistema de Sirio. En el artículo reconocen que no hay explicación a dicho conocimiento, ya que se trata de un pueblo que carece de telescopios e instrumentos ópticos. Y, sin embargo, conocían la existencia de una estrella que es imposible ver a simple vista y que la ciencia no descubrió hasta mediados del siglo XIX.
Griaule y Dieterlen relataron que los dogón conocían que Sirio B tardaba 50 años en orbitar alrededor de Sirio A, motivo por el que celebraban una fiesta llamada sigui cada 50 años. Actualmente sabemos que Sirio B tiene un periodo orbital que coincide con el que decían los dogón en sus tradiciones. Pero las sorpresas no terminan aquí, ya que los dogón describieron una tercera estrella a la que llamaban Emme Ya y que, según ellos, también tardaba 50 años en completar una órbita alrededor de Sirio A. A esta tercera estrella se la bautizó como Sirio C. Pero aún no hay constancia de su existencia. En efecto, debido a ciertas irregularidades en la órbita del sistema Sirio formado por Sirio A y Sirio B, se ha sugerido la presencia de una tercera estrella, Sirio C, una presunta enana roja con un quinto de la masa del Sol y una órbita elíptica de seis años alrededor de Sirio A. Pero esta supuesta estrella aún no ha sido observado y se discute su existencia real.
De todos modos, lo realmente asombroso es que esta etnia africana poseía una rica mitología que incluía conocimientos astronómicos increíbles para una cultura primitiva. Antes incluso de que ningún astrónomo especulara con la posible existencia de Sirio C, ellos ya afirmaban que era una estrella triple, siendo ya sorprendente que supiesen de la existencia de Sirio B. Pero ahora viene lo más increíble y que, tal vez, está relacionado con las pinturas de Tassili.
La tradición ancestral de los dogón nos dice que dicho conocimiento les fue transmitido por los nommos, unos supuestos dioses anfibios que vinieron del cielo en un barco volador. !Realmente sorprendente! El escritor Robert Temple, en su libro El misterio de Sirio, nos dice que el conocimiento astronómico de los dogón no provenía de los astrónomos modernos, sino que dicho conocimiento seguramente les había sido transmitido en épocas ancestrales, antes de que emigraran a su territorio actual, Mali, en el África subsahariana.
Y Robert Temple emite la hipótesis de que dicho conocimiento fue transmitido a los dogón por los egipcios, para quienes Sirio era la estrella más importante del firmamento y a quien identificaban con la diosa Isis. Temple escribe: “Los dogón tenían en su poder información referente al sistema de la estrella de Sirio que resultaba tan increíble que me sentí empujado a investigarla.
Al cabo de siete años de trabajo, en 1974, los resultados me han llevado a demostrar que la información que poseen los dogón tiene realmente más de cinco mil años de antigüedad, pues ya la poseían los egipcios antiguos en los tiempos predinásticos de antes del año 3.200 a.C., lo que encajaría aproximadamente con una época en que el Sahara era una zona fértil, así como con la pinturas de Tassili.
Pero a lo mejor esta transferencia de conocimientos fue a la inversa. Sabemos que hace 5500 años la humedad comenzó a disminuir en el sur del Sahara y en otras regiones. De esta manera, hace 4000 años aquellas tierras eran casi tan desérticas como hoy, aunque existen algunos vestigios de vida posteriores a esa época, e incluso tenemos a los misteriosos tuaregs todavía viviendo allí. Pero la mayoría de los pueblos saharianos de aquella época, privados de vegetación y caza, emigraron hacia zonas más húmedas que les permitieran seguir viviendo como hasta entonces.
Mientras algunos llegaron a las costas del Atlántico, siguiendo la corriente del Níger, otros parece que se dirigieron al Mediterráneo, por el norte. Pero las evidencias indican que la mayoría siguió el curso de los ríos más importantes, que corrían hacia el este, encontrándose con un río de enorme caudal, el Nilo. Aunque el clima se hacía cada vez más seco, el Nilo proporcionaba terrazas fáciles de regar, animales para la alimentación, y otros animales que podían ser domesticados para utilizarlos para la carga.
Egipto debe su vida al Nilo, uno de los lugares del mundo donde se desarrolló la cultura neolítica y que sería cuna de una de las más importantes civilizaciones de la Edad Antigua. Dejando de banda el misterioso tema de los nommos y de los extraños personajes, parecidos a astronautas, dibujados en Tassili, supongamos que los dogón recibieran sus conocimientos sobre la estrella Sirio de los egipcios. Pero entonces la pregunta sería: ¿de quién obtuvieron este conocimiento los egipcios? Todo parece indicar que los egipcios heredaron sus conocimientos de los pueblos que habitaron en el creciente fértil mesopotámico, los que a su vez transmitieron los originarios conocimientos de los sumerios. Y aquí vendría una nueva pregunta: ¿de quién recibieron sus conocimientos los sumerios? Hace 6000 años los sumerios ya tenían una larga lista de conocimientos, entre los que está incluida la astronomía y la astrología.
Si los dogón decían que el conocimiento les había sido transmitido por los nommos, algo similar dicen los propios sumerios en sus escritos en tablillas de arcilla, que la ciencia oficial considera como mitos y leyendas sin base real. Los nommos son espíritus ancestrales primordiales en la religión y cosmogonía dogón, a veces denominadas deidades, veneradas por el pueblo dogón de Mali. La palabra nommos se deriva de una palabra Dogón que significa “hacer una bebida“. Los nommos generalmente se describen como criaturas anfibias, hermafroditas , similares a peces. Las representaciones de arte popular de los nommos muestran criaturas con torsos superiores humanoides, piernas, pies y cola inferiores con forma de pez.
Esta representación anfibia recuerda mucho al personaje llamado Oannes, un ser mitológico, probablemente un Apkallu, o Annedoti, que eran siete sabios mesopotámicos y semidioses, de los que se dice que fueron creados por el dios Enki para establecer la cultura y dar la civilización a la humanidad. Los Apkallu destacan por haber sido salvados durante el Diluvio. Sirvieron como sacerdotes de Enki y como consejeros o sabios de los primeros reyes de Sumeria, antes de la inundación. Se les acredita la entrega del Me, o código moral y de las artesanías y las artes, referidos por tanto en ocasiones con el epíteto “artesanos“. Se les veía como hombres pisciformes que emergían del agua dulce del Apsú. Comúnmente son representados con la parte inferior de un pez o vestidos como un pez, algo que nos recuerda a las sirenas.
Oannes hizo su aparición en el golfo Pérsico. Solía hablar con los humanos y enseñarles matemáticas, arquitectura, etc. Se dice que, para los babilonios, Oannes era el mismo dios sumerio Ea o Enki, mientras que otros lo identificaron con Adapa, el primero de los Siete Sabios mesopotámicos. Según el sacerdote babilónico Beroso, durante el reinado de Dahös, aproximadamente en el año 2780 a.C., aparecieron otros Annedoti, descritos con forma anfibia, mezcla de humano y pez, siendo sus nombres Eudocus, Eneugamus, Eneuboulus y Anemeutus. Más tarde, según el historiador griego Apolodoro, por el año 2450 a.C. y bajo el reinado de Emmeduranki, antiguo rey de Sumeria, cuyo nombre aparece en la Lista Real Sumeria, apareció el último de estos seres al que se le llamó Anodaphus.
Cabe resaltar que para Beroso estas entidades se llamaban Musarus, o seres repulsivos. Los nommos de los dogón también se conocen como “Maestros del Agua“. La religión dogón y su mitología de la creación dice que el culto de los Binu es una práctica totémica muy compleja, relacionada con el mito dogón de la creación del mundo. En un principio, Amma, dios celeste creador del universo, creó una especie de “huevo del mundo” en el que colocó las semillas de dos gemelos andróginos; pero antes de que se completara la gestación, uno de ellos escapó con un trozo de placenta y ésta se transformó en la Tierra, su madre.
El gemelo, buscando desesperadamente a su compañero, se rebeló contra el orden universal, provocando el caos. Amma, para restablecer el orden, tuvo que sacrificar a Nommo, el otro gemelo varón, y su sangre se convirtió en los astros, los animales y las plantas comestibles. Amma colocó a Nommo y todos los elementos de la creación, más las cuatro parejas de ancestros primordiales de la humanidad, en un arca y la bajó a la tierra. En ese momento, el Sol empezó a recorrer el cielo y las cosechas empezaron a prosperar.
Nommo dio a los ancestros la propiedad de hablar a través de Binu Seru, uno de los cuatro gemelos primordiales. Éste se la comunicó a sus hermanos mediante un tambor. Una forma simplificada de explicar la existencia de santuarios Binu a lo largo y ancho del territorio dogón dice que, cuando Amma sacrificó a Nommo, desmembró su cuerpo y lo dispersó por todo el mundo, lo que recuerda el mito egipcio de Osiris. En todos los lugares donde cayó un pedazo de Nommo se fundó un santuario Binu.
Los escritos sumerios explican que todo el conocimiento que tenían les fue otorgado por los dioses anunnaki , término que significa «los seguidores de Anu», y a los que se menciona como «los que del cielo a la Tierra vinieron». En el Génesis también encontramos referencias a estos misteriosos dioses, a los que se llama los anakim, una raza de gigantes, descendientes de Anak. El Antiguo Testamento los referencia como los elohim, una palabra hebrea que significa ‘dioses’, siendo el plural del dios El del Levante mediterráneo, o los nefilim, una legendaria raza de gigantes híbridos, surgidos como resultado de la unión antinatural entre ángeles malvados, o demonios, y mujeres humanas. Vemos que en las tres denominaciones hay el concepto de dioses, en plural, y de gigantes, fruto de relaciones con mujeres humanas.
Pero, ¿quiénes eran y de dónde venían los misteriosos anunnaki? A través de antiguos documentos, como las tablillas sumerias, traducidas e interpretadas por el investigador Zecharia Sitchin, el Antiguo Testamento y otras evidencias, puede encontrarse suficiente información como para que, añadiendo una cierta dosis de imaginación, se pueda pintar un cuadro de lo que puede haber sido una parte importante de la historia del Homo Sapiens, del que somos descendientes directos. Según se afirma en las antiguas tablillas sumerias, hace unos 440.000 años terrestres, equivalentes a 122 años del planeta Nibiru, en que cada año son 3600 años terrestres, y durante la glaciación terrestre de Mindel, Enki, hijo primogénito de Anu, el gran soberano del duodécimo planeta Nibiru, había liderado el primer grupo de unos 50 anunnaki que llegaron a la Tierra con el objetivo de obtener oro.
La glaciación de Mindel, que afectó a casi toda la Tierra entre hace 580.000 y 390.000 años, no afectó a zonas como Mesopotamia, que fue la zona escogida por los anunnaki. Según los textos sumerios, entre los que se incluye una asombrosa autobiografía del mismo Ea (Enki), éste nació en los cielos y vino a la Tierra antes de que hubiera ninguna población o civilización sobre el planeta. «Cuando me acerqué al país, estaba inundado en gran parte», afirma. Después, procede a describir la serie de acciones que emprendió para hacer habitable la tierra.
Llenó el río Tigris con frescas «aguas dadoras de vida»; nombró a un dios para que supervisara la construcción de canales, para hacer navegables el Tigris y el Éufrates; y descongestionó las tierras pantanosas, llenándolas de peces, haciéndolo un refugio para aves de todos los tipos y haciendo crecer allí carrizos que pudieran servir como material de construcción.
En el planeta Nibiru, por diversas razones, su atmósfera había quedado seriamente dañada. Y no solo la necesitaban para respirar, sino también cubrir al planeta como un invernadero, a fin de evitar que se disipara el calor interno. Y sus científicos concluyeron que, para evitar que Nibiru se convirtiera en un globo helado y sin vida, habría que suspender partículas de oro en las partes altas de su atmósfera.
Enki, un gran científico, amerizó en el Golfo Pérsico y estableció su base, Eridú, en sus costas. Su plan inicial consistía en extraer el oro de las aguas del golfo; pero de esta manera no consiguieron suficiente cantidad de oro y la crisis en Nibiru se agravó. Por ello el gran soberano Anu vino a la Tierra para ver la situación con sus propios ojos.
Con él, venía su heredero legal, Enlil, que, aunque no era el primogénito, tenía el derecho de sucesión porque su madre, Antu, era hermanastra de Anu. Enlil carecía del nivel científico de Enki, pero era un excelente gestor y creía que podía conseguir que las cosas funcionaran. Y lo que pensaba que había que hacer era extraer el oro allí donde abundaba, en el sur de África. Al desencadenarse discusiones entre los dos hermanastros rivales, Enlil y Enki, Anu llegó a pensar en quedarse en la Tierra y dejar a uno de sus hijos como regente en Nibiru. Pero esta idea no tuvo consenso y finalmente lo echaron a suertes.
Enki se iría a África y organizaría las tareas de extracción, mientras que Enlil se quedaría en el E.DIN, el Edén bíblico, en Mesopotamia, y construiría las instalaciones necesarias para refinar los minerales y embarcar el oro en dirección a Nibiru. Y Anu regresó a Nibiru, el planeta de los anunnaki. Aquélla había sido su primera visita a la Tierra. Más adelante hubo una segunda visita de Anu, provocada por otra emergencia. Cuarenta años de Nibiru (144.000 años terrestres) después del primer aterrizaje, los anunnaki que trabajaban en las minas de oro se amotinaron y se negaron a seguir trabajando. Y tomaron a Enlil como rehén cuando fue allí para resolver la crisis. Milenios más tarde estos acontecimientos quedaron registrados y se los contaron a los terrestres, para que supieran cuales habían sido sus orígenes.
Se convocó un Consejo de Dioses y Enlil insistió en que Anu viniera a la Tierra a presidirlo. En presencia de los líderes reunidos, Enlil detalló los acontecimientos y acusó a Enki de haber dirigido la rebelión. Pero, cuando los amotinados relataron su historia, Anu sintió simpatía por ellos, ya que eran astronautas y no mineros; y su trabajo había terminado por hacerse insoportable. Pero, ¿cómo iban a sobrevivir en Nibiru si no extraían el oro? Enki planteó crear unos trabajadores terrestres, que se hicieran cargo de los trabajos más duros. Ante la sorprendida asamblea explicó que había estado llevando a cabo experimentos con la ayuda de Ninti/Ninharsag, la médico jefe. Y añadió que en el este de África existía un homínido- simio, con el que sorprendentemente existía compatibilidad genética.
Este hecho hace suponer que este ser primitivo debió de evolucionar en la Tierra a partir de algún material genético proveniente de Nibiru, que tal vez debió llegar a la Tierra durante la ancestral colisión celeste con el planeta Tiamat, que estaba ubicado entre Marte y Jupiter. Según Enki, lo que hacía falta era efectuar mejoras genéticas a este ser, dándole algunos de los genes de los anunnaki.
Entonces, se convertirá en una criatura a imagen y semejanza de los anunnaki (de los “dioses”), capaz de utilizar herramientas y lo suficientemente inteligente como para obedecer e interpretar órdenes. Y así fue como se creó el LULU AMELU, el «trabajador mezclado», por medio de la manipulación genética y la fertilización del óvulo de una mujer-homínido/simio en una probeta de laboratorio. Pero los híbridos no podían procrear y las mujeres anunnaki tenían que hacer de diosas del nacimiento en cada ocasión, por lo que Enki y Ninharsag fueron perfeccionando a los híbridos hasta que lograron el modelo perfecto, y le llamaron Adam, «el de la Tierra». Con estos esclavos creados pudieron producir oro en abundancia.
Los siete asentamientos se convirtieron en ciudades, y los anunnaki, que en aquel tiempo eran solo 600 en la Tierra y 300 en las estaciones orbitales, se acostumbraron a una vida cómoda. Hay algunas referencias de esta vida disoluta en los mitos sobre el Olimpo de los dioses griegos, que son los mismos que los dioses sumerios, como puede verse en otro artículo de este blog. Y algunos, a pesar de las instrucciones de Enlil, tomaron por esposas a las hijas de los seres humanos y tuvieron hijos con ellas. De ello también hay referencia en el Génesis. Para los anunnaki la tarea de extraer oro ya no era una tarea que implicara sacrificios. Pero a Enlil no le gustaba la nueva situación. Y toda esta época terminó dramáticamente con el Diluvio.
Durante mucho tiempo las observaciones científicas de los anunnaki venían advirtiendo que la enorme capa de hielo en el continente antártico se estaba haciendo inestable y la próxima vez que pasara Nibiru por las cercanías de la Tierra, entre Marte y Júpiter, su atracción gravitatoria podría hacer que esa tremenda masa de hielo se deslizara fuera del continente, generando unos tsunamis de proporciones gigantescas, cambiando abruptamente los océanos y las temperaturas de la Tierra, y provocando tormentas sin precedentes.
Después de consultar con Anu, Enlil dio la orden a los anunnaki de estar preparados para abandonar la Tierra. Pero, ¿cuál iba a ser el destino de la humanidad?, se preguntaron sus creadores, Enki y Ninharsag. Enlil decidió que la humanidad tenía que perecer e hizo jurar a todos los anunnaki que guardarían el secreto, para que los desesperados terrestres no interfirieran en los preparativos de partida de los anunnaki.
Enki, aunque reacio, juró también; pero, de manera disimulada, dio instrucciones a su fiel seguidor, Ziusudra, el Noé bíblico, para que construyera un tibatu, que según las traducciones era un tipo de nave sumergible, en la cual él, su familia y bastantes animales podrían sobrevivir a la catástrofe, con la finalidad de que la vida en la Tierra no desapareciera. Y le proporcionó a Ziusudra un experto navegante, para que llevara la nave hasta el Monte Ararat, la montaña más visible de Oriente Próximo. Los textos de la Creación y del Diluvio que los anunnaki les dictaron a los sumerios ofrecen relatos mucho más detallados y concretos que las versiones bíblicas, que son más concisas. Y entonces sobrevino la gran catástrofe. Pero en la Tierra no sólo había semidioses, sino que algunas de las principales deidades, miembros del círculo sagrado de los doce Dioses, podían ser también considerados terrestres.
En efecto, Nannar/Sin e Ishkur/Adad, los hijos más jóvenes de Enlil, habían nacido en la Tierra. Y lo mismo ocurría con los hijos gemelos de Sin, Utu/Shamash e Inanna/Ishtar. Enki y Ninharsag, con la que pudo compartir su secreta «Operación Noé», se unieron a los demás para sugerir que los anunnaki no dejaran la Tierra por las buenas, sino que permanecieran en órbita terrestre durante un cierto tiempo para observar lo que ocurría.
Y así, después de que las inmensas olas hubiesen arrasado la Tierra y de que cesaran las lluvias, las cumbres de la Tierra comenzaron a aparecer por encima de las aguas y los rayos del Sol, brillando de nuevo a través de las nubes, dibujaron en los cielos el arco iris de una nueva era. Enlil, al saber que algunos individuos de la humanidad habían sobrevivido, se enfureció. Pero después se percató de que de esta manera los anunnaki aún podrían vivir en la Tierra. Pero si tenían que reconstruir sus centros y reanudar la producción de oro tendrían que permitir que el hombre proliferara, por lo que habría que dejar de tratarlo como a un esclavo y empezar a hacerlo como a un ciudadano.
Tal y como podemos observar desde la Tierra, la constelación de Orión es una de las más destacadas en el cielo nocturno y ha sido venerada por las antiguas culturas extendidas por todo el planeta. Para los griegos, Orión era uno de sus semidioses, al que representaban como un hombre. Según la mitología griega, Orión era un gigante con poderes sobrehumanos, un astuto cazador que acompañado de su fiel perro, Sirio, mataba a los animales con una maza de bronce irrompible.
La parte más reconocible de la constelación son sus tres grandes estrellas: Alnitak, Alnilam y Mintaka, que forman el llamado «cinturón de Orión». En pleno desierto de Nubia, los investigadores han encontrado lo que podría ser el complejo megalítico más antiguo que apunta a Orión. Al sur de Egipto, a más de 800 kilómetros de la moderna ciudad del Cairo, en una inhóspita llanura en la región este del desierto del Sáhara, se encuentra un misterioso yacimiento arqueológico denominado Nabta Playa, con una antigüedad mayor en unos mil años que la de Stonehenge.
Fue descubierto por un grupo de científicos liderados por el antropólogo Fred Wendorf en 1974, y los investigadores creen que las piedras megalíticas esparcidas por la zona formaron en su día parte de un centro ritual perteneciente a una civilización que se desarrolló entre el 6400 y 3400 a. de C, inmediatamente anterior a la civilización egipcia, según la cronología oficial. Curiosamente durante la época en que el Sahara y las actuales zonas desérticas eran un vergel. No era un asentamiento sino un centro ceremonial. Una de las piezas centrales es un círculo que se ha denominado «el mini Stonehenge del desierto».
Durante varias décadas esta estructura de piedras y su relación con el cinturón de Orión han desconcertado a los arqueólogos. Los constructores de Nabta Playa tenían un profundo conocimiento de astrofísica y matemáticas, así como avanzados conocimientos sobre las constelaciones. Robert Bauval y el astrofísico Thomas Brophy han estudiado la configuración de este monumento megalítico. En su libro, Black Genesis, sugieren que se trata de una suerte de observatorio astronómico, haciendo las funciones de un calendario con cuatro pares de piedras a modo de puertas, enfrentadas dos a dos. Una pareja orientada en dirección norte-sur y la segunda en dirección nordeste-suroeste, en el que los círculos de piedra forman un mapa estelar a escala. Las seis piedras centrales y sus diferentes inclinaciones también formarían parte del observatorio.
Thomas Brophy piensa que tres de esas piedras están relacionadas con el cinturón de Orión, y las otras tres con el hombro y la estrella principal de Orión. Afirma que en el año 4,900 a. de C. estas tres piedras centrales se alinearon perfectamente con las tres estrellas más brillantes de la constelación de Orión que forman dicho cinturón. ¿En verdad se alinearon estas rocas con el cinturón de Orión durante el solsticio de verano, en dichas fechas? Y si así fuese, ¿cómo pudieron nuestros ancestros construir un gráfico tan avanzado de dicha constelación? Los habitantes de Nabta Playa desaparecieron misteriosamente alrededor del año 3,400 a. C, coincidiendo con la época de desertización del Sahara, y hay quien cree que luego migraron a la zona del valle del Nilo, en donde más tarde surgió la civilización Egipcia en el cuarto milenio a. C.
Los conocimientos astronómicos que se utilizaron en Nabta Playa son los mismos que se utilizaron en las pirámides egipcias. ¿Por qué la localización de Orión era tan importante para los egipcios? La historia de Isis y Osiris es una de las leyendas más importantes de toda la mitología egipcia, aunque no existe una reconstrucción exacta.
Osiris era un dios soberano que otorgó la civilización a los hombres. Seth, o Tifón, hermano de Osiris, sintiendo envidia, asesinó a su hermano Osiris, convenciéndolo de que se introdujera en un sarcófago que, a continuación, cerró y arrojó al Nilo. Isis, su esposa-hermana, consiguió rescatar su cuerpo y copuló con él para dar a luz, más tarde, a Horus. Seth, al enterarse de ello y lleno de ira buscó el cuerpo de Osiris y despedaza su cuerpo en «catorce partes», que serían arrojadas una vez más al río sagrado de los egipcios.
Con este acto, Seth quiso impedir el ritual de momificación del cuerpo de su hermano, evitando que el espíritu de Osiris pudiese retornar a su cuerpo. Isis recuperó del Nilo trece de los fragmentos del cadáver de su amado dios, más nunca encontró el trozo catorce, el falo, símbolo de procreación; una alegoría por demás sugestiva de nuestra condición de «hijos de Orión».
En los Textos de las Pirámides de Egipto, tallados en las paredes de las pirámides y que datan del 2400 a. C., se habla del faraón egipcio Unis, el último de la V dinastía, quien gobernó durante treinta años, para finalmente hacer su viaje final al sistema estelar de Orión. ¿Viajó realmente el faraón Unis al espacio, como afirman los Textos de las Pirámides?
El ingeniero Robert Bauval, cuando se hallaba acampado en el desierto de Arabia Saudita durante una expedición, se despertó y alzó los ojos hacia la Vía Láctea. «De hecho, las tres estrellas del cinturón de Orión no están alineadas de manera perfecta y la más pequeña está ligeramente desviada hacia el este». Era una respuesta a su pregunta sobre por qué la pirámide de Menkaura era más pequeña que las otras dos y estaba desviada hacia el este.
Las pirámides tenían que representar las estrellas del Cinturón de Orión. Y la Vía Láctea era el río Nilo. Bauval observó que la única vez en que las pirámides fueron un reflejo perfecto de las estrellas del Cinturón de Orión fue en el 10.450 a.C. Éste es también su punto más bajo en el cielo. Después de esto, empezó a subir otra vez de nuevo, y alcanzará su punto más elevado hacia el año 2550 d.C. En el año 10450 a.C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso del Nilo se reflejaba como la Vía Láctea y las pirámides de Gizeh como el Cinturón de Orión.
La curiosa coincidencia de la fecha con el posible hundimiento de la Atlántida y con el Diluvio, plantea una pregunta importante: ¿por qué los constructores de las pirámides de Gizeh las dispusieron de manera que reflejasen la posición del Cinturón de Orión en el año 10.450 a.C.?. A 56 kilómetros de la capital de Mexico está situada Teotihuacán, la ciudad de los dioses. La construcción de esta ciudad se atribuye a los quinametzin, que poblaron el mundo en la era anterior.
Quinametzin es un término que se refiere a una raza de gigantes en la mitología de Mesoamérica, particularmente entre los pueblos nahuas. En la mitología mexica, con la Leyenda de los Soles, se dice que los quinametzin fueron la humanidad creada durante el Sol de Lluvia. Su gobernante, de acuerdo con algunas versiones del mito, era Tláloc, a quien le correspondió ser el Sol que alumbró durante la tercera época cosmogónica, que concluyó cuando Quetzalcóatl hizo que lloviera fuego y los quinametzin murieron quemados.
A los quinametzin se les atribuía ser los constructores de la ciudad de Teotihuacan y de la pirámide de Tlachihualtépetl, sobre el que se levantó el principal templo dedicado a la Serpiente Emplumada, en Cholula. Los tlaxcaltecas relataban que, en tiempos cercanos a la conquista española, ellos mismos habían luchado contra los últimos quinametzin.
En la mitología mexica se destaca, entre otros, a Cuauhtémoc, uno de los cuatro gigantes que sostuvieron el cielo en el comienzo del quinto Sol, que se refiere a la creación del mundo, el universo y la humanidad, formando parte de la cosmovisión mesoamericana, en la cual se menciona que la Tierra ha pasado por cinco etapas o periodos diferentes desde su creación, regidas cada una por un Sol. Por otra parte, en la mitología mexica, el quinto Sol fue creado por los dioses en la antigua ciudad de Teotihuacan, cuyo mito da explicación a ciertos fenómenos cosmológicos presentes en los pueblos prehispánicos.
En la Historia de los mexicas se lee que, creado el mundo, los mismos dioses se convirtieron sucesivamente en sol para alumbrar el mundo. El primer sol fue Tezcatlipoca; pero después de 676 años Quetzalcóatl le dio un golpe con un bastón, lo derribó del cielo hacia el agua y él se puso a ser el Sol. Al caer Tezcatlipoca en el agua, se convirtió en Jaguar, lo cual atestigua en el cielo la constelación de la Osa Mayor, el jaguar de Tezcatlipoca que sube hasta a lo alto del cielo para descender enseguida al mar. Transcurridos los 676 años el Tezcatlipoca dio una gran coz al Sol Quetzalcóatl, con lo cual generó un gran aire que arrasó toda la Tierra.
Entonces Tezcatlipoca colocó a Tláloc, quien quedó transformado en el tercer Sol y alumbró 364 años, al fin de los cuales Quetzalcóatl lo quitó del oficio de ser Sol, provocando que lloviera fuego, lo cual acabó con la humanidad de esa era y colocó en su lugar a su esposa Chalchiuhtlicue, la cual quedó transformada en el cuarto Sol por 312 años. Al final, nuevamente Tezcatlipoca derribó a esta diosa generando así el diluvio que acabaría con su propio mundo creado, dando paso a un quinto intento de crear un mundo y una humanidad duradera, más equilibrada.
Cuentan que en el 3114 a.C. los dioses bajaron desde el cielo para asistir a una convención en Teotihuacán . Al igual que sucede en las pirámides de Guiza, las pirámides que se levantan en Teotihuacán también parecen estar alineadas con el cinturón de Orión. Los mayas llamaban a Orión Ak’ Ek’ o «Estrella Tortuga». Orión está representado en el Códice de Madrid como una tortuga con el glifo tres tun («piedra») en su espalda.
Y en el Popol Vuh, el libro de la creación maya, Orión es visto como el primer padre, Hun Hunahpú, «el dios del maíz». Es curioso que los egipcios, aztecas, mayas y griegos adoraran a la misma constelación. Tal vez se edificaron estos monumentos para conmemorar algún acontecimiento extraordinario para la humanidad. Para ello tenemos que volver a las fuentes originales. Todo lo que sabemos de la historia de Babilonia es gracias a las excavaciones y a que hemos podido descifrar un gran número de textos cuneiformes.
Por tal motivo, conocemos que los babilonios veneraban a los dioses de los planetas de las diferentes constelaciones. Podríamos decir que se trataba de una religión celeste. En 1840, en el norte de Irak, en Mosul, un equipo de arqueólogos del Museo Británico descubrió miles de tablillas de arcilla escritas durante el siglo VII a.C. Entre las tablillas encontradas había dos misteriosas reliquias que ahora se conocen con el nombre de Catálogos de Estrellas Babilónicos. Las traducciones del antiguo texto indicaban que estas tablillas describían movimientos precisos de varios cuerpos celestes y constelaciones que originaron lo que ahora se conoce como el zodiaco.
MUL.APIN es el título asignado a un compendio babilónico que trata de numerosos aspectos diversos de astronomía y astrología. Está en la tradición de los catálogos de estrellas anteriores, las llamadas listas de “Tres estrellas cada una“, pero representa una versión expandida basada en una observación más precisa, probablemente compilada alrededor del año 1000 a.C. El texto enumera los nombres de 66 estrellas y constelaciones y, además, da una serie de indicaciones, como fechas de ascenso, puesta y culminación, que ayudan a trazar la estructura básica del mapa estelar babilónico. El texto se conserva en una copia del siglo VII a.C. en un par de tabletas.
La primera copia del texto hasta ahora descubierta fue realizada en el año 686 a.C. Sin embargo, la mayoría de los eruditos actualmente consideran que el texto se compiló originalmente alrededor del 1000 a.C. Las últimas copias conocidas del MUL.APIN datan de alrededor del 300 a.C. El astrofísico Bradley Schaefer afirma que las observaciones contenidas en estas tabletas se realizaron en la región de Assur alrededor del año 1370 a.C.
Lo más sorprendente es que una remota civilización pudiese saber las distancias entre los planetas. Una posible explicación es que recibieran esta información de unos seres extraterrestres a los que llamaban dioses. Lo mismo que otras culturas de la Antigüedad, los babilonios ya conocían Orión, a la que denominaban Sipazi Ana (“pastor de los cielos“). Los babilonios se refieren a ella como la leal guía de los cielos, por lo que podríamos considerar que estos catálogos de estrellas babilónicos tal vez eran unas guías para viajes interestelares.
Existe un bajo relieve de Orión, con forma de ave, que parece referirse a un mensajero que traía y llevaba mensajes de la Tierra a Orión. Mesopotamia, la cuna de la civilización, fue el primer lugar a donde llegaron los antiguos anunnaki para dar origen a la civilización sumeria. Si nos fijamos en los jeroglíficos sumerios, egipcios y en los mitos mayas, encontramos la misma historia de que seres procedentes de las estrellas llegaron a nuestro planeta y nos otorgaron la civilización. Y es sorprendente que estas antiguas civilizaciones señalen al cinturón de Orión como el origen y final de la vida.
La nebulosa de Orión es una nebulosa difusa situada al sur del cinturón de Orión. Es una de las nebulosas más brillantes que existen, y puede ser observada a simple vista sobre el cielo nocturno. Está situada a unos 1270 años luz de la Tierra y posee un diámetro aproximado de 24 años luz. Algunos documentos se refieren a ella como la Gran Nebulosa de Orión, y los textos más antiguos la denominaban Ensis, palabra latina que significa “espada”, nombre que también recibe la estrella Eta Orionis, que desde la Tierra se observa muy próxima a la nebulosa. La nebulosa de Orión es un ejemplo de incubadora estelar, donde el polvo cósmico forma estrellas a medida que se van asociando debido a la atracción gravitatoria. Las observaciones de la nebulosa han mostrado aproximadamente setecientas estrellas en diferentes etapas de formación.
La teoría de que avanzadas civilizaciones extraterrestres visitaron la Tierra en la Antigüedad y se relacionaron con ciertas culturas terrestres, no es nueva. Pero esta teoría no se popularizó hasta la década de 1960, a través de las obras de autores como Erich Von Daniken, un autor suizo de varios libros que hacen afirmaciones sobre las supuestas influencias extraterrestres en la cultura humana primitiva. Daniken mantiene una hipótesis sobre contactos extraterrestres y señala que algunas construcciones de la Tierra han sido obra de civilizaciones alienígenas.
Es más, Daniken afirma que el propio Homo sapiens es una criatura nacida de las habilidades en ciencia genética de tales civilizaciones extraterrestres. Otro autor que ha tenido gran influencia es Zecharia Sitchin, autor de una serie de libros que promueven la teoría de los antiguos astronautas y el supuesto origen extraterrestre de la humanidad, atribuyendo la creación de la cultura sumeria por parte de los anunnaki, que procederían del planeta llamado Nibiru, que supuestamente existiría en el sistema solar. Volviendo a los sumerios, ellos, al igual que los dogón, afirmaban en sus escritos que todo lo que sabían se lo habían enseñado unos seres, a los que llamaban dioses, que venían de las estrellas.
Esto explicaría el surgimiento, prácticamente repentino, de ciencias como la astronomía, la medicina o la matemática. El conocimiento les fue enseñado por los dioses. Sin embargo, los dioses anunnaki eran representados con formas, sentimientos, pensamientos y actos muy humanos. En efecto, los dioses, al igual que los humanos, comían, bebían, se casaban, formaban una familia y se hallaban sujetos a todo tipo de debilidades y pasiones humanas.
Eran iguales que los humanos salvo por sus poderes sobrehumanos y por su aparente inmortalidad, tal vez debida a que el reloj biológico de los anunnaki estaba alineado con el año del planeta Nibiru, que parece es equivalente a 3600 años de la Tierra. Samuel Noah Kramer, autoridad en asiriología, historia de Sumeria y lengua sumeria, en su libro Mitología sumeria, publicado en 1944 y luego corregido por Thorkild Jacobsen, historiador danés especializado en asiriología y literatura sumeria, relata que en un tiempo anterior a la creación del hombre, la ciudad de Nippur estaba habitada por los dioses. Allí vivía la joven diosa Ninlil con su madre Nunbarshegunu, la cual viendo que el dios supremo Enlil era un buen partido para casar a su hija, decidió tenderle una trampa. Para ello aconsejó a su hija que se bañara desnuda para seducir a Enlil.
El resultado de la trampa de seducción fue que Enlil forzó a la joven Ninlil para satisfacer sus deseos sexuales, engendrando al dios lunar Nannar/Sin, lo que le generó no pocos problemas ante los propios dioses. A Nanna/Sin se le representaba como un anciano con cuernos y barba de lapislázuli, montado en un toro alado. Su símbolo principal era el creciente lunar, pero también el toro, que provenía de su padre, Enlil, “Toro del Cielo“. Se le describía como el padre de la Inanna sumeria, diosa de la vida, la Ishtar semita, que posteriormente heredaría el cetro lunar. Con su esposa Ningal tuvo a Utu, en acadio, Shamash, dios del Sol.
Algo que es digno de mención es que no se han encontrado registros o relatos de dioses que tengan mayor antigüedad que los dioses de Sumer, cuya lista asciende a centenares. Pero no todos los dioses que formaban el panteón sumerio tenían la misma importancia. Había dioses encargados de temas tan aparentemente poco importantes, al menos con los ojos de hoy en día, como de moldear los ladrillos, de los fosos y de los diques.
Pero también había grandes dioses que gobernaban la Tierra y el Cielo. Lo que queda claro es que había una jerarquía de dioses, o extraterrestres, en donde cada uno desempeñaba un papel y responsabilidades, similar a las de las actuales organizaciones políticas y sociales humanas. En una estructura tan jerarquizada era normal que hubiese un dios supremo, reconocido por todos los demás como su rey, liderando un sistema de gobierno basado en un tipo de monarquía, que ha pervivido hasta nuestros días.
El gobierno de los dioses anunnaki se reunía en forma de asamblea presidida por su monarca. Este sistema de monarquía parlamentaria fue posteriormente adoptado por los primeros soberanos de la civilización sumeria, ya en tiempos históricos. Es realmente sorprendente que alrededor del 3.000 a.C. se reuniera en la ciudad de Uruk el primer Parlamento del que se tiene noticia, para debatir si entraban en guerra o no con la ciudad de Kish.
La hegemonía de Kish en Acadia y más tarde en gran parte de la baja Mesopotamia, dio como resultado que los reyes sumerio-acadios que pretendían la supremacía sobre sus rivales, se titularan habitualmente con el título a veces honorífico de «rey de Kish» o «rey de las cuatro partes», con Sumer, Elam, Subartu y Amurru, y Kish en el centro. El Parlamento sumerio estaba formado por dos cámaras: un Senado o Asamblea de Ancianos y una Cámara Baja formada por ciudadanos con capacidad para llevar armas.
El señor Gilgamesh, soberano de la ciudad sumeria de Uruk, instó a la asamblea a no someterse a la casa de Kish y atacarlos. La asamblea de los ancianos respondió a Gilgamesh que era preferible someterse a la casa de Kish en lugar de atacarla. Pero Gilgamesh no aceptó las palabras de los ancianos de su ciudad y pidió consejo a los combatientes de la ciudad, que recomendaron atacar a Kish. A la cabeza de esta familia de dioses estaba Anu, el dios del Cielo y el soberano del planeta de donde procedían los anunnaki. La ciudad donde Anu tenía su templo y residencia cuando visitaba la Tierra era Uruk. Era, por tanto, el rey supremo de todos los anunnaki, tanto de los que vivían en su planeta y de los que estaban en la Tierra.
Después de Anu, estaban sus hijos Ea (Enki) y Enlil, su hija Ninhursag (Nintu o Ninmah), formando el grupo de los cuatro dioses reales. Ea, también conocido por el nombre de Enki, era el señor de la Tierra, título que recibía por sus méritos de haber comandado la primera expedición anunnaki a la Tierra, así como por haber realizado el primer asentamiento terrestre y por haber construido a su llegada la ciudad de Eridu, una antigua ciudad del sur de Mesopotamia, a 24 kilómetros al sur de Ur, en el actual yacimiento arqueológico de Tell Abu Shahrein. En su fundación, posiblemente se encontrase a poca distancia del golfo Pérsico.
Enki era el primogénito de Anu, pero debido a las especiales leyes de sucesión existentes en su planeta, su hermanastro Enlil se convirtió en el «príncipe del Cielo», heredero y sucesor de la corona, así como en la máxima autoridad de la expedición anunnaki en la Tierra, por encima del mismo Enki. Los textos describen a Enlil como el rey de todos los países y los distintos soberanos que se escogían recibían de él la realeza.
Era Enlil quien pronunciaba el nombre del rey elegido y quien le otorgaba su cetro. Enki había sido el primer hijo de Anu, fruto de una relación del monarca con una concubina, su hermanastra Antu, y no con la consorte oficial, mientras que Enlil había nacido más tarde, pero era el hijo del rey y de la reina, por lo que era el heredero legal al trono. Los anunnaki tenían unas normas de sucesión dinástica que se basaban en los linajes de sangre.
Se trataba de unas sofisticadas normas cuyo objetivo era el mantenimiento de la pureza de los genes que conformaban el ADN. Pero debemos distinguir entre el ADN general, transmitido por ambos progenitores, y el ADN mitocondrial, que solo es transmitido por parte de la madre. De ahí que para los dioses sumerios fuese tan importante el papel de la madre en temas sucesorios. Este fue el caso de Enlil. Pero Enki no estuvo de acuerdo con su pérdida de poder en la Tierra, lugar que había sido colonizado por él.
Además, Enki sentía simpatía por el género humano, ya que había ayudado a modificarlo genéticamente, mientras que Enlil consideraba a los humanos solo como esclavos al servicio de los dioses, llegando a plantearse el exterminar a la humanidad. Mientras Enki se ocupaba de los asuntos de la Tierra, Enlil fijaba las líneas generales del plan de exterminio.
Las desavenencias entre Enki y Enlil, así como las rivalidades futuras entre sus clanes familiares, serían clave para entender los acontecimientos que se desarrollarían en la Tierra y que influirían en el destino de los seres humanos y, en mi opinión, todavía en la actualidad. Esta es una realidad que los textos bíblicos omitieron en favor del monoteísmo, pero que los textos originales mesopotámicos describen con gran detalle. Por otro lado, Ninhursagh, o Nintu (“la señora del nacimiento“), era una diosa de la fertilidad, además de experta en biología.
Ella fue quien asistió a Enki en el proceso de creación del ser humano, concretamente el Homo sapiens. La tierra ancestral de todos los humanos vivos actualmente se encuentra en el sur de África, más precisamente al sur del río Zambeze, según un nuevo estudio publicado en la revista Nature. La región identificada se encuentra mayoritariamente en Botsuana, con pequeñas partes en Namibia y Zimbabue. “Ha estado claro durante un tiempo que los humanos anatómicamente modernos aparecieron en África hace aproximadamente 200.000 años“, señaló Vanessa Hayes, investigadora del Instituto Garvan de Investigación Médica de Sídney, en Australia, y autora principal del estudio.
Los científicos reconstruyeron el linaje de los humanos modernos usando cientos de muestras de sangre de pobladores actuales al sur del río Zambeze para analizar su ADN mitocondrial, que pasa a la nueva generación por la línea materna. Los investigadores combinaron datos genéticos con análisis geológicos y modelos de simulación climática para determinar cómo era la región africana identificada en el estudio hace 200.000 años.
Los sumerios han dejado textos que tratan sobre el sistema solar y los planetas que lo componen, Los sumerios conocían que la Tierra giraba alrededor del Sol y formaba parte de un sistema planetario. También sabían que formaban parte del sistema solar una serie de planetas, como Mercurio, Marte, Venus, Júpiter y Saturno, y asimismo conocían la existencia de otros planetas que la ciencia oficial no ha descubierto hasta hace poco tiempo, como son Urano, Neptuno y Plutón. Pero lo más curioso es que se referían a la existencia de un planeta aún no descubierto, al que denominaban Nibiru, el planeta del cruce. Se dice que un supuesto planeta X está en una órbita que lo trae cerca del Sol cada 3600 años, al igual que las tradiciones sumerias en relación a Nibiru.
Con el conocimiento de las leyes de la gravedad es posible calcular su distancia en cualquier tiempo dado. El conocido astrónomo Phil Plait se tomó el trabajo de realizar los cálculos: En mayo de 2002, el supuesto planeta X tendría que haber estado a una distancia similar a la que la Tierra está de Saturno y tan brillante como el gigante gaseoso. El pronóstico de que pasaría cerca de la Tierra en 2003, evidentemente no se cumplió. ¿Es posible que exista algún planeta en el sistema solar que aún no haya sido descubierto? Sí, es posible. Un cuerpo pequeño, más allá de Neptuno, resulta difícil de observar. Un objeto más allá de Plutón, por ejemplo, si es de pequeño tamaño, podría haber escapado a la detección.
¿Por qué se descarta entonces que exista el planeta X? Los reclamos sobre el planeta X surgen a partir del libro El duodécimo planeta, de Zecharia Sitchin. El autor dice haber estudiado las tablillas sumerias. Tomando sus historias de dioses y otros mitos como hechos, determinó que estaban en contacto con una civilización alienígena que vivía en un 12º planeta (los ocho planetas actuales, más Plutón, el Sol y la Luna) en nuestro sistema solar, que pasa por el sistema solar interior cada 3600 años. El mito del planeta X incluye el “cambio de polos” y la “Detención de la rotación de la Tierra“. A partir del libro ha ido incrementándose el número de seguidores que creen que efectivamente se trata de una realidad.
Una objeción es que si es un planeta 23 veces más grande que la Tierra y pasara por el sistema solar interno cada 3600 años, se supone que ya lo habríamos detectado. Fue Sitchin quien divulgó una ilustración que representa al sistema solar, que se encuentra en el Museo de Oriente Medio de Berlín y al que se atribuye una antigüedad de unos 4500 años. Se trata de un sello cilíndrico que se parece a las modernas prensas de impresión. El artista grababa en la piedra la representación deseada, pero invertida, como si fuese un negativo. Luego imprimía la imagen en positivo, cuando se le hacía rodar sobre la arcilla húmeda.
Si observamos la parte superior izquierda de este relieve, encontramos una representación del sistema solar, en donde se ve el Sol en el centro, rodeado de los distintos planetas, con sus tamaños relativos y su distancia al Sol. Queda claro que es el Sol el que está en el centro y no la Tierra, lo que indica que ya se tenía un conocimiento preciso sobre el sistema solar, así como del hecho que la Tierra, al igual que los otros planetas, giraba alrededor del Sol.
Sin embargo, este antiguo conocimiento se perdió para la mayoría de la gente hasta el año 1543, cuando Nicolás Copérnico lanzó su teoría heliocéntrica. Pero hay algunas discrepancias con la ciencia actual. Una discrepancia tiene que ver con Plutón, ya que muchos astrónomos han especulado con la posibilidad de que este planeta hubiese sido un satélite de otro planeta, que podría ser Neptuno. Incluso actualmente se discute sobre si Plutón debe ser un planeta, un asteroide perteneciente al cinturón de Kuiper, o un planeta enano. En el año 2.006, la Unión Astronómica Internacional anunció que Plutón debería ser considerado un planeta enano.
Según esto, el sistema solar tendría 8 planetas normales y 5 planetas enanos. Para una parte de los astrónomos no queda claro si Plutón tiene suficiente masa o si es demasiado pequeño para despejar gravitacionalmente las inmediaciones de su propia órbita. De hecho sus alrededores están llenos de de objetos helados, uno de los cuales, Eris, es más grande que el propio Plutón. Pero en la representación sumeria de Sitchin, a Plutón no se le muestra después de Neptuno, sino entre Saturno y Urano, ya que según la cosmología sumeria, Plutón había sido un satélite de Saturno, para irse liberando de él y llegar a conseguir su propia órbita alrededor del Sol.
Esta concepción sobre Plutón y sus orígenes, en tiempos tan antiguos, muestra un elevado conocimiento de los procesos que dieron lugar a la formación del sistema solar, así como el conocimiento de avanzadas teorías astrofísicas según las que un satélite puede convertirse en un planeta o viceversa, algo que han confirmado las observaciones realizadas por las misiones espaciales Pioneer y Voyager. Vemos que muchos descubrimientos modernos en cosmología y astrofísica son redescubrimientos de conocimientos que vienen de la Antigüedad. Una segunda discrepancia en el relieve sumerio que representa al sistema solar, tiene que ver con la representación de un planeta desconocido, más grande que la Tierra, aunque más pequeño que Júpiter.
En efecto, podemos contemplar la posición de un gran planeta en el espacio vacío existente entre Marte y Júpiter, donde actualmente hay el enigmático cinturón de asteroides. Aunque la ciencia actual no tiene evidencia alguna sobre la existencia de un planeta en aquella órbita, los antiguos textos sumerios insisten en ello, a la vez que lo denominan con el nombre de Nibiru, el planeta del cruce. !Realmente extraño!
El relato bíblico sobre la creación del hombre ha sido objeto de fuertes discrepancias entre creacionistas y evolucionistas. Mientras que los creacionistas defienden que los seres humanos fueron creados por obra y gracia de Dios, los evolucionistas consideran que hemos llegado al estado actual a través de un lento proceso evolutivo que se ha producido a partir de otras especies que nos precedieron. En efecto, últimamente los conceptos de creacionismo y evolucionismo son objeto de fuertes discusiones filosóficas, políticas y religiosas. Y yo aún añadiría un tercer concepto, que es el de la manipulación genética, que ha implicado saltos evolutivos sorprendentes, como en el caso de la aparición del Homo Sapiens.
Y casi siempre estos temas se enfocan de una manera radical y condicionada fuertemente por prejuicios morales y religiosos. Sin embargo, creemos que estos tres conceptos pueden coexistir y ser perfectamente válidos, como nos indica la moderna biología molecular.
Lo que parece evidente es que la gran complejidad del genoma humano es incompatible con el azar, lo cual nos lleva a considerar seriamente el concepto del diseño inteligente. Pero veamos lo que se dice al respecto en el Génesis: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza” Pero en el original hebreo, en lugar de la palabra Dios, se encuentra la palabra Elohim, cuyo significado literal es «dioses», en plural. Pero, ¿qué se esconde tras la utilización de la palabra Elhoim? Esta palabra indicaría que habían más dioses en el momento de la creación, que distintos investigadores interpretan como extraterrestres.
Para ello es conveniente analizar los textos mesopotámicos, más antiguos que la Biblia. El Génesis dice lo siguiente: “Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la faz de la Tierra y les nacieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres a las que bien quisieron.
Entonces dijo Yahvé: ‘No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean ciento veinte años‘. Los nefilim existían en la Tierra por aquel entonces, cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos, por lo que llegaron los gigantes a la Tierra: estos son los héroes («gueborim») de la Antigüedad, hombres famosos“.
Hay que reconocer que es curiosa esta diferenciación entre «los hijos de Dios» y «las hijas de los hombres». Además, podemos preguntarnos quiénes eran los nefilim y los gueborim. Si en el antiguo Israel se tenía un solo Dios, ¿quiénes eran los hijos de Dios, llamados nefilim? También se habla de los gigantes, que están presentes en todas las mitologías, tanto orientales como occidentales. Pero, ¿quiénes eran esos gigantes?
En la época del judaísmo helenizado, como se aprecia en la versión Septuaginta griega, se plantea la idea de que estos «hijos de Dios» eran ángeles materializados que se relacionaron con las mujeres terrestres, por lo que reemplazaron la expresión «hijos de Dios» por la de «ángeles». Ello también coincide con los rollos de Qumrán o manuscritos del mar Muerto.
Es evidente que los autores del Génesis se basaron en textos mucho más antiguos y detallados cuyo origen es la civilización sumeria, por lo que es conveniente ver lo que decían estos textos, que dejan claro que la creación del hombre fue obra de los anunnaki, los nefilim, los anakim o los elohim, que no son sino diferentes denominaciones utilizadas para identificar a los mismos seres extraterrestres que llegaron a la Tierra procedentes de otro planeta.
Atrahasis, es un término acadio que da nombre a un manuscrito firmado por un tal Kasap-aya y datado en tiempos de Ammi-Saduqa, que reinó desde 1646 a. C. hasta 1626 a. C. Es un extenso poema que abarca desde el origen del mundo a la creación del hombre, comprendiendo la narración del Diluvio, entre otros eventos. Actualmente la copia más antigua se encuentra en el Museo Británico de Londres.
La historia de Atrahasis, también conocido como Utnapishtim, para los babilonios, o Ziusudra, para los sumerios, empieza mucho antes de que el hombre fuera creado, en tiempos en que los dioses menores anunnaki tenían que hacer todo el trabajo pesado: “Los dioses tuvieron que drenar los ríos y limpiar los canales, y las fronteras de la vida de la tierra, los dioses drenaron el lecho del Tigris y luego ellos drenaron el Éufrates“.
Después de 3600 años de efectuar este trabajo, los dioses menores empezaron a quejarse. Decidieron declararse en huelga, quemando sus instrumentos de trabajo y rodeando la vivienda templo del dios principal, Enlil. Nusku, el visir de Enlil, lo buscó y encontró descansando en su cama, y lo alertó del grupo que lo rodeaba. Nusku aconseja a Enlil que convocase a otros grandes dioses, sobre todo Anu y Enki. Anu aconsejó que se averiguase quién era el cabecilla de la rebelión y enviaron a Nusku para preguntar a la muchedumbre de los dioses menores cuál era su líder.
Cuando los dioses superiores vieron que el trabajo de los dioses menores era demasiado pesado, decidieron sacrificar a uno de los rebeldes, para el bien de todos: “Ellos tomaron a un dios menor, lo mataron y crearán a la humanidad, mezclando la carne del dios y su sangre con la arcilla“. En realidad se trataba de una manipulación genética.
Luego Enki les instruyó sobre rituales de purificación para el primero, el séptimo y el decimoquinto día de cada mes. Los dioses sacrificaron a Geshtu-E, “un dios que tenía la inteligencia” y la humanidad se formó de su sangre y de arcilla. Después de que la diosa madre mezclase la arcilla, todo el conjunto de dioses escupieron saliva sobre ello (ADN). Entonces Enki y la diosa madre toman la arcilla en “la habitación del destino“. Enki mezcló la arcilla en presencia de Ninhursagh, o Nintu, que se mantuvo recitando un conjuro. Mientras Enki se quedaba y presenciaba todo ello, le hizo recitar: “Cuando ella hubo terminado su conjuro, pellizcó catorce pedazos de arcilla, y puso dos juegos, siete pedazos a la derecha, siete a la izquierda. Entre ellos, ella dejó un ladrillo de fango“. La creación del hombre parece ser descrita como si fuera similar al proceso de hacer ladrillos.
Aquí, las siete partes de la derecha se hacen machos y las siete de la izquierda se hacen hembras. El ladrillo que se coloca entre los dos grupos puede ser un símbolo del feto, hasta que los trocitos de arcilla estén listos para su nacimiento, que es descrito como: “Cuando el décimo mes vino, Ella [la diosa del nacimiento] junto a su personal, abrió la matriz“. Aquí quiero exponer una hipótesis que me parece bastante plausible.
El ADN, el manual de instrucciones para el desarrollo de un ser vivo, es un código muy complejo para deberse al azar y que creo que inicialmente fue diseñado para un tipo de vida unicelular, pero que tuviese la posibilidad de evolucionar e irse adaptando al entorno. Esto estaría de acuerdo con la teoría de Darwin. Pero, además, creo que quién diseño el código ADN también aplicó técnicas que hoy en día podríamos equiparar a algoritmos de Inteligencia Artificial, especialmente de aprendizaje automático, aunque mucho más sofisticado que nuestra actual tecnología. Entonces la evolución hizo su trabajo durante millones de años.
Pero cuando llegaron los anunnaki a la Tierra, realizaron una manipulación genética sobre el ADN de un homínido, creando primero el Homo sapiens y posteriormente el Homo sapiens sapiens, dando un salto evolutivo enorme. Al principio, la solución de los dioses funcionó bien, ya que fueron los humanos los que cavaban canales más grandes para alimentarse ellos y los dioses.
Pero después de 1200 años de existencia de los seres humanos, su población se había reproducido tanto que ello preocupaba a Enlil: “El país era tan ruidoso como un toro que bramaba. Los dioses crecían agitados y sin paz, con los disturbios ensordecedores, Enlil también tuvo que escuchar el ruido. Él se dirigió a los dioses superiores, el ruido de la humanidad se ha hecho demasiado grande, pierdo el sueño con los disturbios. Dé la orden de que la surrupu (enfermedad) estalle“.
La plaga provocada por los dioses estalló, pero Atrahasis, el sabio, apeló a su dios Enki para que le ayudase. Este le aconsejó que la gente dejase de rezar a sus dioses personales y comenzase a rezar y ofrecer sacrificios al dios de las plagas, Namtar, que gracias a la atención dispensada por los humanos declaró el final de la plaga.
Después de otros 1200 años, la humanidad nuevamente se había multiplicado, al punto de enojar aún más a Enlil, que esta vez decidió una sequía para reducir el número de habitantes y consigue que Adad, el dios de las lluvias y los truenos, contuviese las lluvias. Otra vez Atrahasis apeló a Enki, y otra vez él le aconsejó concentrar la adoración en el dios responsable, Adad, que liberó la lluvia.