Por SPECOLA | 01 agosto, 2020
Primer día del mes de agosto del año del Señor 2020, el de la peste. Van pasando los días, van pasando los meses y seguimos inmersos en un letargo social que nos está llevado a la ruina y, Dios no lo quiera, a momentos de inestabilidad social de consecuencias imprevisibles.
La corte pontifica no se traslada a la villa de verano y se dispersa en discretos lugares de descanso.
El Papa Francisco se queda, como todos estos años, encerrado en Santa Marta en una perpetua cuarentena protegido de la violencia del verano romano por un fantástico aire acondicionado.
La ecología va bien para ser predicada pero se renuncia a la ecológica residencia de verano y se cambia el contaminante clima artificial de Santa Marta.
Los rigores del verano romano son míticos y a lo largo de la historía se ha buscado remedio en los ‘castelli romani’ o en la costa tirrena.
Seguimos a vueltas con el último concilio, el Concilio Vaticano II, o mejor, con su espíritu, que sigue sin asentarse después de tantos decenios.
Lo que hace unos años se veía llegar ya lo tenemos encima y nos encontramos rodeados de un largo invierno que aleja la primavera conciliar a futuros que no terminan de llegar.
El concilio y la primavera estaban unidos en los discursos elogiosos de la asamblea de obispos pero no terminan de caminar juntos. La crisis brutal que estamos viviendo no tiene precedentes y promete llevarnos a la desaparición.
La situación es mala, muy mala, y el futuro, salvo milagro, que lo habrá porque Dios no deja de su mano la historia, promete ser mucho peor. Seminarios y noviciados desiertos presagian el fin de miles de instituciones con siglos de vida y miles de parroquias que quedarán sin sacerdote.
Hoy tenemos dos artículos muy interesantes sobre el concilio y sobre los tiempos de Pablo VI, concluyendo que los actuales son peores.
Uno de los signos de esta catástrofe es la venta masiva de bienes propiedad de la iglesia sobre todo en el ‘primer mundo’.
Tememos dos congregaciones que se encargan de dar el visto bueno a las ventas que lo requieren para su validez, la del clero para las diócesis y la religiosos para los suyos, y que varía según los países pero se mueve entre el millón y millón y medio de euros o dólares por operación como mínimo. Según nos cuentan, estamos como en diez mil autorizaciones anuales, unas cinco mil de diócesis y otro tanto de órdenes religiosas.
Los números indican una institución que está en liquidación por cierre, porque por traslado o por crecimiento no es. Nos han intentado vender, y algunos alucinados lo siguen pretendiendo, una primavera sin precedentes y vamos camino de un invierno camino del infierno del que no salimos.
Otro de los temas de hoy es la persistente insistencia en las bondades de la inmigración universal e incontrolada. En Italia seguimos con desembarcos de inmigrantes ilegales, muchos infectados, de países como Túnez, Marruecos, Bangladesh, Pakistán, Argelia, que aparentemente no sufren ninguna guerra.
Tememos la sensación de que estos hermosos inmigrantes llenos de Covid son una bendición: para el Gobierno, que pretende extender el golpe de estado en que vivimos, y para las cooperativas y caritas a las que se ha duplicado el dinero por persona.
Si algo caracteriza estos años del pontificado del Papa Francisco es la apertura a la recepción indiscriminada de inmigrantes, especialmente inmigrantes islámicos, acompañada por una misteriosa capacidad de organización lucrativa de las ONG para el transporte y la presunta integración.
La actual administración del Vaticano está mucho más preocupada por los inmigrantes, y por el medio ambiente, que por salvar las pobres almas que están en la pobre Italia, cada vez más pobre económicamente y más secularizada que nunca, asimilando por completo el pensamiento de Soros.
El modelo global de George Soros, adoptado por el Papa Francisco como centro de su pontificado, pretende crear la llamada «Sociedad Abierta», lograr la igualdad universal; la redistribución de la riqueza; poner fin a las distinciones de clase social; poner fin a cualquier posible conflicto; superar la discriminación sexual, racial y religiosa; borrar enfermedad y dolor. Los enemigos a destruir, de Soros y del Papa Francisco, son todos los que no comparten la ‘sociedad abierta’, la persecución está servida y en eso estamos.
Pietro Orlandi sigue con su lucha sin cuartel detrás de los pasos de su hermana desaparecida desde hace 37 años. Los silencios del Vaticano no hacen sino hacer crecer su complicidad en un caso que se ha convertido en un icono para la opinión pública en Italia.
Los espías chinos siguen presentes y causa sorpresa que cause sorpresa que existan. Las redes de espías siempre han existido y en los mundos del Vaticano y forman parte de su actividad ordinaria como sujeto activo y pasivo.
Los chinos no son una excepción y tienen sus redes como las tiene el Vaticano. El hecho dado a conocer por ¿los chinos?, por ¿el Vaticano?, o vete a saber, sin reconocerlo de forma oficial, entra dentro de los juegos y las negociaciones, equilibrios y tensiones de estos mundos. Vendernos esto como novedad no tiene sentido, la verdadera novedad sería que no hay espías.
Kasper y Coccopalmerio, Dios los cría…, prologan un libro sobre la epidemia: ‘ Después del Covid 19 nada será como antes’.
El ex nuncio de Chile, el de los tiempos revueltos, presenta su dimisión antes, mucho antes, de la edad reglamentaría. La función de los nuncios es la que es y no suelen tomar decisiones personales sino que trasmiten las de la ‘autoridad superior’, todo apunta a que estamos ante otro tentativo de crear un muro en el que las responsabilidades terminen en la nunciatura y no salten a otros niveles.
El caso de los abusos en Chile sigue sin resolver y afecta al Papa Francisco en primera persona, no creemos que el ‘castigo’ al nuncio por cumplir órdenes resuelva nada. Otra jubilación rodeada de misterios sin explicación oficial.
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista».
Buena lectura.