Con motivo del 700 aniversario de la muerte de Dante, seguimos sus pasos a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Una visión que, sin duda, ha condicionado el modo en que entendemos e imaginamos los diferentes lugares de ultratumba.
Portada Dante
El pasado mes de septiembre rememoramos el septingentésimo aniversario de la muerte de uno de los genios literarios más notables que ha dado la cultura occidental.
Fue poeta, filósofo y político y se le ha querido hacer hereje, mago u ocultista
Dante fue un prohombre del Medievo cuyas obras y andanzas son tan ricas en matices que no admite una definición monolítica. Concibió una nueva forma de expresar la poesía y contribuyó a la creación de un idioma. Fue poeta, filósofo y político y se le ha querido hacer hereje, mago u ocultista. Tuvo, quizá, algo de muchas cosas.
A Dante Alighieri –al conjunto de sus textos y a su Comedia– hemos de leerlo porque es un clásico y, como tal, tributó, junto con otros muchos, para acrecentar la inmensa raigambre cultural que afirma nuestra civilización.
Precisemos qué entendemos por cultura y por qué la Divina Comedia satisface con plenitud la provisión de la misma.
Bajo mi modo de ver, la cultura tendría dos componentes fundamentales: el primero, más prosaico, constituido por el conjunto de conocimientos que nos ayuda a entender el mundo y a obtener una visión lúcida de la realidad; bajo esta concepción estarían –aparte de la experiencia vital– la mayoría de las disciplinas formales como la economía, la historia o las ciencias, pero también las tradiciones –escritas u orales–, las leyendas y el folclore que determinan el acervo de los pueblos.
La Divina Comedia constituye una obra cautivadora para los sentidos
El segundo elemento tiene un carácter estético y se aleja de un sentido interpretativo de la existencia, adquiriendo un cariz deleitoso; cultura, en este caso, sería el desarrollo de la sensibilidad y la intuición que nos permiten identificar la belleza de la creación humana –obra, verso o acto–, obteniendo cierto gozo sensual de la misma, así como la capacidad de distinguir lo hermoso de lo zafio, lo sublime de lo frívolo o lo trascendente de lo efímero.
La Divina Comedia constituye una obra cautivadora para los sentidos y vigorosa para el intelecto. El contenido de sus pulcros tercetos nos trae historias reales de traición, lealtad, amor…Nos dibuja una época, su cosmovisión y un mundo que existió y con el que estamos en deuda. Sus versos contienen una miríada de personajes singulares, desde seres mitológicos hasta poetas, pasando por reyes, papas o doncellas.
VISITA AL INFIERNO
El periplo dantesco de la Comedia comienza en la Semana Santa del año 1300. Dante, ofuscado y asediado por tres fieras, encuentra el auxilio de Virgilio, que le guía por el primero de los tres feudos de ultratumba que habrá de visitar: el Infierno.
El reino del Diablo tiene forma de cuña invertida cuyo vértice coincide con el centro de la Tierra. En la intersección del eje de ese vértice con la superficie se alza la eterna Jerusalén. Se divide en nueve círculos donde los condenados reciben su pena según el pecado cometido, atendiendo a la ley de contrapaso: el castigo se vincula a la culpa, bien por analogía o por antagonismo.
El Infierno visto por Sandro Botticelli
Al Infierno se accede por una puerta en cuyo dintel se inscribe una frase lapidaria que llama a la desesperanza. La primera estancia es el Vestíbulo –Anteinfierno– donde los indolentes son hostigados de forma inclemente por insectos mientras persiguen una bandera que avanza sin rumbo fijo, simbolizando la falta de compromiso que tuvieron en vida.
Le siguen, en orden descendente, los círculos del dos al cinco donde lujuriosos, golosos, avaros, pródigos, iracundos y perezosos son castigados con terribles tormentos por sus pecados de incontinencia y desenfreno.
Cada uno de los círculos del Infierno está diseñado para castigar el alma de los diferentes pecadores: herejes, avaros, lujuriosos, traidores...
En el sexto círculo están los herejes purificándose en fosas llameantes. El séptimo es el de los violentos contra sí mismos, contra Dios y contra el prójimo. Tras este, en los abismos del Infierno, hallamos los círculos octavo y noveno, ocupados por aquellos que cometieron los pecados más graves: los fraudulentos y los traidores.
En el centro de la Tierra, en la última zona del círculo noveno –donde purgan aquellos que traicionaron a sus benefactores–, semienterrado en la superficie helada de un lago se yergue, imponente, la figura de Satanás. De aspecto grotesco y monstruoso, posee tres caras en su cabeza y, por cada una de sus bocas, engulle a eminentes traidores: Casio, Bruto y Judas Iscariote.
Los vientos que generan el incesante movimiento de sus tres pares de alas de murciélago hacen que el lago se mantenga congelado, no pudiendo escapar de sus aguas ni él, ni las almas pecadoras que se hayan dispersas y atrapadas en el hielo, en una escena tan patética como escabrosa.
Detalle de infierno: Mosaico que representa el Juicio Final por Coppo di Marcovaldo, Museo Baptisterio de San Juan
EL PURGATORIO
Una vez recorrido el Infierno, Dante y Virgilio regresan al "luminoso mundo por una senda encubierta" y llegan, conducidos por un ángel barquero, a la playa de la montaña del Purgatorio. Aquí se oyen recitales de salmos y música, es el reino de la esperanza ya que las almas que lo habitan están llamadas a purificarse y albergan la certeza de que gozarán de la contemplación de Dios una vez culminen la expiación de sus pecados.
Los castigos del Purgatorio también son variados: los iracundos deambulan cegados, los envidiosos tienen los ojos cosidos...
El Purgatorio, estructuralmente, es un negativo del Infierno y se divide en nueve cornisas: el Antepurgatorio, una por cada uno de los siete pecados capitales y, por último, el Paraíso Terrenal, que ocupa la roma cima de la montaña.
Los castigos del Purgatorio también son variados y sujetos a la ley del contrapaso: los soberbios cargan pesadas piedras que les impiden levantar la vista del suelo; los iracundos deambulan cegados entre densas nieblas al igual que la ira los cegó en vida y los envidiosos tienen los ojos cosidos y visten túnicas grises mientras escuchan letanías loando la generosidad, virtud opuesta a su culpa.
Dante, purificado de pecado, se separa de su querido maestro Virgilio, arquetipo de virtud, para encontrarse con su amada Beatriz
Representación del Purgatorio descrito por Dante (Wikipedia)
EL PARAÍSO
Dante, purificado de pecado, se separa de su querido maestro Virgilio, arquetipo de virtud, para encontrarse con su amada Beatriz, que es la fe que aplaca las inclinaciones concupiscentes de su alma mundana y que le guiará por el último de los reinos que transitará, el Paraíso.
El viaje a los reinos del otro mundo de Dante lo es también al interior de nuestro ser
Este, de análoga configuración a los otros mundos visitados por Dante, está dividido en nueve esferas límpidas y concéntricas que, movidas por inteligencias angelicales, evidencian un equilibrio perfecto e incorruptible. Los nueve cielos etéreos, donde los bienaventurados se regocijan en su luminosa infinitud, son coronados por el Empíreo, morada de Dios, donde Dante alcanza la inefable epifanía que le lleva a la comprensión de la Trascendencia.
El viaje a los reinos del otro mundo de Dante lo es también al interior de nuestro ser, a los rincones más atávicos y descarnados del alma donde residen –en pugna– los temores, creencias y anhelos ancestrales del individuo.
A pesar del exorbitante, e insolente, antropocentrismo de nuestra sociedad actual –al abrigo de la tecnología–, el hombre para el que escribe el sabio florentino somos nosotros. Dante transmite verdades absolutas, valores inmutables, inherentes a la esencia humana, de ahí lo imperecedero de su obra.
Criminólogo
7 de octubre de 2021 (13:14 CET)