Imagen: noalttip
Europa se encuentra al borde de otra recaída en su ya largo proceso deflacionario: el crecimiento del PIB se acerca a cero. Alemania, potencia exportadora, sigue creciendo, pero a costa del resto del continente, víctimas de las exigencias de austeridad presupuestaria impuesta por Alemania. El euro sigue hundiéndose frente al dólar, cotizándose a sólo 1,20 dólares, su nivel más bajo desde hace cuatro años y medio.
El desempleo medio fuera de Alemania se mantiene en torno al 12%, lo que debilita ese centro político que apoya a la UE, mientras se refuerzan los partidos de extrema derecha. (Uno se pregunta si los líderes europeos se molestan en leer su propia historia. Cuando se prolonga la depresión y la gente empieza a desesperarse, es probable que sucedan revueltas como ya se han conocido con anterioridad).
La única institución que desafía al Gobierno de Angela Merkel es el Banco Central Europeo, pero se trata de un tigre de papel. El Jefe del BCE, Mario Draghi, habla mucho acerca de lo que hay que hacer para levantar la moribunda Economía de Europa, pero a la hora de la verdad Draghi no se atreve a una compra agresiva de bonos como la realizada por la Reserva Federal de Estados Unidos, por temor a enemistarse con los alemanes, que siguen pensando que podría suponer una traba en el camino hacia la recuperación.
Entonces, ¿qué le queda a Europa? Pues los líderes europeos se han agarrado a la ilusión de un acuerdo comercial con Estados Unidos, la llamada Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (TTIP). Pero el TTIP en realidad no es un tratado comercial, sino una serie de medidas destinadas a promover una mayor desregulación de los derechos económicos, financieros, de salud, trabajo, seguridad, privacidad y protección del medio ambiente a ambos lados del Atlántico. El TTIP ha sido diseñado por las empresas para debilitar los derechos laborales y a los Gobiernos, y sin que apenas suponga una ayuda para que Europa salga del hoyo económico.
Los aranceles y otras barreras comerciales entre Estados Unidos y la UE ya son ridículamente bajos. Las historias que nos cuentan de que las diferencias en las políticas nacionales de reglamentación son una traba para el comercio (y por tanto para el crecimiento) es falso. Antes, cuando los trabajadores tenían una salario decente y los banqueros no jugaban a la ruleta rusa con la Economía, las normativas que regulaban el comercio no fueron un obstáculo para su auge.
Según las estimaciones oficiales en las que se basa la Unión Europea, siendo optimistas, el impacto del TTIP sería de un 0,5% del PIB, una sólo una vez. Y los supuestos sobre los que se basan estas estimaciones son muy dudosas. Más bien es posible que el TTIP, mediante unamayor presión competitiva para reducir los salarios, suponga en realidad un descenso del PIB en Europa.
El TTIP, aunque se trate de un objetivo de máxima prioridad tanto para los líderes de la UE como de la Administración Obama, cuenta con una creciente oposición en ambas regiones. En Europa se está produciendo un aumento del escepticismo sobre un punto central del Tratado, el que hace referencia a la Solución de Controversias entre Inversionistas y los Estados (ISDS), que permite a las Corporaciones demandar a los Gobiernos en asuntos relevantes mediante soluciones extrajudiciales para impugnar aquellas leyes o normas que presuntamente interfieran en el libre comercio y los derechos de propiedad, es decir, en todas aquellas normas sociales significativas. En el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, modelo para el TTIP, las empresas con sede en Estados Unidos, Canadá y México, han demandado con éxito a los tres Gobiernos para debilitar las normas regulatorias.
La oposición en Europa al ISDS en tan fuerte que se debería suprimir esa disposición, a pesar de que muchas Corporaciones estadounidenses han lanzado un ultimátum para que no desaparezca.
Mientras tanto, en Estados Unidos, el Presidente Obama esperaba que el Congreso le diese autoridad para la negociación comercial antes de la elecciones de noviembre o antes de encontrarse con un Congreso muy dividido. Pero eso no sucedió. Nadie sabe si un Congreso controlado por los Republicanos tiene más o menos probabilidades de que Obama tenga la autoridad que necesita para concluir el acuerdo comercial.
Por un lado, las empresas estadounidenses, el principal motor que hay detrás del TTIP, están ansiosas por la firma del acuerdo. Mitch McConnell, el nuevo líder de la mayoría republicana en el Senado, habló de su apoyo al TTIP justo después de las elecciones de noviembre. El TTIP es el terreno común proempresarial que Obama ha sido capaz de encontrar con sus oponentes republicanos.
Por otra parte, el desprecio de los republicanos hacia Obama ha llegado a su culmen tras el uso que ha hecho el Presidente para normalizar la situación de millones de inmigrantes y lograr una distensión de las relaciones con Cuba. Hay muchos republicanos a los que les gustaría que Obama no se apuntase el éxito de tan importante acuerdo comercial, como los populistas de derechas que no quieren renunciar a la soberanía estadounidense.
Si el TTIP sigue bloqueado, es más probable que lo siga desde el lado europeo, donde el tratado se ve como un intento para imponer unos controles más débiles frente a los deseos de las Corporaciones en una Unión Europea cuyas naciones están muy por delante de Estados Unidos en regulación de la salud, la seguridad, el medio ambiente y la protección laboral.
Dado el tradicional apoyo de Europa a otra forma de capitalismo, la pregunta sigue siendo: ¿por qué apoyan los líderes de la UE la firma del acuerdo y la filosofía que representa?
Parece que hay dos razones principales. En primer lugar, con la desregulación financiera que provocó el colapso económico y las políticas de austeridad que se siguen prolongando de forma innecesaria, el TTIP encarna el mismo paquete ideológico, una ideología que se conoce como Neoliberalismo.
El hecho de que el Neoliberalismo haya fracasado de forma estrepitosa no parece preocupar a los líderes europeos. Se trata de una lucha por el poder, no se trata de aportar pruebas o de conseguir unos beneficios prácticos. Las Corporaciones y los Banqueros de ambos lados del Atlántico hacen más dinero cuantas menos restricciones sociales tengan, incluso cuando la economía se encuentre aletargada y decenas de millones de personas se encuentren sin trabajo.
La segunda razón para el apoyo del TTIP, es que el comercio es una forma práctica de cambiar de tema. Si las medidas de austeridad han fracasado, pues vamos a hablar de otra cosa, busquemos la salvación en un acuerdo comercial. Pero incluso los más fervientes defensores del TTIP no piensan que este acuerdo vaya a traer mejoras.
Esperemos que en la próxima ronda de negociaciones del TTIP, la octava, que serán presumiblemente en febrero, el TTIP muera por su propio peso. Entonces, tal vez, los líderes políticos de ambos lados del Atlántico se centren en los verdaderos y apremiantes problemas económicas: alto desempleo, grotesca desigualdad económica, la necesidad de afrontar los problemas medioambientales y buscar unas perspectivas de vida decente para las gentes. Teniendo en cuenta estos inmensos desafíos, el empeño puesto por las élites políticas en este acuerdo comercial es peor que una farsa.
Por Robert Kuttner, 5 de enero de 2015
Robert Kuttner es cofundador y coeditor de la revista The American Prospect. Fue columnista de la revista Business Week, y continúa escribiendo en el Boston Globe y The Huffington Post. Es autor de A Presidency in Peril: The Inside Story of Obama’s Promise,Wall Street’s Power, y the Struggle to Control our Economic Future, Obama’s Challenge, así como de otros libros.
Procedencia del artículo:
http://noticiasdeabajo.wordpress.com/2015/01/06/ttip-la-ilusion-de-los-lideres-europeos-de-levantar-la-maltrecha-economia/