La completa destrucción por Yahvé de las ciudades de Sodoma y Gomorra y sus alrededores, donde murieron todos sus habitantes, en castigo por su vida depravada, demuestra que Yahvé era un «dios» que no se andaba con chiquitas a la hora de castigar ejemplarmente a quienes se le oponían. Un «dios» nada misericordioso, sino vengativo y cruel.
Un «dios» que, según todo señala, usaba para escarmentar a los pueblos el expeditivo método de lanzarles «castigos divinos» de efectos muy similares al de las actuales bombas atómicas. «El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar. Entonces Yavhé hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Yavhé desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra». (Génesis 19, 23-25).
Realmente no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que indujo a Yahvé a arrasar no sólo Sodoma y Gomorra, sino también las ciudades de Admá y Seboyim, así como todo rastro de vida en un radio de varios kilómetros a la redonda.
Porque la razón esgrimida por los «ángeles» acerca de la depravación de que hacían gala sus habitantes no parece de suficiente peso como para justificar que fueran eliminados sin más de la faz de la Tierra, salvo que con su destrucción se quisiera dar «ejemplo» a los demás pueblos de la región, cuya idolatría sí que podría ser un peligro potencial para los planes de Yahvé, tal como podemos extraer de los siguientes versículos: «La generación futura, vuestros hijos que vendrán después de vosotros, así como el extranjero llegado de un país lejano, verán las plagas de esta tierra y las enfermedades con que Yahvé la castigará, y exclamarán: azufre, sal, calcinación en su tierra entera; no se sembrará ni germinará, ni hierba alguna crecerá sobre ella, como en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, Admá y Seboyim, que Yahvé asoló en su ira y su furor.
Y todas las naciones preguntarán: “¿Por qué ha tratado Yahvé así a esta tierra?, ¿por qué el ardor de tan gran ira?”; y se dirá: “Porque han abandonado la alianza que Yahvé, Dios de sus padres, había concluido con ellos al sacarlos del país de Egipto; porque se han ido a servir a otros dioses y se han postrado ante ellos, dioses que no conocían y que él no les había dado en suerte. Por eso se ha encendido la ira de Yahvé contra este país y toda la maldición escrita en este libro”». (Deuteronomio 29, 21-26). No parece, pues, que se puedan albergar muchas dudas sobre el «sistema» empleado para realizar esta «hazaña», pareciendo todo indicar que se trató de un bombardeo —posiblemente nuclear— realizado sobre Sodoma y Gomorra, el que hizo desaparecer en un instante todo rastro de vida de la zona.
Recordemos que la advertencia que recibieron Lot y su familia de que se alejaran rápidamente del lugar no fue tenida en cuenta por su esposa, que muy probablemente se quedó rezagada para contemplar qué es lo que iba a ocurrir.
Curiosidad que le costó la vida ya que debió ser la ola de calor que presumiblemente produjo la deflagración lo que la convirtió en «estatua de sal», quedando su cuerpo calcinado y desecado de forma instantánea, tal como ocurre en este tipo de fenómenos.
Y aunque la hipótesis del bombardeo nuclear repugne a quienes siguen pensando que los relatos de la Biblia son producto de la inspiración divina y que, por tanto, lo que hizo Yahvé respondía al justo castigo de «Dios» por la depravación de unos hombres, hemos de decir que la destrucción de Sodoma y Gomorra no fue la única de esas características que se produjo en la antigüedad, como demuestran muchos de los hallazgos arqueológicos que se han venido produciendo desde el siglo pasado.
Porque tales hallazgos nos dicen bastante claramente que nuestra humanidad ha tenido que soportar, en muchas ocasiones, la «justicia divina» de unos «dioses» no tan bondadosos como en principio cabría suponer. «Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal.
Y subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de Yavhé. Y miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno». (Génesis 19, 26-28) Así lo demuestra, por ejemplo, el hallazgo de Albion W. Hart, uno de los primeros ingenieros graduados en el Massachusetts Institute of Technology, cuando marchó al interior de África para hacerse cargo de un proyecto de ingeniería. Mientras él y sus hombres se encaminaban a una región casi inaccesible, tuvieron que cruzar una gran extensión desértica. Pues bien, en aquel momento se sintió desconcertado y totalmente incapaz de explicar la gran masa de cristales verdosos que cubría la arena hasta donde la vista alcanzaba.
Sin embargo, años más tarde, cuando pasó por la zona de White Sands tras la primera explosión atómica en la misma, reconoció el mismo tipo de fusión silícea que había visto cincuenta años antes en el desierto africano. Descubrimiento que le dejó perplejo. Pero no ha sido el único. Otros arqueólogos han encontrado hallazgos similares a los de Hart, poniendo de relieve que no se debieron a catástrofes causadas por volcanes, tormentas, conflagraciones entre los hombres o caída de aerolitos, sino que el aspecto que presentan correspondería al que tendrían después de una reacción atómica.
Tal es el caso de unas antiguas ruinas halladas en Arabia que datan de la época en la que la parte sur de la Península Arábiga era fértil y contaba con bastante agua. En Arabia occidental existen 28 campos de piedras abrasadas y dispersas, cada uno de los cuales cubre unas 7.000 millas cuadradas de extensión.
Las piedras tienen los bordes afilados, están agrupadas en densos bloques y poseen el color negro propio de la combustión. Su origen no es volcánico y parece remontarse a un periodo en el que, antes de verse transformada de pronto en un seco desierto, Arabia era una tierra exuberante y fructífera. En muchos lugares de la Tierra se han encontrado inexplicables zonas vitrificadas de épocas remotas, muy similares a cómo quedó la zona de White Sands, en Estados Unidos, tras la primera explosión atómica… de la era moderna.
Mucho más cerca de donde se supone estuvieron situadas las ciudades de Sodoma y Gomorra, unas excavaciones exploratorias realizadas en 1947 en el valle del Eufrates, al sur de Irak, dejaron al descubierto una capa de vidrio fundido de color verdoso cuya antigüedad data de un periodo anterior a la cultura sumeria. Bueno, pues una vez más, a lo único que se parecía ese cristal fundido de varios miles de años de antigüedad era… al suelo del desierto de la zona de White Sands (Nuevo México) después de que las explosiones nucleares hubieran derretido la arena y las rocas. Los chinos han realizado cerca del lago Lob Nor, en el desierto de Gobi, pruebas nucleares que han dejado grandes extensiones de terreno cubiertas de arena cristalizada.
Pero el desierto de Gobi cuenta con otras zonas de ese mismo tipo de arena… conocidas desde hace miles de años. Y lo mismo podríamos decir de los fuertes construidos en lo alto de las colinas de toda la orilla del Atlántico oriental, desde las islas Lofoden, en la zona norte de Noruega, hasta las islas Canarias, que se transformaron en lo que se llama «fuertes fundidos», pues las rocas o piedras apiladas de sus murallas circulares se han convertido en vidrio en sus caras internas. Y también en el Pacífico occidental se han encontrado vitrificaciones parecidas. Fenómeno que igualmente se ha observado en terraplenes y murallas de las Islas Británicas.
Es el caso, por ejemplo, de las piedras de la cara interna de una larga muralla cercana a Maughold, en la isla de Man, que están fundidas, al igual que las misteriosas torres vitrificadas de Escocia y de otras regiones. Todo parece indicar que la destrucción de Sodoma y Gomorra se debió a sendas bombas nucleares, que no solo acabaron con las dos ciudades, sino con todo lo que había alrededor de las mismas.
Otro ejemplo lo representa el que se refiere a una de las ciudades más antiguas de todo el mundo, Catal Hüyük, en la zona centro-sur de Turquía. Según las primeras evidencias encontradas, la ciudad parecía hallarse en pleno apogeo cuando, de repente, se extinguió sin explicación aparente. Bien, pues los arqueólogos han descubierto gruesas capas de ladrillo quemado en uno de sus diversos niveles, el llamado VIa, bloques que se habían fundido entre sí debido a un calor tan intenso que sus efectos se hicieron sentir un metro por debajo del nivel del suelo, donde se carbonizó la tierra, los restos óseos de los muertos y los regalos funerarios enterrados junto a ellos. Paralelamente, la descomposición o corrupción bacterial de los cadáveres se había visto interrumpida por tan tremendas temperaturas.
Por último, mencionaremos las construcciones reales halladas en las excavaciones que se realizaron en el norte de Siria, conocidas por el nombre de Alalakh o Atchana. Pues bien, estas construcciones habían sido calcinadas tan intensamente que el mismo núcleo de las gruesas murallas estaba formado por ladrillos rojos fundidos entre sí, el recubrimiento de barro y arcilla de las murallas estaba vitrificado y las piedras de basalto de algunas partes habían llegado a fundirse. Evidentemente, la Arqueología no puede aceptar como posible el hecho de que en la antigüedad más remota existieran ingenios capaces de producir reacciones termonucleares similares a las que se han producido por la mano del hombre en el presente siglo. Y, sin embargo, en los libros sagrados y leyendas de numerosos pueblos antiguos encontramos relatos sobre guerras entre los «cielos» y la Tierra, donde —como en Sodoma y Gomorra— el cataclismo hiciera —según se dice textualmente en la Biblia— que «el humo se elevase como el de un gigantesco horno» (perfecta descripción del hongo que produce una bomba atómica).
Y ello tanto en las escrituras de los hindúes y de los judíos como en las de los mitos de pueblos tan distintos y alejados entre sí como los nativos americanos y los habitantes de África. Quizás los relatos de la Biblia sobre Sodoma y Gomorra no sean más que reflejos de los acontecimientos que debieron producirse en ese tiempo en el que los «dioses» pululaban por la Tierra, haciéndose presentes en muchos lugares del planeta y eliminando expeditivamente a todos aquellos pueblos que no siguieran sus mandatos.
En sus libros, el conocido historiador Zecharia Sitchin expone sin tapujos cómo los dioses manejaban armas mucho más potentes que las que actualmente dispone nuestra humanidad con el objetivo de hacerse respetar por los habitantes de los pueblos que controlaban. Aunque la verdad de todo lo acontecido en tiempos remotos es, probablemente, algo que tal vez nunca lleguemos a saber. Sin embargo, los descubrimientos arqueológicos hallados hasta el momento son mudos testigos de un pasado donde la ira de los dioses dejó su marca en las piedras.
Quizás cuando la ciencia abra los cajones donde se esconden esas pruebas «que nunca debieron haber aparecido donde lo hicieron» y se cuestione seriamente que la cronología aceptada oficialmente para poner un orden en nuestra historia debe ser revisada en profundidad, sea el momento de poner al ser humano en el verdadero lugar que le corresponde y logre así soltarse de la mano de unos «dioses» que, lejos de cuidarle y alimentarle como padres, le han manipulado en todos los sentidos. Publicado el 27 de abril de 20150 comentarios Etiquetas: antiguos astronautas , biblia , gomorra , nuclear , sodoma , yavhe
Artículo publicado en MysteryPlanet