miércoles, 29 de mayo de 2013

El Pozo del Tesoro en la Isla del Roble (Oak)

La isla de Oak (Roble), en Canadá, tiene montones de leyendas sobre posibles tesoros enterrados por los piratas que, en un tiempo, pulularon por la zona.


En un día de verano de 1795, tres chicos pensaron en ellas cuando se encontraron ante un hoyo de tierra circular, de tierra excavada ya sedimentada y bajo las ramas de un roble, de las que colgaban restos podridos de aparejos de un barco.

Eran tres amigos: John Smith, Daniel McGinnis y Anthony Vaughan. Al cavar sacaron en un principio tierra blanda que cubría un pozo, de duras paredes de arcilla. A los 60 centímetros encontraron una capa de piedras lisas, cortadas a propósito y de un tipo de piedra que no se encontraba en la isla. Evidentemente se encontraban ante un pozo construido a conciencia.

A los 3 metros hallaron una plataforma de troncos de roble, incrustada horizontalmente, pero no encontraron bajo ella el tesoro anhelado sino de nuevo tierra sedimentada. Era evidente que se trataba de una construcción trabajosa y nada apresurada. Pero no sabían hasta qué punto…

A los 6 metros había otra plataforma de roble y debajo, de nuevo, tierra sedimentada. La decepción y el agotamiento les hizo desistir. Sin embargo no pudieron olvidar el enigmático pozo y años después, en 1803, participaron como miembros destacados en la expedición Onslow, que trató seriamente de aclarar el asunto.

Cada 3 metros aparecía una plataforma de roble, pero no idénticas. Algunas eran especialmente gruesas y reforzadas con fibras de coco, masilla y carbón vegetal.

A los 27 metros encontraron una losa de pórfido, material prácticamente inencontrable no sólo en la isla del roble sino en toda Norteamérica. 

Y en la losa una inscripción en un alfabeto desconocido para todos los miembros de la expedición. 

En este punto hay varias hipótesis. Algunos expertos quisieron traducirlo en una frase un tanto pueril y absurda, basándose en un código de cifras sencillo, que diría: “trece metros más abajo están enterrados dos millones de libras”. Pero otros, como el profesor Barry Fell, un experto en lenguas antiguas, llegó a la conclusión de que se trataba de un dialecto copto mediterráneo, cuyo significado sería religioso. (Foto de la losa encontrada más abajo a la derecha).

A partir de entonces se especuló con el posible contenido del pozo, aventurando la posibilidad de que no fuera un tesoro lo enterrado allí, o al menos no un tesoro monetario, sino de otro tipo, o quizás una tumba de alguien especial. Incluso algunos especularon con la posibilidad de alguna relación con Egipto, no sólo por el posible dialecto copto, sino por el propio material de la losa, el pórfido. Pero en ese caso… ¿cuándo y por qué trasladar materiales desde tan lejos?.

Al seguir excavando, a la altura de los treinta y pocos metros, el agua empezó a filtrarse en el pozo, pero ya atardecía y a pesar de que tocaban una nueva capa de algo duro, quizá otra capa de troncos de roble, decidieron que retomarían el trabajo al día siguiente.

Pero al día siguiente el agua había subido hasta 10 metros y seguía subiendo. Y dado que los miembros de la expedición eran gente de la zona, que no podía abandonar su trabajo más tiempo, se dieron por vencidos.

Durante los años siguientes hubo otras varias expediciones, con parecidos resultados. Y sus tres jóvenes descubridores siguieron participando en ellas hasta que murieron de viejos.

A lo largo del tiempo se descubrieron datos importantes y curiosos: una extensa zona de playa en Smith’s Cove era artificial. No sólo eso, tenía un sistema de desagües que abastecían túneles, conectados directamente con los niveles más bajos del dichoso pozo. Y a pesar de la tecnología moderna, se llegó a la conclusión de que parece imposible cortar el flujo del agua, porque además del agua de mar existen otras corrientes subterráneas muy potentes (se ha especulado con un pantano del centro de la isla, entre otras cosas).

En la ya citada zona de playa artificial de Smith’s Cove se han encontrado restos de inmensos troncos con lo que parecen inscripciones en números romanos, y se ha especulado con la posibilidad de que formaran parte de un dique para la construcción y excavación de todo ese sistema de canales, túneles y desagües.

Algunas expediciones trataron a su vez de construir algún dique para bloquear el túnel de agua principal, pero todos fueron destruidos por la fuerte corriente atlántica. Es decir se añadía un nuevo misterio: cómo lo consiguieron los constructores del dique primitivo. ¿Sencillamente porque el nivel del mar sería muy inferior?. En ese caso se tendría que hablar de mucho tiempo antes…

Las expediciones se han seguido sucediendo hasta ahora, sin lograr nada, excepto el encuentro con más detalles que aumentaban el misterio del dichoso pozo, como por ejemplo, lo obtenido en 1849 por una excavadora que subió a la superficie eslabones de una cadena de oro y un fragmento de pergamino, que dio lugar a nuevas y especulativas teorías queriendo vincular al lugar a uno de los personajes que siempre se quieren relacionar con todo tipo de misterios: Francis Bacon.

En 1897 volvieron a encontrarse restos de pergamino con borrosas iniciales o letras. En 1967-69 se encontró madera del siglo XVI y un pedazo de latón muy antiguo.

En 1972 una cámara submarina captó lo que podrían ser un par de cofres en medio de todo un laberinto de túneles, lo que parecía un cadáver y hasta una mano cortada. Pero la visión no fue nada clara por lo turbio del agua debido a la gran cantidad de sedimentos y todo quedó en meras posibilidades.

Pero volviendo al siglo XIX nos encontramos con un personaje más o menos enigmático. Se trataba del capataz James Pitblado, que en 1849 robó algo que salió enganchado en la perforadora ante un testigo, que le pidió inútilmente que lo devolviera, o al menos lo enseñara. 

El capataz se negó, abandonó la isla, poco después trató de comprarla sin éxito y murió en un accidente laboral, al margen del pozo, y sin hablar de su descubrimiento.

Hablando de muertos surgió una leyenda que afirmaba que el misterio se resolvería cuando murieran 7 personas. En 1861 la explosión de una caldera mató a un hombre. En 1897 murieron otras dos personas. Y en 1965 las cuatro últimas en un mismo día. Y no es la única leyenda. Se empezó a hablar de apariciones extrañas de seres y animales, o fantasmas de soldados ingleses del siglo XVIII.

Para complicar más las cosas el geólogo Bob Dunfield utilizó una excavadora gigantesca para extraer toneladas de arcilla y lo que logró fue destruir detalles curiosos y significativos, como por ejemplo, un triángulo y un dibujo de piedras que parecían indicar la dirección del pozo desde las cercanías, que se había descubierto en 1897.

Un grupo de exploración (traducido: La Compañía de exploración de la Isla del Roble) ha comenzado a tratar los problemas de ingeniería globales de la excavación, llegando por ahora a la conclusión de que es imposible controlar las inundaciones subterráneas del pozo, que comunican directamente con el océano Atlántico, además de no entender las estructuras subterráneas de la isla.

En fin, las teorías siguen pululando locamente en torno al misterioso pozo. Por supuesto no faltan las de siempre ¿estaría allí enterrado el tesoro templario desaparecido tras la eliminación de la orden?...

Sea como sea las intenciones de los constructores son contradictorias. Por un lado convertir lo enterrado allí en inalcanzable y por otro señalar su ubicación… Como si lo importante fuera el efecto creado en la gente. No sólo despertar su codicia sino espolear la necesidad de misterios, que es igual o mayor en todos los seres humanos. Incluso tiene algo que me recuerda al pretexto típico utilizado por Hitchcock en sus películas. Es decir presentar al principio un detalle que, aparentemente, fuera el desencadenante de la historia, para enseguida abandonarlo para ser sustituido por otro motivo y otra trama. O, como en el poema de Itaca del poeta Kavafis, lanzar un señuelo que sirva de motor para ponerse en marcha, pero desvelar con el paso del tiempo que lo importante no es alcanzar ese objetivo sino el viaje en sí mismo. Es más, llegar a descubrir que lo deseable es que ese objetivo no se alcance nunca, para así prolongar el viaje hasta la muerte.

Y rozar así el sentido del sinsentido. Yo al menos me quedo con eso. Con tantas y tantas cosas que en la vida apuntan, una y otra vez, en esa misma dirección. Con lo cual espero que nunca se llegue al fondo del pozo. Pero si alguien tiene ganas de aventuras, ahí sigue la isla del Roble en la costa atlántica de Canadá, esperándole con todo el tiempo del mundo. Le deseo suerte y felices y enriquecedoras experiencias.

[Tesa Vigal]

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