El quilombazo catalán no va a salir gratis a nadie. Se han cruzado ya todas las líneas Maginot que un Estado democrático, constitucional, europeo y moderno puede tolerar.
El cristo interno en el variopinto conglomerado secesionista es perfectamente descriptible. Por un lado, vemos al representante por antonomasia de la burguesía catalana (alta, media y baja), señor Mas –demolt honorable sólo conserva el Audi blindado a costa de los contribuyentes–, sostenido por los comunistas de Izquierda Unida y, además, por los antisistema de la CUP, que si un día llegaran a gobernar la pequeña república catalana colgarían de una pica a sus compañeros de viaje en forma de tontos útiles.
Lo ocurrido, irreversible en las connotaciones políticas stricto sensu, no es un asunto baladí como quieren hacernos creer algunos analistas del cazo y de todas las situaciones. Se trata de un hecho muy serio y grave.
Cuando Mas y sus conmilitones carlistas (un tal Francesc Homs, principalmente, gran culpable de la deriva) decidieron echarse al monte, Jordi Casas, a la sazón jefe de la delegación de la Generalitat de Cataluña en Madrid, presentó su dimisión irrevocable en un gesto que le honra y que no ha sido convenientemente valorado. Fue siempre militante de Unió Democrática de Catalunya y uno de los colaboradores esenciales y de la primera hora deJosep Antoni Duran i Lleida.
Éste, ahora, se lleva las manos a su pelado cráneo, ante el comportamiento deJoana Ortega, vicepresidenta del Govern, que se ha pasado con armas y bagajes al 'imperio Mas'. Se le conoce como la 'gran traidora'. Parece mentira que el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados no conociera después de tantos años en política que un coche oficial, prebendas y sinecuras son más potentes que el rayo de Damasco.
Artur Mas pretende también que en las filas del PSC se produzcan 'joanas' a destajo porque su desvarío necesita de testigos en acción.
Se ofrece todo: dinero, carguete, chollo, sinecura, mamandurria y fuelle.
¡Con un par!
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