Un grupo de funcionarios y tecnócratas de la derecha fundamentalista, en cuyas manos está el diseño y la ejecución de la política militar norte americana.
Roger Garaudy en “Los Mitos Fundacionales de la Política Israelí” dice que en noviembre de 1976 Nahum Goldmann, presidente del Congreso Judío Mundial, que vino a Washington a ver al Presidente y a sus consejeros Vance y Brzezinski, dio un consejo inesperado a la administración Carter: “Hacer añicos el lobby sionista en los Estados Unidos”. Goldmann había consagrado su vida al sionismo y había jugado un papel de primer orden en el “lobby” desde la época de Truman; ahora decía que su propia creación, la Conferencia de Presidentes, era una “fuerza destructiva” y un “obstáculo mayor” para la paz en Oriente Medio, agrega Garaudy. Entre los integrantes más sobresalientes del lobby en el presente (nucleados alrededor de la figura señera de Donald Rumsfeld) sobresale el secretario adjunto de defensa, Paul Wolfowitz, para muchos el verdadero cerebro del Pentágono. Otros miembros destacados del grupo son Douglas Feith, el número tres en el Pentágono; Lewis “Scooter” Libby, un protegido de Wolfowitz que es jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney; John R. Bolton, un ultraderechista que revista en el Departamento de Estado con la misión de “controlar” a Colin Powell, rival interno del lobby; y Elliott Abrams, a cargo de la política de Medio Oriente en el Consejo Nacional de Seguridad.
También son integrantes destacados James Woolsey, ex director de la CIA, autor de la operación que intentó vincular a Saddam Hussein con el 11-S y con las cartas con ántrax en EE.UU; y Richard Perle, que renunció a su cargo de asesor del departamento de Defensa tras un escándalo empresarial. Wolfowitz y Feith mantienen vinculaciones directas con el lobby israelí judío-estadounidense que opera tanto en Defensa como en el Complejo Industrial norteamericano. Wolfowitz opera como contacto de la administración Bush con el Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés). Feith fue galardonado por la Organización Sionista de EE.UU., donde, y a pesar de ser un funcionario estadounidense, es considerado como un “activista pro-Israel” más. Durante la administración Clinton, sin cargo oficial, Feith preparó un plan estratégico para el Likud israelí en colaboración con Perle, en el cual se “recomendaba” al gobierno de Israel que abandonara el proceso de paz iniciado en Oslo, que recolonizara los territorios y aplastara al gobierno de Yasser Arafat con el poder militar.
Curiosamente la mayoría de estos expertos y tecnócratas que manejan las estructuras estratégicas del Pentágono nunca sirvieron en las fuerzas armadas, y son mirados con recelo y desconfianza por los militares de carrera del Pentágono, en su mayoría republicanos. Provienen principalmente del lobby sionista de Israel, la derecha cristiana, los think-tanks, las fundaciones y los grandes consorcios mediáticos -diarios y cadenas televisivas y radiales- que integran la logia empresarial contratista del Complejo Militar Industrial. Una vez que abandonan sus cargos en la administración estadounidense pasan a desempeñarse en los think-tanks (gabinetes estratégicos) como el American Enterprise Institute (AEI), y el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), desde los cuales siguen operando ideas y negocios para el lobby desde la función privada. El dinero para su financiación proviene de las megacorporaciones, petroleras, armamentistas, tecnológicas, financieras, que hacen negocios tanto con el Complejo Militar Industrial como con Wall Street, y también de fundaciones conservadoras al estilo de Bradley y Olin que utilizan las fortunas legadas a tal fin por magnates que ya dejaron este mundo.
Todas estas corporaciones son beneficiarias directas de las operaciones de conquista militar lanzadas por el Pentágno, y, como ya se comprobó en Irak, tras la obra devastadora de los tanques y misiles participan de los gigantescos negocios que les abre la “reconstrucción” de los países arrasados. El lobby judío opera sobre los cuatro sectores claves del poder estadounidense: Defensa, el Complejo Militar Industrial, Wall Street y los medios de comunicación, vinculados a los consorcios armamentistas, petroleros, financieros y tecnológicos a través de infinitas redes y vasos comunicantes. Tal es el caso de los diarios The Washigton Post, The New York Times y las principales agencias y cadenas radiales y televisivas de Estados Unidos. Todo este complejo entramado de intereses capitalistas con los consorcios mediáticos esta entrelazado por medio de fusiones; de accionistas y de estructuras societarias anónimas, o por el simple hecho de compartir los mismos directivos y accionistas.
El vínculo principal entre los think-tanks del Pentágono y el lobby, es el Instituto Judío de Asuntos de Seguridad Nacional (JINSA, por sus siglas en inglés) de Washington, que apoya al Likud, y que también emplea a muchos especialistas no-judíos en temas militares que realizan continuos viajes a Israel. Conducidos por Cheney y Rumsfeld, muchos de ellos participaron de la creación de la OSP (Office of Special Plans), también conocida como la “agencia invisible”, desde la cual se planificó la primera invasión a Iraq del padre de Bush, reinstalada en la Casa Blanca con la llegada de W. Tras el ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono vieron el camino despejado para la nueva guerra de conquista de Irak y la implementación de un proyecto más ambicioso: las guerras preventivas como elemento decisivo de la política militar exterior norteamericana posterior a la Guerra Fría.
Las cruzadas contra el “eje del mal”
Las teorías conspirativas sobre Bin Laden y el “terrorismo amenazante” que sirvieron para justificar la invasión a Afganistán tras el 11-S, y luego la invasión a Irak, fueron elaboradas por el lobby judío en la OSP, en vinculación directa con el equipo conducido por la asesora en Seguridad Nacional de Bush, Condoleezza Rice, que compone junto con Cheney y Powell la primera línea de influencia en la Casa Blanca. Desde allí el lobby construyó las principales teorías legitimadoras de la nueva invasión a Irak en base a informes falsos como lo fue, por ejemplo, la información provista a Bush sobre las armas químicas de Saddam, y sus presuntas vinculaciones con la organización Al Qaeda de Bin Laden. Experiencia que le valió el mote de “fabrica de mentiras” con que se conoce a esta oficina invisible del lobby en el Pentágono. Actualmente el lobby con su jefe, Donald Rumsfeld, incrementó su presión sobre la Casa Blanca para que ordene acciones militares puntuales contra Siria, básicamente bombardeos “selectivos” como los realizados en Irak antes de la invasión. La desmembración de Siria e Iraq en regiones determinadas, en base a criterios étnicos o religiosos, es un objetivo prioritario para Israel, y la primera etapa de este proceso pasa por la destrucción del poderío militar de dichos estados y de los grupos de resistencia islámicos que hoy desestabilizan la ocupación militar de Irak.
El lobby impulsa abiertamente la intervención militar en todo el mapa de Medio Oriente para eliminar “la amenaza árabe a Israel”, y sostiene que Israel y Turquía son los únicos verdaderos Estados-naciones de la región y han estado pronosticando la desintegración de algunos Estados árabes desde la primera Guerra del Golfo. Su “biblia” funcional se condensa en un documento del año1996 titulado “Un cambio nítido: una nueva estrategia para asegurar el territorio nacional,” escrito por el grupo JINSA para aconsejar al entonces primer ministro entrante israelí Benjamin Netanyahu. Este documento abreva en las raíces de la “teoría de los bolos” del Oriente Medio, según la cual un golpe dirigido contra Irak podría derribar varios regímenes árabes del Medio Oriente. La misma teoría la repiten ahora poniendo en el centro a Siria y a las organizaciones radicalizadas árabes que combaten a la ocupación militar de EE.UU. en Irak.
El Estado de Israel
Escribiendo sobre la financiación del Estado de Israel (fuente motriz del lobby judío del Pentágono) James Petras dijo que “los contribuyentes norteamericanos han venido sufragando la maquinaria militar israelí durante 35 años a razón de 3 billones de dólares por año concedidos en concepto de ayuda directa (más de 100 billones en total, y la cuenta sigue).
Aunque los judíos constituyen una minoría en cada uno de esos sectores -continua Petras- , disfrutan de un poder e influencia desproporcionados porque están organizados, son activos y concentran toda su labor en una única cuestión: la política de los Estados Unidos en el Oriente Medio, y, de forma específica, en garantizar el apoyo militar, político y financiero masivo, incondicional e ininterrumpido de los Estados Unidos a Israel.
Judíos pro israelíes se hallan representados de forma desproporcionada en el mundo financiero, político, profesional, académico, inmobiliario, en el sector de los seguros y en los medios de comunicación de masas. Maniobrando desde sus puestos estratégicos en la estructura del poder, son capaces de influir en la política y censurar la circulación de cualquier voz disidente en los medios de comunicación y en el sistema político”, agrega el pensador norteamericano. El mayor vínculo entre los think-tanks conservadores y el lobby de Israel es el Instituto Judío de Asuntos de Seguridad Nacional (JINSA, por sus siglas en inglés) de Washington, que apoya al Likud, y que involucra a muchos expertos no-judíos de Defensa, quienes hacen constantes viajes a Israel en carácter de consultivos de los halcones de los gobiernos sionistas como el de Sharon.
Los vínculos mediáticos derechistas
Michael Lind, autor de “Made in Texas: George W Bush and the Southern Takeover of American Politics”, dice que “los intelectuales del lobby cuentan con el apoyo de varios imperios mediáticos derechistas, con raíces -por extraño que parezca- en la Comunidad Británica de Naciones y en Corea del Sur. Rupert Murdoch difunde propaganda a través de su canal Fox Television. Su revista, dirigida por William Kristol, el antiguo jefe de equipo de Dan Quayle (vicepresidente, 1989-93), actúa como portavoz de los intelectuales de Defensa como Perle, Wolfowitz, Feith y Woolsey, así como del gobierno de Sharon. The National Interest (del que fui editor ejecutivo, 1991-94) -prosigue Lind -es financiada ahora por Conrad Black, propietario del Jerusalem Post y del imperio Hollinger en Gran Bretaña y Canadá. Lo más extraño de todo es la red mediática centrada en el Washington Times – de propiedad del mesías surcoreano (y ex convicto), el reverendo Sun Myung Moon- que es propietario de la agencia noticiosa UPI. UPI es dirigida ahora por John O’Sullivan, el escritor de discursos de Margaret Thatcher que solía trabajar como editor para Conrad Black en Canadá.
A través de canales semejantes, el estilo sensacionalista del periodismo británico de derecha, así como su sustancia eurofóbica, han contaminado el movimiento conservador de EE.UU. Los ángulos neoconservadores del Pentágono fueron unidos en los años 90 por el Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC), dirigido por Kristol desde las oficinas del Weekly Standard, agrega el autor de “Made in Texas”. Durante la administración Clinton los tecnócratas del lobby escribieron y publicaron una serie de “cartas abiertas”, a través de las cuales recomendaban a EE.UU. que invadiera y ocupara Irak y que apoyara las campañas militares de Israel contra los palestinos y sus organizaciones de resistencia.
Operación invasión
Refiriéndose al lobby Heinz Dieterich escribió que “durante el gobierno de Bill Clinton, la camarilla presionó al Presidente, para que “removiera al régimen de Sadam Hussein del poder”, si fuese necesario por la fuerza, y que hiciera una política “más aseverativa” en Medio Oriente. En un reporte preelectoral del 2000, revelaron una premonición tan extraordinaria como sospechosa: afirmaron que esos cambios se darían lentamente, salvo que “hubiese un evento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbour”. Clinton no les hizo caso, pero el fraude electoral de Bush los puso en el poder y los atentados del 11 de septiembre les dieron su evento “catastrófico y catalizador”, su “nuevo Pearl Harbour”, con el cual iniciaron lo que suelen llamar entre sí, “La Cuarta Guerra Mundial”.
Después de Afganistán -prosigue Dieterich-, el método de la invasión militar fue utilizado nuevamente en Irak, en marzo del 2003, para poner a Ahmed Chalaby, ex banquero criminal, refugiado en Estados Unidos, en el poder en Irak. En Georgia, de central importancia geoestratégica petrolera en la zona, Washington organizó una insurrección popular en noviembre del 2003 contra el corrupto estalinista Edward Shevanadze, para sustituirlo en enero del 2004 con un triunfo electoral del 86 por ciento, del abogado Mikhail Saakashvili, educado en Estados Unidos. A estos éxitos, la camarilla agrega los siguientes “triunfos”: la renuncia de Libia a sus proyectos de armas de destrucción masiva y la invitación a las petroleras estadounidenses, en diciembre del 2003, junto con sus negociaciones con Israel para reanudar las relaciones diplomáticas y su oferta de presionar a Irán, para que desista del desarrollo de armas nucleares. La nueva constitución de Afganistán y el compromiso de la OTAN, de priorizar su intervención en el país en el 2004″, concluye Dieterich.
La era Bush
El grupo de funcionarios del lobby se apoderó de la administración Bush hijo por medio del vicepresidente Dick Cheney, una especie de tutor político de W., cuándo éste estaba a cargo de la transición presidencial (el período entre la elección en noviembre y el acceso al poder en enero). Cheney, asesorado en las sombras por su socio y amigo el ex presidente George Bush, padre de W., se valió de esa circunstancia para colocar en la primera línea de administración republicana a los más reputados intelectuales y tecnócratas del lobby judío. Desde ese espacio clave empezaron a construir las nuevas coordenadas de la política exterior del Imperio y diseñaron la nueva estrategia colonizadora del Estado norteamericano: las guerras preventivas contra el “eje del mal”, plasmadas en el papel por la halcona negra Condoleezza Rice. El jefe de los “blandos”, o las “palomas”, de la Casa Blanca, el Secretario de Estado Colin Powell -otro funcionario de la más íntima confiianza de la familia Bush- fue rodeado por la red derechista “dura” de Cheney, integrada en sus primeras líneas por Wolfowitz, Perle, Feith, Bolton y Libby.
Sobre Powell y sus “palomas” descansa la política exterior de la Casa Blanca que los halcones del lobby boicotean permanentemente, acusando al ex general negro de “pro-europeo y claudicante al Consejo de Seguridad de la ONU”. En esa “interna” oscilante, cuyos personajes centrales son Rumsfeld y Powell, se alimenta toda la política exterior de Estados Unidos y sus intervenciones militares por el mundo. El lobby se aprovechó -se dice que con conocimiento de su padre- de la ignorancia e inexperiencia del fanático cristiano de derecha, George W. Bush. Carente del brillante curriculum de inteligencia que ostenta su padre, el ex presidente y ex director de la CIA, George W. fue cooptado rápidamente por el lobby de fundamentalistas que abreva tanto en la derecha cristiana del Pentágono como en la derecha judía del Estado de Israel. Convertido en una especie de “sionista cristiano” W. Bush orienta sus acciones y decisiones a partir de la influencia de tres personajes centrales: Dick Cheney, Condoleezza Rice y Colin Powell.
El lobby y Donald Rumsfeld, que mantiene relaciones de tipo inestable con Bush hijo, es monitoreado y a menudo descalificado por Colin Powell y los militares “profesionales” del Pentágono encabezado por el general Richards Myers. A este sector se suman ex funcionarios de la administración de Papá Bush, como Baker, Scowcroft y Lawrence Eagleburgeq que el año pasado advirtieron públicamente contra una invasión de Irak sin la autorización del Congreso y de la ONU. Si bien W. Bush traza su política exterior a partir del departamento de Estado conducido por Powell, el lobby infiltra sus posiciones a través de Condoleezza Rice y del vicepresidente Dick Cheney con conocimiento directo del padre del presidente de Estados Unidos. Durante el conflicto suscitado entre Cuba y algunos países latinoamericanos con EE.UU. a raíz de declaraciones de los funcionarios anticastristas de la administración Bush, fue Condoleezza Rice y no Powell quien salió a dar la posición oficial mediante declaraciones realizadas en la Casa Blanca.
Y esto tiene una lectura directa: el lobby derechista judío es totalmente funcional a las estrategias de la derecha fundamentalista cristiana de los anticastristas en Latinoamérica. Ambas líneas se potencian y se retroalimentan en las decisiones de la Casa Blanca para América Latina. El derrocamiento del presidente Hugo Chávez en Venezuela, el estrechamiento del cerco imperialista contra Cuba, las operaciones militares contra Siria y la preparación de la invasión a Irán, son algunas de las “tareas pendientes” que los tanques de pensamiento del lobby judío tienen encarpetadas y listas para la acción.
http://www.maestroviejodespierta.com/2014/07/31/vania-el-lobby-judio-y-la-guerra-de-irak/
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