Por SPECOLA | 27 marzo, 2020
En el Vaticano quedan cuatro gatos y de los cuatro no todos son operativos. En otros episodios complicados de la historia era posible encontrar católicos valientes y convencidos que estaban dispuestos a dar su vida por el pontífice, estos tiempos han pasado a mejor vida y el Papa Francisco está más solo que nunca.
Pasa las horas muertas en su habitación de la segunda planta de Santa Marta y la capilla ha quedado para su uso exclusivo para evitar contagios indeseados. Los pocos residentes que quedan están atrapados en este momento sin poder decidir trasladar su residencia. El Papa Francisco ha dado negativo, eso nos dicen, en la prueba del coronavirus.
El periodo de cuarentena se debe prolongar por unos días hasta asegurar que el virus no se hace presente. En estos momentos se ha reducido el contacto con personas al mínimo, pero un mínimo queda. La imagen del Papa Francisco en el demonizado palacio apostólico rezando el Padre Nuestro en Latín, deprisa, corriendo y con ganas de terminar cuanto antes denota que estamos viviendo tiempos de caos sin precedentes.
Parolín está desaparecido, al amigo Edgar no se le espera, los jefes de dicasterio enjaulados en sus madrigueras porque en ello les va la vida. Los empleados han desaparecido, mucho no hacían y vemos como todo se ha paralizado. El bloqueo de las conferencias episcopales y de muchas curias diocesanas hace que no llegue nada nuevo a los departamentos de la curia. El Vaticano ha desaparecido.
Hoy tenemos una bendición ‘urbi et orbi’ en la plaza de San Pedro vacía. En estos momentos, con todas las sillas retiradas, están colocando el Cristo milagroso de San Marcelo que ha llegado en un camión envuelto en material de protección. No viene acompañado de la devoción masiva de sus fieles como en otras ocasiones y vemos cómo se convierte en un elemento decorativo de un frio escenario.
Los nuncios intentan animar a los obispos para que se sume la mayor parte de fieles posible y no hacer un nuevo ridículo universal con un acto que a nadie interesa. Ya es tiempo de volverse hacia Dios y dejar de una vez las cámaras.
Queremos seguir viviendo del aplauso cuando ya no queda quién aplauda. No es mal momento para retomar la celebración diaria en la Capilla Sixtina mirando al impresionante Juicio Universal para darnos cuenta lo que de verdad nos debe preocupar. Hemos querido convertir a la Iglesia Católica en algo tan racional y humano que está siendo absolutamente despreciado por un mundo que no la necesita.
La presunta iglesia del ‘pueblo’ se ha quedado sin pueblo. Lo que los hombre de nuestro tiempo necesitan de la iglesia no lo encuentran y la han abandonado en masa, ahora podemos decir que en su totalidad. Sin duda estamos viendo con nuestros ojos las consecuencias de la nueva iglesia que termina en el vacío silencioso.
¿Dónde están los católicos? En este momento en torno a sus párrocos que siguen a su lado, viviendo en sus mismas calles , comprando en sus mismas tiendas y sufriendo sus alegrías y penas. La presencia de la iglesia de ha reducido a estos hombres que siguen rezando por sus fieles y ,cuando pueden, con sus fieles.
Los conocen por sus nombres y apellidos, conocen a sus familias, sufren por los miles de ancianos que el virus nos está llevando por delante, intentan continuar la formación de los niños y jóvenes en sus casas. Abren sus iglesias y celebran la Misa diaria en la soledad y el frio pero con el calor de la mirada Divina y arropados por la Madre que nunca deja de su mano y a la que seguimos pidiendo que: ‘vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos’.
Hay otro fenómeno que está ayudando a tantas personas en su encierro y en el uso de los nuevos medios de comunicación. Están llenos de iniciativas que intentan mantener el contacto directo con los fieles. Son muchos los sacerdotes que están entregados a un increíble apostolado telefónico acompañando a los que sufren la soledad.
EL Vaticano vivía de una masa impersonal y variopinta de turistas y mal llamados peregrinos que ha desaparecido en su totalidad. Los atractivos turísticos y gastronómicos de Roma han desparecido y nos rodea un solemne vacío y un silencio surrealista.
Muy pocos venían a venerar la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo que estaban sumidas en el olvido. Esperemos que todo esto nos haga pensar porque estamos convencidos de que ya nada volverá a ser igual que antes de la epidemia que marcará la vida de nuestras sociedades y personas. Dios habla en el susurro, en el silencio y nuestro planeta se ha parado.
Hoy las noticias hablan mucho del caso contagiado en la casa del Papa Francisco, del resultado negativo de la prueba del virus. Seguimos sin creernos mucho lo que nos cuentan y los casos de los que sabemos algo es gracias a los medios que los van destapando. La Sala Stampa no está ni se le espera, y cuando está es mejor que no esté, porque nos siembra de increíbles medias verdades cuando no de solemnes mentiras.
El Cura de Ars amaba tanto a Jesucristo que se sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo: » No es necesario hablar mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el corazón, nos alegramos de su presencia y está es la mejor oración».
El Sagrario es para el sacerdote su lugar de descanso, vive del Sagrario, de ahí saca la fuerza, el coraje, la decisión, la perseverancia en la vocación. El Sagrario es su punto de referencia para todo: » Él me mira y yo le miro».
«¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. »
Buena lectura.
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