Miércoles 22 de Abril, 2015
La publicación en 2007 de un manuscrito perdido durante años, en el que se desvelan algunos puntos oscuros del proceso contra los templarios, ha vuelto a poner de actualidad a los legendarios caballeros de Cristo.
¿Por qué decidió el Vaticano hacer público un documento semejante cuando se cumplían 700 años de la persecución de la Orden? ¿Hay alguna intención oculta en esta revelación?
A comienzos de octubre de 2007, el Vaticano realizaba un anuncio sorprendente: el día 25 de ese mes, el Archivo Secreto pontificio iba a poner a la venta el tomo Processus contra Templarios, compuesto por 300 páginas en facsímil que reproducen fielmente los documentos originales –hasta ahora inéditos– de un proceso judicial contra los célebres monjes-guerreros, llevado a cabo en el castillo real de Chinon. El anuncio llegaba el día 13 de octubre. Justo 700 años antes, en 1307 –aunque el prefecto del Archivo Secreto, Sergio Pagano, negó que la elección de la fecha hubiera sido intencionada– los templarios franceses, incluyendo a su Gran Maestre, Jacques de Molay, fueron detenidos inesperadamente por soldados del rey acusados de herejía, sodomía y otros terribles pecados.
En realidad, el valioso documento, un pergamino de 700 por 580 mm, había sido descubierto en 2002 por la investigadora italiana Barbara Frale, funcionaria del Archivo Vaticano.
Sin embargo, la importancia del hallazgo habría aconsejado prudencia y una laboriosa investigación antes de hacer público su contenido. Finalmente llegó ese día y Frale, acompañada por Sergio Pagano, el escritor y antropólogo Valerio Massimo Manfredi y otros expertos, presentó a la prensa el documento papal, también conocido como Pergamino de Chinon.
La existencia del manuscrito se conocía desde hace tiempo, aunque llevaba décadas perdido y no se había estudiado, de ahí su gran importancia. Durante la rueda de prensa los expertos explicaron que se ponían a la venta 799 ejemplares (otro más quedó inmediatamente reservado para Benedicto XVI) a un precio de 5.900 euros cada uno, y aclararon que varias universidades y bibliotecas de todo el mundo ya se habían mostrado interesadas en su adquisición.
El texto, que al parecer data de agosto de 1308, tendría una gran trascendencia, pues su contenido vendría a demostrar que el papa Clemente V –a menudo visto por los historiadores como una «marioneta» cómplice de Felipe IV el Hermoso y, por tanto, culpable en cierta medida del trágico fin de la Orden– había absuelto en esa fecha a Jacques de Molay y sus caballeros.
Los textos, explicó Frale, «muestran la verdadera actitud de Clemente V respecto a la acusación a los templarios (…) el pontífice era un gran jurista, un hombre astuto, una persona distinta de la que durante tanto tiempo ha sido descrita».
EL TEMPLE, EN «SUSPENSO»
Las revelaciones no terminaron ahí. Según los portavoces vaticanos, finalmente y a pesar de la absolución, Clemente V se habría visto obligado a «suspender la Orden, aunque sin disolverla», a causa de las fuertes presiones y el descontento mostrado por Felipe IV, y evitar así un cisma con Francia.
Esta decisión se vio plasmada en la bula Vox in Excelso (1312), en este caso sí conocida por los historiadores, pues fue emitida de forma oficial. Aunque los investigadores vaticanos compararon la suspensión de la Orden declarada por Clemente V en el Pergamino de Chinon como una especie de «hibernación», Sergio Pagano, el prefecto del Archivo Secreto, se apresuró a descartar cualquier tipo de rehabilitación: «No hay –aseguró–, ni podría haber, ninguna voluntad rehabilitadora de los templarios».
Esta aclaración sirvió, al mismo tiempo, para acallar cualquier posible reivindicación por parte de grupos actuales que aseguran ser «herederos» legítimos de la Orden. Frale aprovechó la rueda de prensa para añadir que la absolución de Clemente V a los templarios se produjo después de que éstos confesaran y reconocieran una serie de culpas, y tras solicitar el perdón del papa. «La Orden adolecía de graves males, aunque en ningún caso se trataba de herejías», aseguró a los medios de comunicación.
A pesar de la gran repercusión mediática –la noticia fue aireada en informativos de televisión y periódicos de todo el mundo– pocos medios han profundizado en la trascendencia y posibles consecuencias de la información dada a conocer, ni tampoco han analizado al detalle cómo fueron en realidad, a la luz del Pergamino de Chinon, los últimos días de la orden más célebre de la Edad Media…
HISTORIA DE UNA CONJURA
Para comprender cómo una Orden rica y poderosa, que disponía de numerosas posesiones en todo el Occidente cristiano y que sólo debía rendir cuentas al papa, pudo desaparecer por completo en tan poco tiempo, hay que conocer antes una serie de circunstancias históricas que permitieron que el fatal desenlace tuviera lugar. Por una parte, la pérdida de los últimos territorios de Tierra Santa, con la caída de San Juan de Acre en 1291, tuvo como consecuencia que las órdenes militares –todas, no sólo el Temple– perdieran gran parte de su razón de ser.
Este hecho puso muy nerviosos a los monarcas europeos. La función primordial del Temple –la defensa del reino cristiano de Oriente– había desaparecido, así que tenían las manos –y las espadas– libres para otros menesteres.Teniendo en cuenta su poder, no es extraño que los monarcas los vieran con malos ojos. A esta circunstancia había que sumar el hecho de que en la época habían arreciado las críticas hacia las órdenes militares en general.
Se las acusaba de avaricia y soberbia, y se envidiaba que, por ejemplo, las encomiendas estuvieran exentas del pago de diezmos. Por otra parte, el Temple tampoco gozaba de excesivas simpatías ante el pontífice, después de que la Iglesia hubiera intentado una fusión entre la orden templaria y la de San Juan del Hospital. Ya en 1292, el papa Nicolás IV había propuesto dicha fusión en una de sus encíclicas, aunque no llegó a ningún sitio. Clemente V volvió a intentarlo en 1306, pero Jacques de Molay rechazó la propuesta. Finalmente, la cuestión más importante fue, con seguridad, la situación económica del rey francés, Felipe IV el Hermoso.
Las arcas del monarca estaban en números rojos desde hacía tiempo a causa de los prolongados conflictos bélicos con Inglaterra y Flandes. Le urgía encontrar pronto una solución a ese problema. Felipe tenía una poderosa razón para sentirse incómodo con los monjes guerreros: los templarios administraban el tesoro real, y le habían concedido importantes préstamos para sufragar sus gastos.
Así que Felipe puso a los caballeros en su punto de mira. Si desaparecían, su deuda también. En 1306, el monarca no había dudado en expoliar los bienes a mercaderes lombardos y a los judíos, y aquello le sirvió de «ensayo» para realizar algo similar con los templarios.
UNAS ACUSACIONES TERRIBLES
En junio de 1306, el papa Clemente había solicitado a los maestres del Temple y el Hospital que acudieran a Francia para hablar sobre la fusión. Fue en esas fechas, a finales de 1306, cuando Jacques de Molay tuvo conocimiento de que circulaban rumores y acusaciones contra su orden. En un primer momento, Clemente V rechazó aquellos comentarios.
Todo parece indicar que estos rumores fueron «sembrados» por agentes reales. De lo que no parece haber duda es que Guillaume de Nogaret, mano derecha de Felipe el Hermoso, estuvo detrás de toda la «conspiración». En realidad, Nogaret ya había sido protagonista en otra terrible conjura, la que enfrentó al monarca francés contra el papa Bonifacio VIII. Ambos sostuvieron un duro enfrentamiento y Felipe, aunque parezca increíble, llegó a acusar al pontífice de simonía, ateísmo, hechicería y de estar poseído por el diablo.
Después ordenó a Nogaret que capturara al papa. Abandonado por todos sus cardenales, Bonifacio VIII se refugió en su residencia de Agnani. El pontífice fue detenido por el agente de Felipe IV, aunque más tarde fue liberado y falleció poco después en Roma.
Con estos antecedentes, no sorprende que el inefable Guillaume de Nogaret, siguiendo órdenes de su señor, aprovechase las acusaciones vertidas por Esquius de Floyrac, un antiguo templario despechado con su orden. Aquel era el detonante que Nogaret y el rey habían estado esperando.
El consejero real preparó un detallado informe y lo hizo llegar a la Inquisición francesa. La conjura contra los templarios era ya imparable. Poco después, el 14 de septiembre de 1307, se envió a todos los bailíos de Francia una orden real secreta, que señalaba la fecha del 13 de octubre para caer sobre los templarios. Y así fue. Aquel día comenzó la detención de todos los hermanos en suelo francés, y se procedió a confiscar sus bienes, que pasaron a las arcas reales.
A partir de ese momento se iniciaron los interrogatorios, que incluían la tortura, y algunos caballeros reconocieron las acusaciones. Muchos templarios confesaron haber negado a Cristo y escupir sobre la cruz, así como haber cometido el pecado de sodomía en «caso de calentura», tal y como refleja el historiador Alain Demurger en su trabajo Caballeros de Cristo (Ed. Universidad de Granada, 2002).
En un principio, Clemente V, molesto por la osadía de Felipe IV –los templarios sólo debían rendir cuentas al papa– quiso oponerse al proceso. Pero cuando De Molay sucumbió a la tortura y aceptó parte de las acusaciones, Clemente se sumó a la conjura y, el 22 de noviembre de aquel nefasto 1307, ordenó la detención de los templarios de Occidente y Chipre.
La trama se fue dilatando en el tiempo y, a finales de 1309, unos 600 templarios fueron llevados a París para comparecer ante una comisión pontificia. Allí defendieron su obediencia y se retractaron de los testimonios realizados anteriormente. Aquella nueva declaración los convertía en relapsos, y el arzobispo de Sens, Felipe de Marigny –hermano de un importante miembro de la corte– no dudó en enviar a la hoguera a 54 templarios, que fueron ejecutados en mayo de 1310.
DISOLUCIÓN DE LA ORDEN
El siguiente episodio de esta dramática historia tuvo lugar el 16 de octubre de 1311, cuando Clemente V convocó un Concilio en la catedral de San Mauricio. Rodeado por Felipe el Hermoso y un grueso contingente de soldados, el papa se vio obligado a ceder ante los intereses del monarca.
Clemente intentó retrasar la sentencia todo lo que pudo, pero ante la insistencia de Felipe tuvo que ceder. Y así, durante el Concilio de Vienne de 1312, el papa proclamaba la bula Vox in excelso y el Temple quedaba suprimido de forma provisional.
Sólo quedaba resolver el caso particular de los altos dignatarios de la Orden. Un proceso que se había reservado el propio pontífice. La condena fue de cadena perpetua. En enero de 1313, el papa delegó en tres subordinados para que fueran ellos quienes comunicaran la sentencia a los dirigentes del Temple: Jacques de Molay, Hugues de Pairaud, Geoffroy de Gonneville y Geoffroy de Charney. Y así, el 18 de marzo de 1314 el proceso contra los templarios llegaba a su fin. De Molay y De Charney fueron llevados hasta un estrado colocado para la ocasión frente a la catedral de Notre-Dame de París. Los templarios se habían retractado de su confesión y declararon su inocencia.
Hasta ese momento se enfrentaban a cadena perpetua, pero aquel gesto les convirtió en relapsos, lo que justificaba su condena a muerte. Felipe el Hermoso no desaprovechó la oportunidad. Así fue como Jacques de Molay y Geoffroy de Charney fueron ajusticiados aquella misma tarde ante el pueblo de París, devorados por las llamas. Antes de expirar –según la leyenda– De Molay lanzó una terrible maldición contra aquellos que habían causado la ruina de la Orden: el papa Clemente V y el rey Felipe el Hermoso fueron emplazados por el Gran Maestre a presentarse ante el juicio del Altísimo antes de un año. Y así fue… El ambicioso monarca murió al caerse de su caballo pocos meses después. Al pontífice no le esperaba un destino mejor: una infección intestinal se lo llevó al otro mundo en medio de fuertes dolores.
¿OSCURAS INTENCIONES?
Este fue, tal y como han reflejado los historiadores hasta la fecha, el trágico final de la Orden del Temple. El destino de sus miembros fue de lo más variado, dependiendo del lugar en el que se encontrara su encomienda (ver recuadro). Pero, ¿qué es exactamente lo que aporta a este escenario el Pergamino de Chinon recientemente publicitado por el Vaticano?
En concreto, el manuscrito pone de manifiesto que a finales de agosto de 1308 una comisión pontificia logró acceder a los líderes de la Orden –en aquel momento recluidos en el castillo real de Chinon– para interrogarlos. El fruto de aquellas pesquisas sirvió al papa para absolver a los caballeros.
Esta absolución sólo se produjo después de que los templarios reconocieran haber cometido algunas faltas, aunque nunca la herejía. Clemente V, según este texto, habría planificado en un principio una reforma radical de la Orden, así como la ansiada fusión con el Hospital.
Pero todos aquellos planes, según se desprende del pergamino, se fueron al traste a causa de la actitud de Felipe el Hermoso, y el pontífice se vio obligado a eliminar la Orden sin abolirla, dejándola en esa «hibernación» que mencionábamos al principio. Finalmente, tampoco pudo evitar el trágico fin de De Molay, devorado por las llamas. A primera vista, el anuncio del Vaticano parece una «jugada» destinada a mejorar la imagen de la Iglesia.
Por un lado, el manuscrito aparenta rehabilitar la maltrecha imagen de Clemente V, un pontífice calificado de traidor por haber permitido y, quizá, facilitado el fin de la Orden. Por otra parte, supone un «hachazo» a los defensores de teorías heterodoxas, pues el proceso descrito en el pergamino, pese a reconocer que los templarios confesaron «graves faltas», da a entender que entre éstos no se encontraba la herejía, tal y como sugieren algunos autores u obras de ficción como El Código da Vinci y similares.
A pesar de los esfuerzos del Vaticano, los hechos históricos –Pergamino de Chinon incluido– parecen dejar algo claro: Clemente V fue un pontífice débil, atrapado por las maquinaciones de Felipe el Hermoso y Guillermo de Nogaret. Por desgracia para el Temple, el papa tenía fresco en su mente el terrible final que sufrió Bonifacio VIII a manos del monarca francés. Quizá temió convertirse en su siguiente víctima, y prefirió sacrificar en su lugar a unos guerreros de Cristo cuyas hazañas y los enigmas que los rodearon terminaron por convertirlos en leyenda.
JACQUES DE MOLAY, EL ÚLTIMO GRAN MAESTRE
En 1293, Jacques de Molay fue elegido Gran Maestre de la Orden del Temple. La elección fue muy reñida, pues el otro aspirante era Hugo de Peraud, tesorero de la encomienda de París y amigo personal del rey Felipe el Hermoso. El fracaso de su favorito fue, con seguridad, otro motivo más para que el monarca francés deseara el desastre de la Orden. Algunos trabajos han señalado que Jacques de Molay fue un líder débil y poco inteligente, que con su escasa personalidad no supo hacer frente a los peligros que amenazaban a su Orden. Lo cierto es que De Molay tuvo la mala suerte de tomar el mando en el peor momento. La caída de los últimos territorios de Tierra Santa (fue elegido tras la pérdida de San Juan de Acre), la animadversión cada vez mayor de monarcas y la población hacia los caballeros y la ambición de Felipe IV fueron sus peores enemigos. Sin embargo, las crónicas refieren que fue un valeroso guerrero y, a pesar de haberse confesado culpable de los pecados atribuidos al Temple (posiblemente admitidos bajo tortura), finalmente defendió su inocencia, aunque sabía que su retractación le llevaría inevitablemente a la muerte en la hoguera.
¿QUÉ PASÓ CON EL TEMPLE?
El destino de los templarios y sus bienes fue muy distinto en función del lugar en el que se hallaban establecidos. En Francia, donde se produjo el mayor número de detenciones, el panorama fue muy variado, tal y como explica José Luis Corral en Breve historia de la Orden del Temple: «Los que se negaban a confesar eran condenados a muerte, los que confesaban sus culpas solían ser perdonados y liberados, pero si se retractaban eran condenados por relapsos».
En otros reinos el trato fue muy diferente. En la Corona de Aragón, por ejemplo, tras la disolución de 1311 cada templario recibió una renta de entre 500 y 3.000 sueldos y fueron considerados inocentes.
Después los templarios aragoneses se repartieron por los conventos del Hospital que había en la Corona. En Castilla los templarios fueron igualmente declarados inocentes, y lo mismo sucedió en Inglaterra, donde el rey Eduardo II incluso rechazó las acusaciones y se negó a capturarlos.
En cuanto a sus bienes, ocurrió algo similar. Sus posesiones pasaron a manos del Hospital, aunque la Península Ibérica fue un caso especial, pues los de Aragón y Mallorca pasaron a la nueva Orden de Montesa, y en Portugal a la de Cristo, en cuyas filas entraron numerosos templarios.
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