En junio de este año publicamos una nota en donde revelábamos alucinantes testimonios de la misteriosa presencia del máximo jerarca nazi en la Patagonia argentina.
Pero, por respetar un secreto familiar, no trascendió el nombre de uno de los testigos, en aquel entonces (1953) un joven teniente.
Ahora, tras el fallecimiento del involucrado, se dio a conocer, como así también más detalles de la historia.
Alejandro, uno de los hijos del teniente coronel Julio Arturo Heil, dio a conocer el increíble secreto que su padre guardó durante quien 66 años (Matías Arbotto).
El 17 de agosto de 2019, a los 92 años, falleció el teniente coronel Julio Arturo Heil, quien 66 años antes fue parte de una historia increíble. Y su familia ha decidido hacerla pública.
«Fue la voluntad de mi padre darlo a conocer una vez que él hubiese fallecido», dijo Alejandro Heil al periodista Julio Lagos.
«Yo tomo conocimiento de esta historia cerca del año 2010, cuando mi madre me comenta que papá le había dicho que tenía una historia muy personal, muy íntima, que tenía que contarle.
Se lo cuenta porque estuvo muy enfermo, internado en el Hospital Militar por una dolencia cardíaca y cuando le dan el alta vuelve a casa y habla con mamá.
Le dice que tenía una historia que mantenía en secreto porque había dado su palabra de soldado de que la iba a preservar, pero como todos los protagonistas estaban muertos y era un hecho histórico y él se daba cuenta de que estaba próximo a su propia muerte, debía decírselo por la magnitud y la importancia de lo sucedido… Él tenía entonces 84 años», cuenta Alejandro.
Pero no solo eso, aconsejado por su esposa, el anciano decidió escribir la importante información en varias carillas, las cuales hace poco encontró su hijo entre los papeles que había dejado. Además, también dejó una grabación (disponible más abajo en este nota).
El relato A continuación, Alejandro relata la historia que le legó su padre. En 1953, siendo oficial instructor con el grado de teniente en el Colegio Militar, lo llama el jefe de la compañía y le dice que se presente en el despacho del director, el general Maglio, que quería hablar con él. Mi padre se presenta y junto al director estaba el general Franklin Lucero, que en ese momento era el Ministro de Guerra.
Y ahí le dicen que el general Perón quería hablar con él, que se preparara porque al día siguiente lo iban a pasar a buscar a las siete de la mañana.
A la mañana siguiente pasa a buscarlo un Mecedes Benz negro chiquito, de los que se usaban en la época, y lo lleva a la Casa Rosada.
Ahí lo recibe un suboficial mayor, que lo acompaña hasta el despacho del general Lucero y de ahí van al despacho del presidente Perón.
Le preguntó si era descendiente de alemanes. Mi padre le contesta que sí y Perón le dice que va a cumplir una comisión sumamente reservada.
Mi padre le respondió que no lo hablaba fluidamente, que sólo tenía conocimientos básicos. Jocosamente, Perón le comentó cómo con ese apellido no hablaba bien el idioma alemán, pero que de todas maneras iba a cumplir la comisión secreta que le iban a encomendar. «Las instrucciones precisas se las va a dar el general Lucero», le dijo.
Así fue.
Salieron del despacho presidencial y fueron al del ministro, que le dio un portafolio con una cadenita de pulsera. Y mientras mi padre se la colocaba en la muñeca, Lucero le dio las instrucciones: «Ahora el chofer que lo trajo acá lo va a llevar a la base aérea de El Palomar, desde donde van a volar a Bariloche. Este portafolios se lo va a entregar en mano al señor Adolf Hitler…»
Durante el viaje no hablaron. Hicieron escala en Santa Rosa, para reabastecerse y volvieron a despegar con destino a Bariloche, al aeropuerto viejo supuestamente. Ahí lo esperaba un oficial del ejército, un teniente primero.
Mi padre no conoce el apellido. En un jeep del ejército recorren aproximadamente durante 45 minutos un camino de ripio que al principio tenía vista a un lago y ya después se meten en una zona boscosa hasta una tranquera donde los reciben dos personas de acento alemán, que lo acompañan a él solo al interior de un chalet entre los bosques tupidos de Bariloche.
Entran a la casa y las dos personas que él describe como corpulentas, altas, vestidas de civil, con acento alemán lo llevan hasta la entrada principal del chalet y ahí lo espera otra persona que lo acompaña por un pasillo hasta una sala donde estaba el señor que supuestamente era Adolfo Hitler.
Mi padre cuenta que era una sala espaciosa, grande, con un ventanal que daba a una arboleda o un parque. Y la persona que supuestamente era Hitler estaba en un escritorio. Cuando a mi padre lo hacen ingresar se pone de pie, lo recibe y lo saluda. Mi padre dice que fue un saludo afectuoso. Se quedaron los dos solos.
Le pregunta por el general Perón en un castellano dificultoso, le costaba pero hablaba en castellano. Mi padre se desengancha el portafolio de la muñeca y se lo entrega en mano. Intercambian dos o tres palabras, no hablan mucho y de una repisa que tenía detrás saca una botella de cognac con dos copas. Le sirve a mi padre, se sirve él y brindan por la Argentina y por Perón.
Cabe destacar que el hijo del teniente coronel Julio Arturo Heil utiliza el adverbio de modo «supuestamente».
No quiere que una afirmación incomprobable —no existe el ADN retroactivo— pueda manchar el relato en primera persona de su papá. Sin embargo, aclara que por el viaje, el lugar, y la directivas que se le habían ordenado cumplir a sus 25 años solo por portación de apellido, lo más probable es que efectivamente se tratara del mismísimo Führer.
Alejandro continúa y nos cuenta cómo terminó aquel encuentro en Bariloche: Hitler le dio un sobre para entregarle en mano al general Perón.
Se despiden, se estrechan la mano, mi padre describe a la persona que ve similar a lo que se veía en los diarios que parecía ser Adolfo Hitler, un Hitler más viejo, más deteriorado, canoso, con bigote, con temblores en las dos manos, con un español rudimentario… Mi padre lo saluda militarmente, porque había ido de uniforme y se retira.
Hace el camino inverso, otra vez el jeep, el avión desde Bariloche, otra vez El Palomar, el Mercedes Benz negro lo estaba esperando y lo llevó a la Casa Rosada.
Nuevamente en el despacho del general Perón, esta vez luego de esperar un rato porque el Presidente estaba atendiendo a otras personas.
Mi padre le da la novedad de que había cumplido la comisión, que había sido entregado el maletín y le entregó en mano lo que le había dado Hitler. Perón lo felicitó y le dijo que de su reserva está en juego su carrera y su permanencia en el ejército.
«Déme su palabra de honor y de soldado que esto no lo va a comentar y se lo va a llevar reservadamente», le pidió. Y así lo hizo mi padre, porque recién cuando todos los protagonistas fallecieron lo reveló de un modo íntimo.
Y él mismo ya estaba muy enfermo.
Según Abel Basti, investigador y autor de varios libros sobre el tema, el relato del hijo del teniente coronel Julio Arturo Heil demostraría que Hitler estuvo alojado en la estancia San Ramón, en Bariloche.
El oficial Heil dijo que el hombre que supuestamente era Hitler hablaba mal español, arrastraba sus piernas y lucía viejo y enfermo (AP). «Todo esto confirma lo que en su momento dijo Edgar Ibargaray, sobrino de un general de apellido Bonecarrere.
Cuando le tocó el servicio militar lo mandaron a Bariloche y como chofer del destacamento estuvo dos veces con Hitler, en la estancia San Ramón. El mismo camino de ripio, el lago al costado, el chalet, el pasillo.
Todo coincide. Pero cuando le dieron la baja y volvió a Buenos Aires, el tío le ordenó que cerrara la boca y nunca hablase del tema. Como ya falleció, ahora lo puedo contar», explicó el experto. ¿Será que con el paso del tiempo se irán descubriendo nuevos secretos?
Dos de las seis carillas escritas por el teniente coronel Julio Arturo Heil. Si bien los protagonistas ya no están entre nosotros, es probable que sus descendientes encuentren documentos, recuerden episodios, asocien fechas y lugares… Y se animen a hablar. Fuente: Julio Lagos/Infobae.