Empieza a generalizarse entre los círculos bien informados el mensaje de que nunca como hasta ahora la democracia parlamentaria española había vivido una situación tan crítica y que, incluso, lo que está sucediendo en las últimas fechas es aún peor que lo acaecido el 23 de febrero de 1981 con el fallido golpe de Estado del teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero et altri (unos conocidos y otros no). El sistema político español se estaría jugando su ser o no ser, al menos en la concepción tradicional del mismo.
Serían varias las razones que justificarían tan dramática aseveración, que someto a su ilustrada consideración:
En aquel momento el Congreso –entendido como la clase política en general- era plaza por cuya defensa buena parte de los españoles habría estado dispuesto a luchar denodadamente. Por el contrario, en la actualidad, es el lugar donde confluye la ira ciudadana no tanto contra la institución como contra quienes la integran, divergencia de difícil solución en la realidad actual de los partidos y que es insostenible en el tiempo;
Al desapego intelectual de buena parte de los analistas respecto a un modo parlamentario de hacer las cosas que responde más a un comportamiento propio de élites extractivas que de funcionarios al servicio de la cosa pública, se ha unido ahora una iniciativa popular extraordinariamente peligrosa, como son los escraches. Un tipo de acoso y derribo distinto, propio más de la Francia jacobina que de la España del siglo XXI, que no deja de ser síntoma de un desasosiego colectivo que, a corto y medio plazo, sólo puede ir a más y no a menos;
Sucede, además, que acompaña a esta realidad una absoluta falta de liderazgo por parte de aquellos constitucionalmente llamados a reconducir la situación. De la Corona, mejor no hablar; el presidente del Gobierno, ni está ni se le espera; la corrupción deslegitima al PP de Bárcenas y al PSOE de los ERE, únicos partidos capaces de vertebrar el necesario pacto nacional de regeneración; la justicia y los medios de comunicación, poderes en los que hemos delegado la facultad de control, se encuentran a la cola de la credibilidad ciudadana. La universidad no existe, la intelectualidad hace tiempo que murió. Los ¿sindi-qué? Cosa tan anacrónica y viciada. Estamos en medio de un erial, tierra fértil -por el contrario- para oportunistas de toda ralea. No tardará en llegar el nauseabundo olor del extremismo;
Ha desaparecido la aparente moderación regional que caracterizaba a PNV y CiU en dos de las llamadas comunidades históricas: País Vasco y Catalunya. Se han convertido en sucedáneos light de Bildu y ERC. España se definió competencialmente centrífuga. No sólo eso, consagró en su Constitución del 78 un absurdo tal como dotar de identidad regional propia a quien nunca la tuvo. Treinta y cinco años más tarde estamos pagando con creces, en términos de potencial ruptura de la unidad del Estado y sostenibilidad financiera del mismo, dicho error. Por si fuera poco hemos construido un absurdo tabú sobre su corrección que no hace sino empeorar las cosas cada día que pasa. Miedo, tengo miedo…
En otros estados de la propia Unión Europea, la falta de confianza en el sistema ha sido reemplazada por para-estados, bien de corte mafioso (una posibilidad remota en nuestro país), bien de tipo empresarial. Pero ni siquiera aquí tenemos casi referencias. Y las que hay se esconden, salvo fugaces apariciones estelares. Abundan las sociedades que beben de los pechos de la Administración, oportunamente pesebreadas, y copan las portadas de los medios especializados directivos que apenas han renunciando a sus prebendas pese a la agonía bursátil de sus minoritarios. Revisen la composición del Ibex. Uno empieza a dudar si Pescanova es norma u excepción en esta nación de defraudadores donde preguntar o ser preguntado "¿con IVA o sin IVA?" entra dentro de lo natural. Todo un clásico, el ver la mota del paraíso fiscal y no la viga de la propia insolidaridad;
Como señalábamos antes, el entorno económico no ayuda. Ni va a ayudar. Más bien lo contrario. Los mensajes del Gobierno hablan de estabilización; el crecimiento es otra cosa. Nos esperan años, muchos años, de paro muy elevado y de rala actividad si queremos hacer bien los deberes, condición necesaria para la supervivencia financiera como país. La ‘banca’ europea ha cantado el ‘no va más’. Con la entrada en el euro perdimos nuestra soberanía monetaria y de tipo de cambio. Sin esas herramientas, el camino por delante está trufado de sangre, sudor y lágrimas, deflación salarial. Fuimos la cigarra del cuento, que decidimos alardear de infraestructuras y ladrillo antes que aprovechar los fondos europeos y la convergencia en tipos de interés para construir un modelo económico sostenible. Ha llegado el invierno;
Las prestaciones no pueden prorrogarse indefinidamente, la Seguridad Social no sacapa tanto como destaca en los números de los españoles, El actual Estado del bienestar es inviable. No queremos hijos y tenemos ‘viejos’, la pirámide demográfica hace tiempo que se invirtió. En España cada vez más gente pasa hambre; cada vez la capacidad de resistencia de las familias es menor. El 0,7% del IRPF a Cáritas empieza a ser insuficiente: está desbordada. La posibilidad de un estallido social, más allá de las graves pero aún anecdóticas manifestaciones recientes, crece cada día que pasa. La cohesión pende de un hilo que se está comenzando a deshilachar. Apenas ha asomado la punta del iceberg del descontento de los miserables.
Estamos, pues, en el momento más delicado de nuestra joven democracia no sólo por la precaria realidad existente, sino por la aparente falta de resortes para superarla. Sin embargo, es posible. Basta con recuperar ese espíritu de la Transición que llevó a los españoles a entonar el ‘todos a una’ porque merecía sin duda la pena. Es imprescindible generar esa ilusión. Porque, no lo olvidemos, la alternativa es el caos. Simple y llanamente.
Y qué mejor manera de hacerlo que con un Pacto de Estado que aborde de manera profunda y precisa la reinvención del sistema político en vigor, proyecto ilusionante al que se pueda adherir, con sus propuestas, cualquier ciudadano a través de un mecanismo de participación popular, en el que participe la sociedad civil. Una reforma constitucional de calado que mantenga la esencia que la define, aborde las ineficiencias generadas y propicie la creación de un marco estable con base en la experiencia.
Estamos en tiempo de turbación, lo que aconsejaría no hacer mudanza. Pero entonces la nave se hundiría sin remedio. El mero paso de los días, frente a lo que se cree en Moncloa, no arregla los cimientos de la casa, sino que contribuye a aumentar su deterioro. Es hora de actuar con diligencia y prontitud. Y no basta con apuntalar las paredes y dar una mano de pintura que enmascare la realidad. Ya no.
Llegó el momento de la Política, con mayúsculas, a la que nos referíamos ayer. De que unos y otros dejen a un lado sus diferencias y remen en la misma dirección. De que se recupere y aproveche el talento intelectual generado en España en estas tres décadas y media. La voz de los que no tienen nada que perder empieza a resonar como un eco lejano. Tardará poco en atronar a las puertas del Parlamento. Si no se hace nada puede que, llegado ese momento, sea demasiado tarde.
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