El español gestiona desde Berlín el blog “berlunes.com”, de gran éxito
Portada de berlunes.com.
Diego Ruiz del Árbol reside en Berlín desde 2007. Actualmente dirige “Berlinerds”, su propia agencia de programación web y gestiona el portalberlunes.com, creado por él mismo en 2009. El lema del portal es: “Ellos tienen Mallorca, nosotros tenemos Berlín”.
“Nací en Madrid hace 33 años donde, tras una larga carrera universitaria, me convertí en Ingeniero en Informática. Desde hace seis, vivo y trabajo en la capital de Alemania. Mi historia cuadraría bien en la famosa fuga de cerebros, pero esa no es la realidad. Aterricé en Berlín poco antes del comienzo de la crisis, atraído por el magnetismo de la ciudad y en busca de aventura. Seis años después he conseguido todo lo contrario; mujer, hijos, coche familiar, hipoteca y empleo estable. Se puede decir sin lugar a dudas que he fracasado.
Al llegar conocí a un chico que llevaba en Berlín varios años y que siempre se rodeaba de españoles. Le pregunté por su integración y me dijo una frase que no olvidaré: “Yo estoy ya en fase de desintegración”. Con el tiempo he comprendido que aquel chico sabía de lo que hablaba.
Cuando llegué a Alemania mi preocupación era integrarme. Quería aprender el idioma, hacer amigos alemanes y no juntarme con españoles. Con el paso de los años, el idealismo inicial fue sustituido por la cruda realidad. Para los mortales como yo, hablar alemán perfectamente es una tarea que lleva toda una vida. Los alemanes no son tan sociales como los españoles y su amistad se “vende” más cara. En principio relacionarme con españoles fue una necesidad, para no tener que quedarme los fines de semana en casa.
Pese a las dificultades, mi integración ha ido progresando adecuadamente. Mi alemán no es perfecto pero es suficiente para comunicarme sin ayuda de la mímica y al menos tengo tres o cuatro buenos amigos alemanes.
Lo que no he conseguido aún es no sentirme español en Alemania. Que nadie me malinterprete, no hablo de discriminación. Me refiero a que hay veces que me apetece juntarme con gente que entienda mi humor absurdo sin necesidad de aclaraciones. A veces deseo tener una conversación insustancial o quiero dejarme llevar en una noche de copas y risas donde no haya que planear más que “dónde tomamos la siguiente”. Esto, por norma general, funciona mejor con los sureuropeos que con los alemanes. Me temo que también yo he llegado a la fase de desintegración, que no es más que la búsqueda de la propia identidad en el país ajeno.
Pero aquí no acaba la cosa. Desde que vivo en Alemania me siento raro también en España. Mi familia dice que me estoy alemanizando porque me molestan los gritos de la gente por las abarrotadas calles de Madrid. He dejado de preocuparme por si me roban el móvil o la cartera. No trato de colarme en el supermercado y me molesta cuando alguien lo hace. Involuntariamente he empezado a pensar que la gente respetará las reglas. Y es que, aunque tiene inconvenientes, la cultura alemana también tiene grandes ventajas.
Otro de los debates que mantengo habitualmente en España es el tema de “la Merkel” y su política de recortes. Mis amigos me interpelan como si fuese yo mismo quien decreta la subida del IVA o la flexibilización del despido. Yo les juro que, aunque viva en Alemania, Merkel aún no me consulta sus decisiones.
Algo que defiendo siempre de Alemania es el tratamiento de los casos de corrupción. Cuento a mis amigos que el Ministro de Defensa Karl-Theodor zu Guttenberg dimitió al demostrarse que había copiado algunos párrafos en su tesis doctoral. O que Christian Wulff, presidente de la república, dejó su cargo por unos supuestos créditos obtenidos en condiciones ventajosas. Mis amigos me miran incrédulos. Sospecho que no me creen.
En España lo de la corrupción es diferente. Recientemente se ha descubierto que la cúpula del partido en la presidencia habría recibido dinero negro de importantes empresarios a cambio de decisiones políticas desde 1990. El escándalo está perfectamente documentado por el extesorero del partido. El presidente del Gobierno despacha el asunto con un “Todo es falso, salvo alguna cosa”, mientras manda mensajes de texto al señor en cuestión diciéndole “Ánimo Luis, sé fuerte. Hacemos lo que podemos. Un abrazo”. Y ya está.
En mitad del crudo invierno alemán suelo pensar en regresar junto al calor de mi familia pero, cuando me doy cuenta de que tendría que convivir a diario con ese podrido sistema, siempre acabo posponiendo la vuelta un par de años más.
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