LOS REBELDES SE APROPIAN DE LOS TANQUES
Prorrusos armados y vestidos con trajes militares se suben a un tanque en Sláviansk, en la región de Donetsk. (EFE)
Los puestos de control del este de Ucrania parecen sacados de Mad Max, esa película de finales de los setenta que retrata el mundo tras un holocausto nuclear. Los supervivientes reciclan lo poco que queda en equipo bélico: máscaras varias, trajes de apicultor raídos o trozos de tubería son vestimenta común, y seña, una vez más, del escaso nivel adquisitivo. Eso, más las barricadas de neumáticos, las banderas y la capa de polvo arenoso que lo cubre todo, redondean una postal apocalíptica.
Después de que muchachos en chándal registren varias veces el maletero del coche en el que viajamos (no las mochilas; a nadie se le ha ocurrido todavía), llegamos al centro de Slaviansk, que sigue tomado por milicianos prorrusos. A diferencia de la mezcla vecinal que se sublevó el sábado, y que tiraba más hacia el desorden que hacia un ejército regular, estos tipos son bloques de hormigón. Todos llevan el mismo uniforme verde claro y limpio, pasamontañas y metralletas modernas.
La plaza central de Slaviansk recuerda a un museo donde, en lugar de estatuas, hay milicianos. Los grupos de curiosos caminan con el móvil en la mano para sacarles fotos y decir “¡Gloria a las fuerzas de autodefensa!”. Al avanzar el día, las mujeres y los niños se relajan y posan junto a los guerreros, cuyos ojos (única parte visible de la cara) sonríen, relajados. Quizás no tengan motivos para estar nerviosos.
Esa misma mañana, seis blindados del Ejército ucraniano, movilizado el día anterior para expulsar a los rebeldes prorrusos en una “operación antiterrorista”, fueron entregados sin disparar un solo tiro. Varios vecinos rodearon la columna para increpar a los soldados. Según testigos consultados por El Confidencial, los militares reconocieron no tener intención de atacar a nadie; sólo estaban allí porque se lo habían ordenado. Después, los prorrusos condujeron los vehículos como trofeo al centro de Slaviansk.
Sólo fue un capítulo más de los muchos inmortalizados en YouTube, donde se ve cómo vecinos desarmados consiguen bloquear tanques aparcando detrás un viejo Lada. La agencia rusa Ria Novosti publicaba que 50 soldados habían desertado al bando prorruso. Incluso el comandante de la operación, el general Vasily Krutov, fue sorprendido sin protección por los propios locales, que le preguntaron, golpeándole, contra qué terroristas había venido a disparar. Mientras escribo estas líneas, el ejército ucraniano sólo ha recuperado el minúsculo aeropuerto de Kramatorsk y todavía no se han confirmado muertos.
A 40 kilómetros de Slaviansk, en Izyum, vemos de lejos a varios soldados completamente equipados que van llenando la panza de un helicóptero militar que despega raudo. A diferencia del día anterior, donde los periodistas pudimos fotografiar libremente, no nos está permitido acercarnos. Se trata de un nuevo deporte bautizado “caza de tanques”, que consiste en perseguir blindados por llanuras y colinas para captar el primer disparo de una guerra.
Un avión de combate ucraniano vuelva bajo sobre el cielo de Slaviansk. Una señora de unos cincuenta años, que prefiere no darnos su nombre, aprueba la presencia de milicianos en su vecindario. “Estamos con ellos, ¡es maravilloso! ¡No tememos a nadie! Mira”, dice señalando al cielo, “mira lo que hace el Gobierno ucraniano. ¿Para qué tienen que traer aquí al ejército?”. Explica que desea un referéndum por motivos sobre todo económicos; dice que el federalismo dejaría más presupuesto regional en manos del Donbás.
Los seis blindados, uno de ellos con torreta, descansan al sol del primer día cálido en una semana. Los milicianos sujetan las metralletas a la altura del pecho, con los brazos cruzados. Emiten una confianza muy diferente a la de los civiles armados de otras ciudades. La mayoría permiten que les grabemos y saquemos fotos, e incluso responden a preguntas sencillas. Tienen una magia especial; cada vez que levantan un brazo en señal de stop o giran la cabeza con fuerza, la multitud cambia como un banco de peces.
¿Son acaso rusos, enviados por Moscú, como en Crimea? Su atuendo y disciplina impresionan a diversos observadores, pero el uniforme no pertenece al Ejército vecino (podría haber sido comprado en Ucrania) y de momento es aventurado suponer que el Gobierno de Vladimir Putin se quiera implicar más allá del asesoramiento y la influencia en élites locales (por lo general corruptas y ligadas a negocios rusos). Sean o no rusos, está claro que en sus filas hay organización y presupuesto.
Pese a su aparente tranquilidad, algunos soldados no pueden evitar presumir ante la multitud. Se meten en un blindado y hacen cantar las ruedas de oruga levantando un muro de polvo. Luego se suben todos al carro como si liberasen Berlín; a continuación se van a trompicones por el asfalto. La multitud aplaude y un señor mayor pide que Donbás se levante contra la “junta” de Kiev. Abundan los periodistas, a los que sermonean los vecinos, que nos acusan de mentir y nos piden que nos marchemos. Hoy registramos dos forcejeos que no llegaron a más.
Mientras tanto, en Donetsk, los activistas prorrusos han tomado la alcaldía con facilidad; una hora después, la gente entraba y salía de allí como si nada. La única diferencia era el ondear de la bandera independentista y la presencia de jóvenes enmascarados al cruzar la puerta. Quizás sea esto lo que evite una guerra en Ucrania: la indiferencia de la mayoría, su fatiga, su hastío general hacia la política, mucho más fuerte que la provocación de pequeños grupos.
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