La presencia de grupos fundamentalistas en Irak y en Gaza exhibe que, a diferencia del prototipo occidental, hay sociedades en las que la fe y la administración estatal todavía no se diferencian
Hace varios siglos, la separación entre Estado e Iglesia desarticuló la “alianza entre el trono y el altar”. Eso, por supuesto, no implicaba la eliminación de esas instituciones, sino la destitución de lo religioso del ámbito de lo público y su remisión al ámbito de lo privado. Las revoluciones burguesasserían en gran medida responsables de ese cambio.
Muchos años después, contra los pronósticos esperados, algunos de los conflictos internacionales en los que se involucran los Estados aparecen permeados por asuntos religiosos. “Después de la formación del Estado moderno, el mundo ha vivido el contraste entre sociedades donde el Estado se ha erigido en un elemento racionalizador y aquellas donde el Estado sigue subordinado a determinados sistemas de creencias religiosas”, sostiene en diálogo con Infobae el doctor en Sociología de la Universidad Paris 3, Gilberto Loaiza Cano.
El académico piensa que, en realidad, ningún Estado ha logrado la separación definitiva entre la religión y la política. “Creo que es imposible lograrlo. Lo que tenemos ahora es el predominio público de grupos extremistas que fundamentan sus comportamientos bélicos en dogmas religiosos. En esos casos, la religión funciona como un sentido común con gran eficacia publicitaria para reclutar odios y exacerbar resentimientos”, opina.
La ofensiva israelí en Gaza contra Hamas y la presencia de un grupo extremista como el Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria exhiben que, en el mundo moderno, los credos no se apartaron de la vida pública. Algunos, incluso, consideran que estamos en un escenario de “post-secularización”.
“La secularización de la sociedad occidental no es el punto de destino, sino una etapa superada por otra nueva en la que se produce un nuevo protagonismo de las religiones de diversos modos: como marcadores identitarios transnacionales, como agentes de desarrollo de labores humanitarias y como actores de procesos de pacificación. Pero, al mismo tiempo, el elemento religioso aparece también como uno de los componentes de la conflictividad: no puede ignorarse su existencia si se quiere obtener una visión completa de los problemas”, explica a Infobae el Catedrático de Derecho eclesiástico del Estado de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Rafael Palomino.
El Consejo de Europa considera el fundamentalismo como una especie de “enfermedad de la religión”
Experto en el tema, Palomino dirige en la UCM el grupo Religión, Derecho y Sociedad, que investiga temas como la libertad religiosa, de conciencia y las organizaciones internacionales. “Estamos en un nuevo escenario de ‘des-privatización’ de las religiones, las cuales se presentan en la esfera pública por derecho propio, y no necesariamente a nivel de grupos institucionales que pugnan por sus intereses como si fueran grupos de presión -señala-. Los creyentes religiosos se manifiestan como tales también fuera de sus comunidades. La religión no es un asunto de consumo privado: dejó de ser un aditamento que permanece en el recinto de lo privado, de la conciencia íntima, para acompañar a cada uno adonde va”.
¿Qué ocurre en las regiones donde la religión está fuertemente implicada en los asuntos políticos? “Como se comprobó en la Primavera Árabe, en los países de intensa influencia islámica hay una cierta confusión de planos, hasta el punto de que lo religioso tiene manifestaciones políticas formales, como puede ser el caso de los partidos políticos. Pero en Medio Oriente, no podemos olvidar este detalle: en un país democrático como el de Israel, los partidos religiosos juegan un papel nada despreciable, de forma que a pesar de ser minoritarios resultan clave a la hora de adoptar decisiones parlamentarias y gubernamentales”, indica Palomino.
Para Angélica Alba Cuéllar, docente e investigadora de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, esa escisión entre las esferas políticas y religiosas es propia de la modernidad occidental. “Pero en las sociedades no occidentales esta división no está tan clara, algo que puso de relieve la importancia de la religión en los últimos años. En el mundo árabe, desde los 1970, aumentó la importancia de los grupos religiosos. Esto tuvo como punto de partida la Revolución iraní”, afirma.
En las últimas décadas hubo un resurgimiento de grupos yihadistas. Pero la confusión de planos no es privativa del mundo islámico. “Hay países occidentales en los que también se observa este fenómeno, como en Israel, que se autodefine como un Estado judío“, ejemplifica.
Mohamed Elomar, el terrorista australiano que se unió al Estado Islámico
@UZarqawi
Es particularmente en Medio Oriente donde, en pleno siglo XXI, se aprecia una importante presencia de grupos extremistas. En 1999, la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa dijo que el fundamentalismo es una especie de “enfermedad de la religión”, ya que intenta trasladar el paraíso desde el más allá al más acá, lo quieran los demás o no.
“Los últimos acontecimientos relativos al extremismo han pasado de ser ‘algo que ocurre allá lejos’, a ser un asunto que llama directamente a las puertas de nuestros hogares. El ejemplo de la reacción internacional unánime por las redes sociales ante el desplazamiento masivo de cristianos en Mosul, ante las atrocidades cometidas en nombre de la religión, es llamativo”, sostiene Palomino.
Alba Cuéllar se toma el trabajo de diferenciar a los distintos grupos radicales que, pese a tener una naturaleza terrorista, tienen metas diferentes. “Es muy claro que grupos islamistas fueron ganando terreno en conexión con la política. Hezbollah y Hamas son grupos más limitados. Al Qaeda tiene, en cambio, objetivos más amplios, menos limitados a un espacio geográfico”. También el EI se propone objetivos grandilocuentes: construir un califato islámico, un ideal que rebasa los límites del Estado territorial, la manera más exitosa de administración política contemporánea.
“Las fronteras artificiales creadas por los europeos tras la Primera Guerra Mundial se están deshaciendo un siglo después”, añade.
“Los proyectos panarabistas contribuyeron muy poco a la solución de los problemas de las sociedades árabes”
Representa entonces una cuestión esencial comprender los motivos que dieron origen a este tipo de organizaciones. “En momentos de crisis, afloran discursos radicales porque, al afectar las identidades de la gente, permiten movilizar. Los proyectos panarabistas contribuyeron muy poco a la solución de los problemas de las sociedades árabes, las cuales encuentran en la religión soluciones que no pueden aparecen en sus propios gobiernos”, explica.
El concepto de fundamentalismo plantea que en las Sagradas Escrituras están las verdades absolutas y la posibilidad de ordenar la sociedad en todos los ámbitos. Cree en los principios de la fe como principios universales capaces de regular toda la vida de las personas.
En particular, los grupos que operan en Gaza y en el Líbano “consideran a Israel una creación artificial de Occidente en Medio Oriente, una región predominantemente árabe. Por eso buscan crear Estados musulmanes basados en el sharia -la ley islámica- y en la idea de que el islam puede regularlo todo: lo político, lo económico”, agrega Alba Cuéllar, quien, pese a todo, se muestra optimista: no cree que el extremismo sea un fenómeno tan amplio.
“Las mayorías de las naciones del mundo no apoyan los comportamiento de Al Qaeda y el EI. Los consideran extremistas y violentos. Son grupos minoritarios, aunque con una cantidad de adeptos muy grande. Muchos de sus militantes no son locales, sino que vienen del islamismo de otras regiones”, dice. Esto se vio claro cuando un yihadista británico le cortó el cuello a un reportero estadounidense. Luego se conoció que uno de cada cuatro combatientes extranjeros del EI es británico.
Yihadistas del Estado Islámico en Irak
Los conflictos modernos, como los de la Franja de Gaza e Irak, parecen impregnados de religión. Sin embargo, Palomino cuestiona que allí es la religión sea el “núcleo” del problema. Sería, más precisamente, una “justificación especialmente valiosa”, una forma de manipulación de poderosa influencia. “¿No debería entonces la religión reclamar su independencia de los conflictos, denunciar esa fraudulenta manipulación?”, interroga.
En el mismo sentido se expresa Loaiza Cano, quien considera que la religión proporciona “fácilmente la motivación bélica” para conflictos que, en realidad, tienen otra causa. “Por ejemplo, las disputas por recursos naturales, especialmente los hidrocarburos, han estado revestidas de depuraciones étnicas, religiosas. Los nacionalismos, otra forma de fanatismo religioso, ha servido también para trazar fronteras que sirven para afianzar soberanías territoriales sobre recursos naturales”, apunta.
Pero también en América Latina ambas esferas se rozan hasta tal punto que sus bordes se tornan difusos. Por ejemplo, en Brasil la bancada evangélica como grupo específico de acción en el Congreso funciona como una especie de “alianza transversal” de personas pertenecientes a diversos partidos políticos. En algunas zonas de México, cada vez se percibe más la incidencia de los grupos protestantes en las tradiciones cívico-religiosas.
“La contemporaneidad está frente a una gran pobreza de utopías”
“Referido al factor religioso, el esquema westfaliano de las relaciones internacionales –iniciado en el siglo XVII y que dio origen a un nuevo orden mundial basado en el concepto de soberanía nacional- resultó correcto para un tiempo y para un espacio (el occidental). No es que la religión haya roto el esquema en tiempos recientes. Creo más bien que estuvo ahí siempre, que se pensó de una forma concreta en Europa (como un asunto personal y privado), pero que esa manera de pensar la religión es insuficiente e irreal a escala planetaria“, asegura Palomino.
Para Loaiza Cano, la contemporaneidad enfrenta una “gran pobreza de utopías”. Si antes eran los sistemas socialistas los que enfrentaban al capitalismo, ahora lo hacen los grupos extremistas. “Ante la caída y desprestigio de los proyectos socialistas, quedó el capitalismo cabalgando en el mundo como un gran exterminador y lo único que intenta hacerle frente son los fundamentalismos religiosos. Lo que demuestra todo esto es la gran pobreza de ideas en el mundo para proponer alternativas a la rapacidad ilimitada del capitalismo”, concluye.
La red de Bin Laden se ha diluido en una sopa de letras de grupos extremistas
Después de una década en la que no logramos pronunciar correctamente su nombre, Al Qaeda se diluye en la sopa de letras de los nuevos grupos extremistas islámicos que proliferan en Oriente Próximo. Al menos en esta región, el recientemente renombrado como Estado Islámico (EI) ha eclipsado la capacidad de proyectar terror que La Base (eso es lo que significa Al Qaeda en árabe) logró con sus matanzas del 11-S en EE UU, el 11-M en España y el 7-J en el Reino Unido.
El cambio es sobre todo obra de un hombre, Ibrahim al Badri, más conocido como Abu Bakr al Baghdadi, y su capacidad para organizar, seducir y lograr financiación para su causa. Pero también de las circunstancias. Ideológicamente todos beben de la misma fuente, el salafismo, una lectura idealizada y anacrónica de los primeros tiempos del islam que intentan revivir por la fuerza.
Al Bagdadi asumió el control de la rama iraquí de Al Qaeda, el Estado Islámico en Irak (EII), en mayo de 2010, poco después de que un ataque estadounidense matara a su predecesor. Para llegar hasta allí, este clérigo nacido en 1971 en Samarra se había hecho un nombre luchando contra las tropas de EEUU, que incluso llegaron a detenerle al principio de la ocupación.
Un año después, el contagio de la primavera árabe a Siria iba a crear una oportunidad para los ambiciosos planes del clérigo de Samarra. Tal como ha documentado Rania Abouzeid en The Jihad Next Door (La yihad de al lado), los dirigentes de Al Qaeda encargaron al líder del EII que formara un grupo similar en Siria. Fue así como surgió el Al Nusra, cuyo éxito combatiendo al régimen de Bachar el Asad y atrayendo a reclutas de todo el mundo terminó produciendo una fractura en el frenteyihadista.
Cuando la central de Al Qaeda pidió a Al Baghdadi que dejara Siria y se concentrara en Irak, éste respondió creando, en abril de 2013, el Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL) y adoptó una línea aún más dura que la de sus mentores. En cierta medida, ese desafío fue posible porque dos años antes un comando de marines estadounidenses había matado en Pakistán a Osama Bin Laden, el fundador y líder carismático de Al Qaeda. Su sucesor, Ayman al Zawahiri, carece de su autoridad.
Al Nusra se dividió. Parte de sus combatientes, sobre todo los extranjeros, optaron por seguir a Al Baghdadi. ¿Cuál era la diferencia? Mientras que aquel grupo se concentraba en combatir a Al Asad, el clérigo de Samarra hablaba de crear un califato, un territorio independiente que permitiera hacer realidad la utopía de un estado islámico. Entre tanto, la desafección de los suníes iraquíes permitió que el EIIL lograra el apoyo, al otro lado de la frontera, de grupos afines, sectores tribales y antiguos baazistas.
Tan pronto sus huestes fueron capaces de derribar algunos mojones que delimitaban la linde entre Irak y Siria, su líder renombró el grupo como Estado Islámico y proclamo el califato, del que se erigió en emir. La brutalidad de su proceder allí donde izan la bandera negra con la que se identifican, no necesita comentario. El propio grupo, extremadamente hábil en el uso de Internet y las redes sociales, se ha encargado de difundir sus atrocidades: decapitaciones, secuestros, lapidaciones, velo integral para las mujeres…
Esa fama les precede. Así que el pavor que provocan hace que la mayoría de la gente salga huyendo en cuanto oye que se aproximan a sus pueblos. Incluso soldados iraquíes y tropas kurdas han abandonado sus puestos ante las últimas ofensivas. Pero a diferencia de la casa madre de la que renegó, el EI (aún) no ha realizado ataques en Occidente.
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