En el siglo XVIII se creía que el ‘toque’ de la mano de un cadáver podía sanar algunas enfermedades.
Durante exactamente ochenta años (entre 1752 y 1832) en Inglaterra se prohibió por ley que los cadáveres de criminales ejecutados pudiesen ser enterrados en suelo sagrado. Al negárseles un entierro cristiano, a los reos ejecutados sólo les quedaba dos destinos posibles: ser enviados a facultades de medicina para su disección en clases de anatomía o colgar en la horca para escarmiento y advertencia a otros criminales.
Ahora, un equipo multidisciplinar formado por expertos de la Escuela de Arqueología e Historia Antigua de la Universidad de Leicester, junto con especialistas de la Universidad de Hertfordshirey otros estudiosos acaban de iniciar un estudio (‘Aprovechando el poder del cadáver de un criminal’) que, durante cinco años, pretende ampliar el conocimiento que tenemos sobre esta singular costumbre, arrojando luz y nuevos datos que nos permitan comprender mejor el pensamiento de la Inglaterra de aquella época sobre la muerte, los cadáveres y los delincuentes que terminaban ejecutados por sus crímenes.
En declaraciones a la prensa, la profesora Sarah Tarlow, arqueóloga de la Universidad de Leicester y directora del equipo de investigación, hizo hincapié en la gran oportunidad que supone un estudio de estas características, pues el periodo a analizar se corresponde a un momento de vital importancia para el desarrollo del conocimiento médico moderno, en el que comenzaban a realizarse los primeros estudios anatómicos con criterios científicos.
Pero además de un mayor conocimiento sobre esta etapa temprana de la investigación médica con bases científicas el estudio servirá también para profundizar en otras cuestiones más próximas a la antropología y el folklore, pues en aquellos años existían un sinfín de supersticiones que rodeaban a los cadáveres de los criminales ejecutados. Así, por ejemplo, estaba muy extendida la creencia de que tocar la mano de un hombre ahorcado podía curar el cáncer de cuello, y se pensaba que los suicidas debían ser enterrados con una estaca atravesando sus cuerpos.
“El gran poder emocional que ejercía la visión de los cadáveres de los criminales fue hábilmente utilizado por el Estado para garantizar el cumplimiento de la ley, pero también fueron empleados como fuentes de conocimiento científico y médico; a nivel popular se creía que sus fantasmas acosaban a los vivos, y que sus cuerpos podían amenazar nuestras vidas confortables con su maldad”, explicó Tarlow.
Otro de los investigadores que participan en el curioso proyecto, el profesor Owen Davies, de la Escuela de Humanidades de la Universidad de Hertfordshire, hizo hincapié en que el estudio intentará profundizar también en el uso médico y mágico que se dio a estos cadáveres en distintas culturas de toda Europa: “Una de las cuestiones más fascinantes que estamos investigando es por qué se creía que los cadáveres que, en cierto sentido, emanaban maldad, eran considerados al mismo tiempo como fuente de propiedades curativas para los vivos; en resumen: el cadáver de un criminal era fuente de vida”, explicó Davies.
Además de dar lugar a varios trabajos académicos que se darán a conocer en distintas publicaciones, el equipo planea crear también una página web para compartir una exposición digital con sus descubrimientos, así como mantener un blog en el que ir dando cuenta de sus hallazgos y sus ideas mientras avanza el estudio.
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