“Los visibles logros de antiguas culturas, como las pirámides o la metalurgia, son razón más que suficiente para deducir que había unos seres humanos inteligentes, que debían de utilizar un lenguaje técnico“. Esta frase es debida a Giorgio de Santillana, profesor de Historia de la Ciencia en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Giorgio de Santillana (1902 – 1974) fue un filósofo e historiador científico italoamericano. En 1941 comenzó su carrera académica en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), convirtiéndose en profesor adjunto al año siguiente.
De 1943 a 1945 sirvió en el Ejército de los EE. UU. como corresponsal de guerra. En 1945, regresó al MIT. Tres años después trabajó como profesor asociado y en 1954 como titular de Historia de la Ciencia en la Facultad de Humanidades. En 1969, publicó Hamlet’s Mill (El molino de Hamlet), junto con la doctora Hertha von Dechend. Giorgio de Santillana llevó a cabo revolucionarias investigaciones sobre mitología antigua. Su propuesta es la siguiente: “hace muchos siglos, unas gentes serias e inteligentes concibieron un sistema para disfrazar la terminología técnica de una avanzada ciencia astronómica tras el lenguaje del mito”. Si consideramos que Giorgio de Santillana tenía razón, nos tendríamos que preguntar quiénes eran esos astrónomos, esos científicos antiguos, que trabajaban tras las bambalinas de la prehistoria. Se sabe que la Tierra ejecuta un circuito completo alrededor de su eje cada veinticuatro horas y tiene una circunferencia ecuatorial de 40.075,5 kilómetros.
De ello se deduce, por tanto, que un hombre inmóvil sobre el ecuador en realidad se está moviendo, girando con el planeta a una velocidad de algo más de 160 kilómetros por hora. Vista desde el espacio exterior, mirando hacia el polo norte, la dirección de la rotación se desarrolla en sentido contrario a las manecillas del reloj. Mientras gira diariamente sobre su eje, la Tierra también gira alrededor del Sol, de nuevo en sentido contrario a las manecillas del reloj, en una órbita ligeramente elíptica más que circular. Sigue esta órbita a gran velocidad, recorriendo en una hora 106.560 kilómetros, la distancia que un conductor medio recorre en su automóvil en seis años. Ello significa que nos movemos a través del espacio con mucha mayor rapidez que una bala, a la velocidad de 29,6 kilómetros por segundo.
De 1943 a 1945 sirvió en el Ejército de los EE. UU. como corresponsal de guerra. En 1945, regresó al MIT. Tres años después trabajó como profesor asociado y en 1954 como titular de Historia de la Ciencia en la Facultad de Humanidades. En 1969, publicó Hamlet’s Mill (El molino de Hamlet), junto con la doctora Hertha von Dechend. Giorgio de Santillana llevó a cabo revolucionarias investigaciones sobre mitología antigua. Su propuesta es la siguiente: “hace muchos siglos, unas gentes serias e inteligentes concibieron un sistema para disfrazar la terminología técnica de una avanzada ciencia astronómica tras el lenguaje del mito”. Si consideramos que Giorgio de Santillana tenía razón, nos tendríamos que preguntar quiénes eran esos astrónomos, esos científicos antiguos, que trabajaban tras las bambalinas de la prehistoria. Se sabe que la Tierra ejecuta un circuito completo alrededor de su eje cada veinticuatro horas y tiene una circunferencia ecuatorial de 40.075,5 kilómetros.
De ello se deduce, por tanto, que un hombre inmóvil sobre el ecuador en realidad se está moviendo, girando con el planeta a una velocidad de algo más de 160 kilómetros por hora. Vista desde el espacio exterior, mirando hacia el polo norte, la dirección de la rotación se desarrolla en sentido contrario a las manecillas del reloj. Mientras gira diariamente sobre su eje, la Tierra también gira alrededor del Sol, de nuevo en sentido contrario a las manecillas del reloj, en una órbita ligeramente elíptica más que circular. Sigue esta órbita a gran velocidad, recorriendo en una hora 106.560 kilómetros, la distancia que un conductor medio recorre en su automóvil en seis años. Ello significa que nos movemos a través del espacio con mucha mayor rapidez que una bala, a la velocidad de 29,6 kilómetros por segundo.
Como se requiere un año para completar un circuito completo, la única evidencia de que disponemos sobre la tremenda carrera orbital en la que participamos es la lenta marcha de las estaciones. Y en las mismas estaciones se halla la posibilidad de observar el prodigioso mecanismo que se encarga de distribuir la primavera, el verano, el otoño y el invierno equitativamente alrededor del globo, a través de los hemisferios boreal y austral, año tras año, con absoluta regularidad. El eje de rotación de la Tierra está inclinado en relación al plano de su órbita unos 23,5° con respecto a la vertical. Esta inclinación, que produce las estaciones, apunta al polo norte y todo el hemisferio boreal en sentido contrario al Sol durante seis meses al año, mientras que el hemisferio austral goza de su verano. Y apunta al polo sur y el hemisferio austral en sentido contrario al Sol durante los seis meses restantes, mientras el hemisferio boreal goza de su verano. Las estaciones son consecuencia de la variación anual del ángulo al que los rayos solares alcanzan un determinado punto en la superficie de la Tierra y de la variación anual en el número de horas de luz solar que se reciben en ese punto en distintas épocas del año. La inclinación de la Tierra es definida en lenguaje técnico como su oblicuidad, y el plano de su órbita, que se extiende hacia fuera para formar un gran círculo en la esfera celeste, se denomina eclíptica. Los astrónomos se refieren también al «ecuador celeste», que es la extensión del ecuador terrestre hacia la esfera celeste. En la actualidad el ecuador celeste está inclinado unos 23,5° con respecto a la eclíptica, debido a que el eje de la Tierra tiene una inclinación de 23,5° con respecto a la vertical. Este ángulo, conocido como la oblicuidad de la eclíptica, no es siempre fijo e inmutable. Por el contrario, tal como podemos ver en relación a la datación de Tiahuanaco, la ciudad andina, este ángulo está sometido a unas oscilaciones constantes, aunque muy lentas. Éstas se producen dentro de unos límites de algo menos de 3º, alcanzando el punto más próximo a la vertical a 22,1° y el punto más alejado de ésta a 24,5°. Un ciclo completo, de 24,5° a 22,1°, y de nuevo a 24,5°, tarda aproximadamente cuarenta y un mil años en completarse. Así pues, nuestro planeta oscila y gira mientras recorre a gran velocidad su trayectoria orbital. La órbita requiere un año y la rotación alrededor de su eje un día, mientras que las oscilaciones tienen un ciclo de 41.000 años.
Ya que hemos hecho referencia a Tiahuanaco, sería interesante analizar los curiosos vínculos entre la repentina aparición de Viracocha y las leyendas de los incas y otros pueblos andinos sobre el diluvio. Hay un párrafo de la obra de fray José de Acosta, titulada Historia natural y moral de las Indias, en el que el sacerdote relata «lo que los mismos indios narraron sobre sus orígenes»: “Los indios se refieren con insistencia a un diluvio que se produjo en su país. Dicen que todos los hombres murieron ahogados en el diluvio, y aseguran que del lago Titicaca surgió un individuo llamado Viracocha, que permaneció en Tiahuanaco, donde hoy en día se ven las ruinas de antiguos y extraños edificios, y de allí vino a Cuzco, y la humanidad comenzó a multiplicarse“. Hay otro párrafo, que resume una leyenda de la zona de Cuzco: “Debido a un crimen que ignoramos, los pueblos que existían en épocas remotas fueron destruidos por el creador a través de un diluvio. Después del diluvio, el creador surgió del lago Titicaca con forma humana. Luego creó el Sol y la Luna y las estrellas, y a continuación renovó la población humana en la Tierra“. Según otro mito: “El gran dios creador, Viracocha, decidió crear un mundo en el que vivieran los hombres. Primero creó la tierra y el cielo. Luego creó a seres humanos para que habitaran en el mundo, tallando grandes figuras en piedra de gigantes a quienes infundió vida. Al principio todo fue bien, pero al cabo de un tiempo los gigantes comenzaron a pelearse y se negaron a trabajar. Entonces Viracocha decidió destruirlos. A algunos gigantes los convirtió de nuevo en piedra y al resto lo aniquiló mediante un gran diluvio“. Otras fuentes, como el Antiguo Testamento, contienen unas nociones similares. En el capítulo seis del Génesis, por ejemplo, donde se describe la ira del Dios hebreo contra su creación y su decisión de destruirla, podemos leer uno de los escasos comentarios descriptivos que hacían referencia a la olvidada era anterior al diluvio. Según el enigmático lenguaje del comentario: «Había gigantes en la Tierra por aquellos días». Tal vez los «gigantes» bíblicos de Oriente Medio guardan algún tipo de relación con esos otros introducidos en las leyendas precolombinas de los indios americanos. El hecho de que las fuentes hebreas y peruanas procedieran, con numerosos detalles en común, a describir una furiosa deidad desencadenando un diluvio de catastróficas consecuencias sobre un mundo malvado y rebelde, aumentaba el misterio.
Hay una descripción inca sobre el diluvio, referida por un sacerdote llamado Cristóbal de Molina en su Fábulas y mitos de los incas: “En vida de Manco Cápac, que fue el primer inca, cuyos descendientes empezaron a llamarse hijos del Sol y de quien heredaron la afición a venerar al Sol, los indios conocían los pormenores referentes al diluvio. Dicen que en él perecieron todas las razas de los hombres y todas las cosas que habían sido creadas, hasta el extremo de que las aguas se alzaron por encima de los picos de las montañas más altas del mundo. Ningún ser vivo sobrevivió, salvo un hombre y una mujer que se ocultaron en un arca, y cuando las aguas se aplacaron el viento los transportó a Tiahuanaco, [donde] el creador comenzó a crear a las gentes y las naciones que existen en esa región“. Garcilaso de la Vega, hijo de un noble español y una inca de sangre real, escribió sus famosos Comentarios reales. Garcilaso era considerado uno de los cronistas más fidedignos de las tradiciones del pueblo de su madre y había escrito su obra en el siglo XVI, poco después de la conquista, cuando esas tradiciones aún no se habían visto contaminadas por influencias extranjeras. Garcilaso venía a confirmar una creencia universal y profundamente arraigada: «Después de que las aguas del diluvio se aplacaran, apareció un hombre en Tiahuanaco». Ese hombre era Viracocha. Envuelto en una capa, era de complexión fuerte, «de talante augusto» y caminaba con gran seguridad en sí mismo a través de los parajes más inhóspitos y peligrosos. Realizaba toda clase de milagros, curando a la gente e invocando el fuego divino. Los indios creían que había surgido de la nada. Entre aquella maraña de leyendas, los expertos estaban de acuerdo en que los incas habían aceptado, asimilado y transmitido las tradiciones de muchos otros pueblos civilizados sobre los cuales habían impuesto su dominio durante los siglos de expansión de su vasto imperio. En ese sentido, al margen del resultado del debate histórico sobre la antigüedad de los propios incas, nadie podía cuestionar de forma seria su papel como transmisores de las antiguas tradiciones y creencias de las antiguas grandes culturas costeras y de las regiones montañosas, conocidas y desconocidas, que les habían precedido en esta tierra. Es difícil establecer qué civilización existía en Perú en un remoto pasado. Cada año los arqueólogos presentan nuevos hallazgos que hacen retroceder aún más en el tiempo. Por tanto, es posible de que un día se descubran pruebas de la penetración en los Andes, en una remota antigüedad, de una raza de civilizadores que procediera de allende los mares y que, una vez cumplida su misión, desapareciera.
Esto es lo que las leyendas parecen sugerir. Se trata de unas leyendas que, en su mayoría, han inmortalizado la imagen del hombre/dios Viracocha recorriendo los elevados caminos de los Andes barridos por el viento mientras obraba milagros a su paso: “El propio Viracocha, con sus dos ayudantes, se dirigió hacia el norte. Atravesó la cordillera mientras uno de sus ayudantes recorría la costa y el otro las lindes de los bosques del este. El creador se dirigió hacia Urcos, cerca de Cuzco, donde ordenó a la futura población que emergiera de una montaña. Visitó Cuzco, y luego prosiguió hacia el norte, hacia Ecuador. Allí, en el estado costero de Manta, abandonó a su pueblo y, adentrándose en el mar, desapareció entre las olas“. Al final de los relatos populares siempre aparece el conmovedor momento de la despedida del extraordinario forastero Viracocha, cuyo nombre significa «espuma de mar»: “Viracocha prosiguió su camino, invocando las razas de los hombres. Cuando llegó a la región de Puerto Viejo se unieron a él sus seguidores, a quienes había enviado a otras regiones, y una vez allí reunidos, Viracocha se adentró con ellos en el mar y dicen que él y sus gentes caminaron a través de las aguas con la misma facilidad con que habían recorrido tierra firme“. Siempre aparece esta conmovedora despedida, a veces teñida de un toque de ciencia o magia. Cuando se llega a Machu Picchu es inevitable pensar en que quiénes llegaron hasta este remoto lugar para construir Machu Picchu debían tener un motivo muy poderoso para hacerlo. Sea cual fuere el motivo, la elección de este remoto emplazamiento presentaba sus ventajas: Machu Picchu no fue descubierto por los conquistadores y los frailes que les acompañaban durante los tiempos de su acción destructiva. De hecho, no fue hasta 1911, cuando el fabuloso legado de las primitivas civilizaciones comenzaba a ser tratado con mayor respeto, que un joven explorador norteamericano, Hiram Bingham, reveló Machu Picchu al mundo. El hallazgo de este maravilloso yacimiento abrió una nueva visión sobre la civilización precolombina. Como consecuencia, las ruinas fueron protegidas de los saqueadores y una parte trascendental del enigmático pasado fue preservada para las futuras generaciones. Hiram Bingham (1875 – 1956) fue un explorador y político de los Estados Unidos. También fue gobernador de Connecticut y miembro del Senado de su país. Entró en la Phillips Academy en Andover, en el estado de Massachusetts, en donde se graduó en 1894. Obtuvo la licenciatura en Administración de Empresas por la Universidad de Yale en 1898, un título de grado de la Universidad de California en Berkeley en 1900, y el de doctor por la Universidad de Harvard en 1905. Trabajó como profesor de historia en esta última universidad y luego en la Universidad de Princeton.
Hiram Bingham era profesor en Yale cuando encabezó una exploración por América del Sur. Gracias a las indicaciones de Agustín Lizárraga, redescubrió las ruinas incaicas de Machu Picchu. Su descubrimiento costó mucho tiempo y dinero. Tras dos expediciones, logró encontrar las ruinas. En 1908 se desempeñó como delegado al Primer Congreso Panamericano Científico en Santiago de Chile. Un artículo del semanario The Angeles Times manifestó que la vida de Bingham como profesor y explorador fue usada como inspiración para los fundamentos del personaje de Indiana Jones. Aunque también se pueda decir que ello se inspiró en la vida del explorador inglés Percy Fawcett. Bingham cogió cincuenta mil piezas arqueológicas de Machu Picchu, que llevó a la Universidad de Yale. Machu Picchu, del quechua sureño machu pikchu, «Montaña Vieja», es el nombre contemporáneo que se da a un antiguo poblado andino construido en el promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu, en la vertiente oriental de la cordillera Central, al sur del Perú y a 2490 metros de altura. Según documentos de mediados del siglo XVI, Machu Picchu habría sido una de las residencias de descanso de Pachacútec, noveno inca del Tahuantinsuyo entre 1438 y 1470. Sin embargo, algunas de sus mejores construcciones y el evidente carácter ceremonial de la principal vía de acceso, demostrarían que esta fue usada como santuario religioso. Ambos usos, el de palacio y el de santuario, no habrían sido incompatibles. Algunos expertos parecen haber descartado, en cambio, un supuesto carácter militar. Machu Picchu es considerada al mismo tiempo una obra maestra de la arquitectura y la ingeniería. Sus peculiares características arquitectónicas y paisajísticas, y el velo de misterio que ha tejido a su alrededor buena parte de la literatura publicada sobre el sitio, lo han convertido en uno de los destinos turísticos más populares del planeta. Machu Picchu está en laLista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1983, como parte de todo un conjunto cultural y ecológico conocido bajo la denominación Santuario histórico de Machu Picchu. El 7 de julio de 2007 Machu Picchu fue declarada como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.
La arquitectura ofrece un aire sólido y funcional, sin ornamentos. Por el contrario, algunas áreas ceremoniales presentaban un estilo arquitectónico muchísimo más depurado e incorporaban unos bloques gigantescos como los de Sacsayhuamán. Uno de los pulidos monolitos mide unos cuatro metros de longitud por uno y medio de ancho y uno y medio de grosor, y no debe de pesar menos de doscientas toneladas. Hay docenas de monolitos semejantes a éste, todos dispuestos en unos muros que forman rompecabezas de ángulos encajados unos en otros a la perfección. Parece increíble que sus primitivos constructores pudiesen transportar estos bloques hasta allí. En un bloque pueden verse hasta treinta y tres ángulos, cada uno de los cuales se hallaba sólidamente unido a uno de los ángulos del bloque contiguo. Hay inmensos polígonos y sillares perfectamente tallados que muestran unos bordes afilados como cuchillas. También hay piedras naturales, sin tallar, integradas en varios puntos de las edificaciones, así como unas extrañas estructuras semejantes al Intihuatana, «el punto de sujeción del sol». Este insólito artefacto consiste en una tosca base de roca, gris y cristalina, tallada en una compleja forma geométrica que está compuesta por curvas y ángulos, huecos y salientes, y que aparece coronada en el centro por un pequeño bloque vertical. ¿Qué antigüedad tiene realmente Machu Picchu? Según la versión oficial la ciudad no fue construida mucho antes del siglo XV de nuestra era. No obstante, de vez en cuando se han alzado algunas voces disidentes. Durante la década de 1930, por ejemplo, Rolf Müller, profesor de Astronomía en la Universidad de Potsdam, halló suficientes y convincentes pruebas para afirmar que las estructuras más importantes de Machu Picchu poseían unas alineaciones astronómicas muy significativas. A partir de las mismas, mediante la utilización de detallados y complicados cálculos sobre la posición de las estrellas en el cielo en milenios anteriores, que alteran paulatinamente las épocas debido a un fenómeno denominado precesión de los equinoccios, Müller llegó a la conclusión de que el proyecto original del yacimiento sólo pudo ser realizado durante «la era comprendida entre el 4000 a. C. y el 2000 a. C.».
Müller, aplicando las técnicas que usó Lockyer en Egipto, calculó que, si los restos arqueológicos aparecían orientados con una inclinación de 24º debido a la oblicuidad de la eclíptica, eso significaba que la construcción databa, como mínimo, de hace 4000 años. En las mediciones que efectuó en el Templo del Sol de los Incas (Coricancha), en Cuzco, Perú, sugirió que el Templo estaba construido de tal forma que los rayos del Sol daban directamente en el sancta sanctorum, o tambor solar, en el amanecer del día del solsticio de invierno, el 21 de diciembre. Müller llegó a la conclusión de que las perfectas construcciones de los sillares del tambor solar tenían una orientación que se correspondía a una época entre el 4000 y el 2000 a.C. Pero la historia ortodoxa no aceptaba esta afirmación. Si Müller estaba en lo cierto, la antigüedad de Machu Picchu se remontaba no ya quinientos sino seis mil años atrás. En tal caso, se trataba de un yacimiento más antiguo que la Gran Pirámide de Egipto, en el supuesto de que aceptemos la datación ortodoxa de la Gran Pirámide, fijada hacia el 2500 a. C. Hubo otros expertos que discrepaban respecto a la antigüedad oficial de Machu Picchu. En su mayoría estaban convencidos, como Müller, de que algunas partes del yacimiento eran miles de años más antiguas que la fecha propuesta por los historiadores ortodoxos. Al igual que los grandes bloques poligonales que forman los muros, la mayor antigüedad de Machu Picchu era una teoría que parecía encajar con las otras piezas del rompecabezas, de un pasado plagado de misterios. Y Viracocha formaba parte de este rompecabezas. Todas las leyendas afirmaban que su capital había sido Tiahuanaco, esta importante y antigua ciudad, cuyas ruinas yacían en la frontera con Bolivia, en una zona llamada el Collao, a veinte kilómetros al sur del lago Titicaca. Pero volveremos con el tema de Tiahuanaco más adelante.
Volviendo a los temas astronómicos, tenemos que el ámbito gravitatorio del Sol, en los círculos interiores que mantienen atrapada a la Tierra, se extiende a lo largo de más de 24 billones de kilómetros en el espacio. Por tanto, su fuerza de atracción sobre nuestro planeta es inmensa. También nos afecta la gravedad de otros planetas con lo que compartimos el sistema solar. Cada uno de ellos ejerce una atracción que tiende a apartar a la Tierra de su órbita regular alrededor del Sol. Los planetas tienen tamaños distintos, y giran alrededor del Sol a diferentes velocidades. La influencia gravitatoria combinada que son capaces de ejercer cambia a lo largo del tiempo, de manera compleja pero predecible, y en respuesta a ello la órbita varía constantemente de forma. Puesto que la órbita es una elipse, estos cambios inciden en su grado de elongación, lo cual se conoce técnicamente con el nombre de excentricidad. Ésta varía de un valor bajo próximo a cero, cuando la órbita presenta casi la forma de una circunferencia perfecta, a un valor elevado de aproximadamente el seis por ciento, cuando presenta una forma más elíptica. Existen otras formas de influencia planetaria. Así, aunque aún no se ha ofrecido una explicación de ello, se sabe que las frecuencias radiofónicas de ondas cortas se ven perturbadas cuando Júpiter, Saturno y Marte se alinean. Ello enlazaría con algunos conceptos astrológicos. En este sentido han aparecido pruebas de una extraña e insólita correlación entre las posiciones de Júpiter, Saturno y Marte, en sus órbitas alrededor del Sol, y de violentas perturbaciones eléctricas en la atmósfera superior terrestre. Ello parece indicar que los planetas y el Sol comparten un mecanismo de equilibrio cósmico-eléctrico que se extiende 1600 millones de kilómetros desde el centro de nuestro sistema solar. Las teorías astrofísicas actuales no ofrecen ninguna explicación respecto a este extraño equilibrio eléctrico. Esta visión astrológica nos recuerda a Beroso, el historiador, astrónomo y vidente caldeo del siglo III a. C., quien realizó un profundo estudio de los presagios que según él anunciarían la destrucción final del mundo. «Yo, Beroso, intérprete de Be-llus, declaro que todo cuanto herede la Tierra será arrojado a las llamas cuando los cinco planetas se reúnan en Cáncer, dispuestos en una hilera de forma que a través de sus esferas pueda pasar una línea recta». El 5 de mayo del año 2000 se produjo una conjunción de cinco planetas que tuvo efectos gravitatorios cuando Neptuno, Urano, Venus, Mercurio y Marte se alinearon con la Tierra al otro lado del Sol. Los astrólogos modernos que han descifrado la fecha de los mayas referente al fin del Quinto Sol, calculan que en dicha fecha se registrará una conjunción de planetas tan singular «que sólo ocurre una vez cada 45.200 años. De esta extraordinaria conjunción cabe esperar unos efectos no menos extraordinarios».
No puede negarse que dentro de nuestro sistema solar parecen existir múltiples influencias, muchas de las cuales no comprendemos por completo. Entre estas influencias, la de nuestro satélite, la Luna, es particularmente poderosa. Los terremotos, por ejemplo, ocurren con mayor frecuencia cuando es Luna llena o cuando la Tierra se encuentra entre el Sol y la Luna, cuando es Luna nueva o cuando ésta se halla entre el Sol y la Tierra, cuando la Luna atraviesa el meridiano de la localidad afectada, y cuando la Luna está más próxima a la Tierra en su órbita. De hecho, cuando la Luna alcanza este punto perigeo, su atracción gravitatoria aumenta en un seis por ciento aproximadamente. Esto ocurre cada veintisiete días y un tercio. La atracción que ejerce en estas ocasiones afecta no sólo a los grandes movimientos de nuestros océanos sino a los de los depósitos de magma caliente que permanecen atrapados dentro de la delgada corteza terrestre, la cual ha sido descrita como «una bolsa de papel llena de miel o melaza que oscila a una velocidad de más de 1.600 kilómetros por hora en una rotación ecuatorial, y a más de 105.600 kilómetros por hora en órbita». Este movimiento circular genera unas inmensas fuerzas centrífugas y éstas, tal como demostró Sir Isaac Newton en el siglo XVII, hacen que la «bolsa de papel» de la Tierra se curve hacia fuera en el ecuador. El resultado es un achatamiento de los polos. Por consiguiente, nuestro planeta se aparta ligeramente de la forma de una esfera perfecta y se parece a un «esferoide achatado». Su radio en el ecuador, 6378,25 kilómetros, es aproximadamente 21,6 kilómetros más largo que su radio polar, 6356,60 kilómetros. Durante miles de millones de años, los achatados polos y el protuberante ecuador han participado en una secreta interacción matemática con la influencia recóndita de la gravedad. «Debido a que la Tierra tiene una forma achatada —explica una autoridad en la materia—, la gravedad de la Luna tiende a inclinar el eje de la Tierra de forma que ésta se sitúa en posición perpendicular a la órbita de la Luna, y lo mismo puede decirse, aunque en menor grado, respecto al Sol». Al mismo tiempo la protuberancia ecuatorial, la masa adicional que se halla distribuida alrededor del ecuador, actúa como el borde de un giroscopio que mantiene la Tierra estable sobre su eje.
Año tras año, a una escala planetaria, este efecto giroscòpico evita que la fuerza de atracción del Sol y la Luna alteren radicalmente el eje de rotación de la Tierra. La atracción que ejercen estos dos cuerpos, sin embargo, es lo suficientemente poderosa para forzar al eje a bambolearse lentamente en el sentido de las manecillas del reloj en dirección opuesta a la rotación de la Tierra, un fenómeno que recibe el nombre de precesión. A finales de 1998, las principales librerías norteamericanas recibían el último trabajo del escritor e investigador de enigmas históricos Graham Hancock. Conocido por sus ensayos previos sobre el Arca de la Alianza y la existencia de una avanzada civilización que vivió en la Antártida antes de la última era glacial, su nueva obra, El espejo del paraíso, era el resultado de varios viajes realizados por él y su esposa Santha en busca de pruebas que demostrasen que, en la noche de los tiempos, ya existieron pueblos con avanzados conocimientos astronómicos. Culturas que no se limitaron a marcar «lugares equinocciales» sino que incluso conocían fenómenos tan sutiles como la precesión, que, a grandes rasgos, demuestra que las estrellas no están siempre fijas en el firmamento, sino que se desplazan siguiendo un ritmo muy particular y difícil de calcular. La existencia de ese movimiento se deduce, no obstante, de la minuciosa observación de los movimientos de las estrellas en la bóveda celeste a través de los siglos. Se trata de un desplazamiento casi imperceptible, de apenas un grado en el firmamento cada setenta y dos años, que surge como consecuencia del viaje de la Tierra a través del espacio .La Tierra, además de sus conocidos movimientos de rotación sobre sí misma y de traslación alrededor del Sol, posee otro más, que hace que el eje del planeta oscile como una peonza, trazando un círculo imaginario en los cielos que completa aproximadamente cada 26.000 años. Y alguien, en el pasado, supuestamente sin medios tecnológicos, se dio cuenta de ello .La idea, sin embargo, tampoco era de Hancock. Antes que él, científicos como la doctora Hertha von Dechend, de la Universidad de Frankfurt, y Giorgio de Santillana, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, defendieron en un ensayo, publicado en 1969, que en los mitos de pueblos de todo el mundo existen suficientes indicios para sostener la existencia de un conocimiento astronómico al que sólo accedían ciertos iniciados. Un conocimiento al que estos profesores le atribuyen al menos ocho mil años de antigüedad y que comprendía la anotación y comprensión del fenómeno de la precesión.
En astronomía, la precesión de los equinoccios es el cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25 776 años, período conocido como año platónico, de manera similar al bamboleo de un trompo o peonza. El valor actual del desplazamiento angular es de alrededor de 1° cada 71.6 años. Este cambio de dirección es debido a la inclinación del eje de rotación terrestre sobre el plano de la eclíptica y la torsión ejercida por las fuerzas de marea de la Luna y el Sol sobre la protuberancia ecuatorial de la Tierra. Estas fuerzas tienden a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica. Históricamente se le atribuye el descubrimiento de la precesión de los equinoccios a Hiparco de Nicea como el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra con una aproximación extraordinaria para la época. Las fechas exactas no son conocidas, pero las observaciones astronómicas atribuidas a Hiparco por Claudio Ptolomeo datan del 147 al 127 a. C. Algunos historiadores sostienen que este fenómeno ya era conocido, al menos en parte, por el astrónomo babilonio Cidenas, que había advertido este desplazamiento ya en el año 340 a. C. La rotación de la Tierra causa un ensanchamiento ecuatorial, y un achatamiento polar de unos 21 km aproximadamente. Además el eje de rotación de la Tierra está inclinado 23º 26’ con respecto a la perpendicular a la eclíptica, el plano que contiene la órbita solar de la Tierra. Por tanto, una mitad del ensanchamiento ecuatorial se sitúa sobre el plano de la eclíptica y la otra mitad debajo. Durante los equinoccios, los ensanchamientos de cada lado de la eclíptica están a la misma distancia del Sol y este no produce momento de fuerza. En cambio, todo el resto del tiempo, y sobre todo en los solsticios, el ensanchamiento de uno de los lados de la eclíptica no se encuentra a la misma distancia que el ensanchamiento del otro lado, y se produce un momento de fuerza creado por el Sol, que tiende a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica y provoca el movimiento de precesión de la Tierra. Si no existiese el achatamiento y la Tierra fuese esférica, la atracción del Sol no produciría un momento de fuerza sobre la Tierra y no habría modificación de la dirección del eje terrestre. Durante unos pocos meses o años el eje terrestre se dirige hacia prácticamente el mismo punto sobre la esfera celeste, debido a la conservación del momento angular de la Tierra.
Fuentes:
Arthur Posnansky –Tiahuanaco, la cuna del hombre americano
Graham Hancock – Las Huellas de los Dioses
Simone Waisbard – Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas
Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend – Hamlet’s Mill
Graham Hancock – El espejo del paraíso
Pauwels y J. Bergier – El retorno de los brujos
Diego de Landa – Relación de las cosas de Yucatán
Jane B. Sellers – The Death of Gods in Ancient Egypt
Allan y Sally Landsburg – En busca de antiguos misterios
https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/11/02/los-grandes-mitos-universales-demuestran-un-antiguo-conocimiento-comun/
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