En la aguada de tinta china, con leves retoques a lápiz negro y pluma, aparece la más poderosa noble de
España del siglo XVIII: doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, décimotercera duquesa de Alba.
Hay algo turbador en el retrato solo bosquejado, un aroma a después del amor, a licencia, a sábanas y placeres recientes, a pelo revuelto por la cadencia del sexo.
El dibujo es uno de los muchos que Francisco de Goya hizo de la duquesa. La leyenda dice que fueron amantes y, como sucede con todo lo legendario, es agradable pensar que se la leyenda se hizo carne.
En el libro Goya: pintor de retratos (Madrid, 1916) Aurelio de Beruete y Moret describe a María Teresa de Silva con una encendida prosa en la que es posible presentir, aunque el autor no es capaz de afirmarlo, que desearía dar validez histórica al affaire del maestro con la “dama más maja de su tiempo”:
Fue una mujer poco vulgar. Era lo que pudiera llamarse una modernista de su tiempo.
Rompiendo con las tradiciones rigoristas de la aristocracia española, hizo una vida independiente y despreocupada, que la granjeó desde luego la simpatía del pueblo, el asombro de la clase media y la enemiga de los linajudos, sus iguales.
Arrogante, esbelta, gentil y graciosa, de tez blanca y pelo negro, expresiva e inteligente, triunfó en Madrid la duquesa de Alba, compitiendo con la de Benavente y aun con la misma Reina María Luisa, a las que igualaba en lujo y esplendidez y superaba en belleza.
Aficionada y protectora de las artes y modelo ella misma admirable para un artista refinado como Goya, la de Alba y el pintor tenían fatalmente que encontrarse y entenderse. Sus relaciones artísticas fueron origen de amistad, de protección y de simpatía. La intimidad de ambos personajes ha pasado a la Historia.
“Solo Goya” aparece escrito sobre la tierra. Es la firma de un artista que gustaba de la ironía y el capricho, pero acaso algo más que una rúbrica.
Pertenece a uno de los varios retratos que Goya hizo a su amante —consideremos a partir de ahora que el asunto se consumó—, el más espectacular y conocido, el datado en 1797 en que la mujer viste como una maja negra —acababa de enviudar en 1796 de su marido y primo José Álvarez de Toledo, con quien la habían obligado a casarse cuando ella tenía 12 años para fortalecer el ducado de Alba con el de Medina Sidonia al que pertenecía el cónyuge—.
No se trata de una representación en modo alguno doliente. La mujer luce con orgullo el atuendo de maja, vedado a las damas respetables pero del gusto de la duquesa, amiga de toreros y artistas y propensa a incógnitas excursiones nocturnas que escandalizaban y eran comidilla en la corte.
No menores eran las críticas a la duquesa por ser amiga de niños y de pobres y porque no se mordía la lengua para mostrar su modo de pensar: en una ocasión plagió el diseño de un modelo parisino pensado para la reina, la afectada y pomposa María Luisa de Parma, y lo mandó confeccionar para vestir a sus criadas y ridiculizar a la vanidosa monarca.
En el retrato, que pertenece a la Hispanic Society of America de New York, la mano derecha de la modelo —iluminada por dos anillos con sendas inscripciones diáfanas: “Goya” y “Alba”— señala al suelo arenoso, como indicio de que él pintor está a sus pies y para ella ha firmado pues la escritura está invertida y sólo ella puede leerla. El espectador es un simple mirón que debe traducir los signos.
Narra nuevamente Beruete:
Desde que [Goya] conoció á la de Alba, cautivado por la esbeltez de su tipo, por las líneas de su cuerpo, por la gracia de su figura, las recordó después mil veces al hacer los dibujos, las aguas fuertes y aquellas figuritas tan picarescas como artísticas, hechas de memoria.
Unas de las pruebas fehacientes del romance entre la grácil y desacomplejada condesa y Goya —un hombre casado desde 1773 con Josefa Bayeu, Pepa— es la carta que escribió el pintor el 2 de agosto de 1794 a su confidente Martín Zapater.
En el tono socarrón que preña toda la deliciosa correspondencia —es posible consultarla en línea en la web del Museo del Prado dedicada a Goya—, el pintor escribe:
Maste balia benirme á ayudar á pintar á la de Alba, que ayer seme metió en el estudio á que la pintase la cara, y se salió con ello; por cierto que me gusta más que pintar en lienzo y que también la he de retratar de cuerpo entero y bendrá apenas acabe yo un borrón del Duque de la Alcudia á caballo.
En la segunda página del papel verjurado de la misiva, Goya caricaturiza su estado de ánimo con la misma tinta parda.
Hay más indicios y son los más calientes: la docena de dibujos que Goya hizo en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) entre 1796 y 1977 —algunos historiadores sitúan la fecha inicial algo antes, en 1794—, donde fue invitado por la duquesa a pasar temporadas en el Palacio de Medina Sidonia, alejado del chismorreo de la corte y las miradas indiscretas.
El Album A o de Sanlúcar —como se le llama entre los especialistas— es un cortejo de intimidades y fascinación. Aunque no siempre es manifiesta la presencia de Cayetana como modelo, todas las mujeres y muchachas larguiruchas a las que Goya dibuja tras el baño, peinándose, acunando a un bebé negro, ante el espejo o colocándose una media presagian a la duquesa y le rinden tributo.
La mujer a la que amó en secreto Goya murió antes de tiempo, en 1802, a los 40 años y tras unas misteriosas fiebres que los mentideros atribuyeron a un envenenamiento homicida ordenado por la reina.
Cuatro décadas más tarde, cuando el cadáver fue trasladado de ubicación, se descubrió que tenía las dos piernas cortadas y le faltaba un pie. Se explicó que la altura de la mujer, más espigada que la media, había obligado a trocear el cuerpo.
En 1945 el cadáver fue exhumado por segunda vez y sometido a una autopsia. El examen determinó que la muerte fue causada por una meningitis tuberculosa y descartó el envenenamiento.
El retrato con “solo Goya” escrito al revés a los pies de la noble de infancia triste, huérfana desde los ocho años, poderosa como nadie, amada por el pueblo, odiada por la corte y expropiada por Manuel Godoy, el hidalgo bonapartista tantas veces vilipendiado, regresará este otoño a Europa para una exposición en Londres.
Goya siguió pintando a mujeres que eran siempre Cayetana, modelo ideal, musa única y amor imposible. Hay quien sostiene que la Maja desnuda es otra de las proyecciones del pintor. Aunque la historia dice que tenía delante como modelo a Madamme Godoy, el maestro pintó a Cayetana, la maja que nunca se le fue de la cabeza.
26 febrero, 2019