Hoy en día parece que todas las preocupaciones sobre el medio ambiente, y el planeta en general, están centradas en esa bazofia pseudocientífica llamada “cambio climático provocado por las emisiones industriales de CO2”, una entelequia que consiste básicamente en imponer un mayor control sobre la población, aumentar los impuestos e impulsar el Nuevo Orden Mundial.
Sobre esta situación, es obvio que el bombardeo propagandístico es tan brutal que ha conseguido que la mentira más aviesa se convierta en verdad indiscutible, ocultando de paso otras situaciones que sí son realmente preocupantes.
Y el peligro más urgente de prevenir en este momento son las consecuencias para la salud de las novísimas tecnologías basadas en la radiación electromagnética, concretamente en las de baja frecuencia.
Desde finales del siglo pasado disfrutamos de esa tecnología, sobre todo en el terreno de la comunicación, y a día de hoy nos parece insustituible, hasta el punto de que podríamos definir humorísticamente al ser humano como “esa cosa orgánica adherida a un teléfono móvil o una tablet”.
Sin embargo, los científicos ya vienen alertando desde hace tiempo de que tal acumulación de contaminación electromagnética sobre el planeta comporta serios riesgos para todo tipo de vida, incluyendo plantas, animales y por supuesto el ser humano.
Entretanto, la gran mayoría de la gente –en su bendita ingenuidad– sigue creyendo que los estados u otras organizaciones internacionales velan por la protección de la salud pública ante los excesos de los operadores comerciales, y que por tanto esas tecnologías son seguras.
A este respecto, es cierto que en muchos países se han implantado legislaciones supuestamente protectoras, pero los expertos han señalado que son papel mojado por su excesiva permisividad e insuficiencia.
Por ejemplo, en la declaración de Friburgo, firmada por nada menos que 3.000 médicos, ya se pedía el cese de la expansión de la tecnología inalámbrica a la luz de sus efectos perniciosos.
Con todo, las tecnologías de radiofrecuencia se han ido imponiendo y generalizando, y prácticamente todo el mundo hace uso de ellas, creando de paso una ansiedad por conseguir más funciones y prestaciones.
Ante tal demanda, las autoridades no hacen más que promover la instalación de esta tecnología en todos los lugares públicos, abiertos o cerrados, como escuelas, hospitales, bibliotecas, parques, oficinas, centros comerciales, etc. sin tener en cuenta su impacto sobre sectores de público especialmente vulnerable, como niños, personas enfermas o sensibles al electromagnetismo, ancianos, etc.
Esta veloz carrera tecnológica ha hecho que se fueran sucediendo grandes actualizaciones y mejoras llamadas 2G, 3G y 4G, que han sido vendidas como adelantos imprescindibles para la vida moderna.
En este marco, la antigua tecnología “por cable” parece ser de la Prehistoria, y donde esté un buen wi-fi, que se quiten los incómodos cables.
Lo que no se suele decir, empero, es que los cables ofrecen mayor calidad de servicio y además son mucho más seguros en términos de contaminación electromagnética.
En todo caso, la culminación de ese imparable proceso tecnológico se ha materializado en forma de la quinta generación (5G), que convertirá nuestra sociedad en un ente inteligente e interconectado. Este es el futuro que vende, por ejemplo, la Comisión Trilateral: ciudades inteligentes, con posibilidades y servicios casi ilimitados.
Esta nueva fase supone realmente un notable salto cualitativo y cuantitativo, por cuanto pretende instaurar una potentísima red inalámbrica de radiofrecuencia a partir de una masiva cobertura espacial alrededor del planeta (con gran número de satélites; se habla de unos 20.000) y un amplio despliegue de plataformas de antenas por todo el territorio (rural y urbano).
Todo ello ya se está vendiendo a marchas forzadas a la población por parte de los poderes políticos y económicos –que van siempre de la mano– y se advierte de que no hay vuelta atrás, pues ese parece ser el destino de la evolución humana, sugiriendo que la sociedad del futuro podría ser una idílica sociedad tecnológica y transhumanista de semidioses.
No obstante, los estudios sobre contaminación electromagnética a cargo de expertos no son nuevos y han dado repetido testimonio de graves problemas observados en el último cuarto del siglo pasado y principios de éste.
No es para tomarlo a la ligera, pues los efectos apreciados incluyen temas tan serios como alteración del ritmo cardíaco, daños en el ADN, cáncer[1], trastornos neurológicos, alteración del metabolismo, enfermedades cardiovasculares, déficit cognitivo, abortos involuntarios, alteración de la fertilidad, estrés oxidativo, autismo, etc.
Además, los daños observados sobre los animales y plantas también han sido muy importantes y se atribuye la desaparición de gran cantidad de insectos voladores (hasta un 80% desde 1989) a estas radiaciones, a pesar de que oficialmente este dato se oculte o se achaque al inevitable cambio climático (sin descartar la acción de sustancias químicas).
Para que luego los ecologistas nos hablen de las abejas …
Frente al negacionismo oficial acerca de los riesgos de esta tecnología, los especialistas afirman lo siguiente:
“A pesar de la existencia de una negación generalizada, la evidencia de que la radiación de radiofrecuencia (RF) es perjudicial para la vida es abrumadora.
La evidencia clínica acumulada de personas enfermas, la evidencia experimental de daños al ADN, a las células y a los sistemas y órganos en una amplia variedad de plantas y animales, y la evidencia epidemiológica de que las principales enfermedades de la civilización moderna –cáncer, enfermedades cardíacas y diabetes– son en gran parte causadas por la contaminación electromagnética, dispone de una base científica de más de 10.000 estudios contrastados.”
Esta afirmación forma parte de un manifiesto impulsado por un gran número de científicos internacionales bajo el título de “Llamamiento internacional para detener la implantación de la red 5G en la Tierra y en el espacio”.
En la introducción de dicho documento ya se deja bien claro que la imposición de dicha tecnología podría considerarse sin ambages un crimen contra la Humanidad:
“Nosotros, los científicos, médicos, representantes de organizaciones medio ambientales, y otros, abajo firmantes de ( ) países, pedimos con urgencia que se paralice el despliegue de la red inalámbrica 5G (quinta generación), incluida la red 5G de los satélites espaciales.
La implantación del 5G incrementará masivamente la exposición a la radiación de radiofrecuencia (RF) de las telecomunicaciones acumulándose a la ya existente con las actuales redes 2G, 3G y 4G.
La radiación de radiofrecuencias ha demostrado ser perjudicial para los seres humanos y el medio ambiente. El despliegue del 5G constituye un experimento sobre la humanidad y el medio ambiente que bajo el prisma del derecho internacional puede definirse como un crimen contra la humanidad.”
Y añaden:
“Si los planes de la industria de la telecomunicación para la red 5G se materializan, ninguna persona, ningún animal, ave, insecto ni planta en la Tierra podrá evitar la exposición, 24 horas al día, 365 días al año, a los nuevos niveles de radiación de radiofrecuencias, que serán decenas o cientos de veces mayores que los que existen hoy en día, sin posibilidad de escapar en ninguna parte del planeta. Los planes de la red 5G amenazan con provocar efectos graves e irreversibles en los seres humanos y daños permanentes a todos los ecosistemas de la Tierra.”
Si ya toda la tecnología implantada hasta la fecha rebasaba los límites de tolerancia por parte de los seres vivos, la 5G, basada en el uso de ondas milimétricas, sobrepasa con mucho todo lo anterior, con el beneplácito de las autoridades reguladoras, como se desprende de este dato citado en el documento de los científicos:
“Las reglas de la FCC [organismo regulador de comunicaciones en los EE UU] permiten que la potencia radiada efectiva de los haces de una estación base 5G sea de hasta 30.000 vatios por 100 MHz de espectro, o 300.000 vatios por GHz de espectro, decenas o cientos de veces más potentes que los niveles permitidos para las actuales estaciones base.”
Esto, explicado en términos prácticos, supone que cada nuevo teléfono móvil 5G tendrá docenas de minúsculas antenas que rastrearán la torre más cercana, con una potencia diez veces superior a la potencia permitida en los actuales móviles.
Sin embargo, todavía resulta más inquietante la acción altamente nociva de los satélites sobre la atmósfera de todo el planeta con un fuerte impacto sobre los ecosistemas y seres vivos, según se menciona en el documento:
“Cada satélite emitirá ondas milimétricas con una potencia radiada efectiva de hasta cinco millones de vatios desde miles de antenas dispuestas en una matriz en fase.
Aunque la energía que llegue al suelo desde los satélites será menor que la de las antenas terrestres, irradiará las áreas de la Tierra a las que no llegan otros transmisores y será adicional a las transmisiones 5G terrestres de miles de millones de objetos. Aún más importante, los satélites estarán ubicados en la magnetosfera terrestre, lo que ejercerá una influencia significativa sobre las propiedades eléctricas de la atmósfera.
La alteración del entorno electromagnético terrestre puede ser una amenaza aún mayor para la vida que la radiación de las antenas terrestres.”
¿Vamos camino de convertir la Tierra en un gigantesco microondas? Esto puede parecer muy exagerado, pero según la opinión de los científicos, ya no hay margen de adaptación o tolerancia posible frente a ese bombardeo electromagnético.
Y mientras a nivel mundial se implementan todo tipo de medidas, imposiciones, prohibiciones e impuestos con el leit-motiv de las emisiones de dióxido de carbono, las autoridades nacionales e internacionales han abierto las puertas de par en par a la tecnología electromagnética, con una previsión de cobertura completa sobre todo el territorio, a fin de que nada ni nadie quede fuera del influjo de la 5G.
Y para ver por dónde van los tiros, basta referirse a las primeras pruebas de 5G que se han realizado recientemente.
Sólo por poner un ejemplo que ya cité en una entrada anterior, en unos ensayos de 5G llevados a cabo en la selva ecuatoriana, el investigador independiente Alex Putney registró unos niveles de radiación de hasta 2,3 microteslas, cuando la tasa máxima de exposición segura para la salud no debería exceder nunca los 0,4 microteslas.
Asimismo, otro ensayo realizado en un entorno urbano (en La Haya, Holanda) acabó en fracaso tras comprobar que cientos de pájaros caían muertos en los parques… sin causa aparente.
No quisiera extenderme más en esta cuestión y para los que quieran conocer todos los detalles les remito al documento completo en PDF que he citado, que adjunto para descarga al final del texto.
Sólo una reflexión final: desde tiempos remotos el hombre ha empleado la tecnología para relacionarse con su entorno y desarrollar su civilización, pero tal tecnología siempre estuvo ligada a la naturaleza hasta la llegada de la Revolución Industrial hace dos siglos.
Desde entonces hemos entrado en una espiral creciente de una tecnología cada vez más alejada de la armonía de la naturaleza, y tal vez no seamos conscientes de que ese mundo artificial que hemos construido no sólo se nos va de las manos sino que se muestra como una grave amenaza para nuestro porvenir.
Dicho esto, me gustaría sinceramente que estos científicos estuvieran equivocados o que hayan sobreestimado el peligro.
Xavier Bartlett
(Fuente: https://somniumdei.wordpress.com/)