El verbo 'estafar' tiene un significado común y otro jurídico, según el Diccionario de la Academia. El primero lo define como "pedir o sacar dinero o cosas de valor con artificios y engaños, y con ánimo de no pagar". Pero el que nos interesa aquí es el segundo: "Cometer alguno de los delitos que se caracterizan por el lucro como fin y el engaño o abuso de confianza como medio".
La gran mentira de las preferentes necesita, como casi todos los engaños, la colaboración del engañado. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué tanta gente colaboró en su propia ruina? Es bien sencillo. Cuando no tenemos conocimientos suficientes sobre algún asunto -algo relativamente frecuente en las sociedades complejas- confiamos en el criterio de personas de nuestra confianza. Por tanto, se trataba de buscar a gente con escasos conocimientos financieros -a poder ser, nulos- y ponerla en contacto con alguien en quien confiara.
Las cajas de ahorros -que vendieron la mayor parte de las preferentes- constituían la madriguera idónea donde llevar a cabo la operación. Allí el avezado depredador se abalanzaría sobre su presa, en el 80% de los casos jubilados, gente que llegaba a la oficina para pedir un consejo, porque no era consciente de que las reglas del juego habían cambiado. El director de toda la vida ya no era un asesor, sino el vendedor de un producto. Algunos ni siquiera son responsables porque ellos mismos no sabían lo que vendían, así de complejo era el artefacto. El presidente de la caja correspondiente se embolsaría poco después los millones correspondientes. Muchos disfrutan hoy de una vida fabulosa como premio a aquella faena superior que les fue encomendada.
Para consumarla, resultaba fundamental crear el hábitat adecuado. Y este se construía con los discursos oficiales y con el silencio de los supervisores. "Si mi ‘amigo’ me lo recomienda y las autoridades no lo desaconsejan... estará bien". Así se captaron 30.000 millones de euros. Y todavía quieren hacernos creer que fue un error, que alguna gente se despistó y vendió preferentes a gente ignorante para la que no estaba pensado ese producto. No, no es posible. No se recaudan 30.000 millones de euros gracias a algunos despistados.
Las cajas constituían la madriguera idónea. Allí el avezado depredador se abalanzaría sobre su presa, en el 80% de los casos jubilados, gente que no era consciente de que las reglas del juego habían cambiado. El director de toda la vida ya no era un asesor, sino el vendedor de un producto
No fue un descuido. Fue una operación cuidadosamente planificada para que los dos grandes partidos -fundamentalmente, aunque casi ninguno se salva- no corrieran con el desgaste político de admitir que las cajas gestionadas por ellos estaban arruinadas. Para ocultar el saqueo y seguir tirando. Seguir tirando ellos, mientras los estafados vagan por las calles, de manifestación en manifestación, de juzgado en juzgado, para recuperar sus ahorros.
La operación parecía redonda. Como ambos, el PP y el PSOE, controlan los consejos de administración de casi todas las cajas, sólo había que poner los artefactos financieros a la venta. Mientras tanto, se trataba de que el Banco de España no revelara el calamitoso estado de los balances y que la CNMV mirara para otro lado. Ni se consiguen 30.000 millones por despiste, ni es casual que España sea el único país donde se han vendido preferentes a pequeños ahorradores. Las autoridades lo consintieron porque eran ellas mismas quienes las vendían. El lucro como fin y el engaño como medio.
Las preferentes representan la absoluta falta de escrúpulos del establishment y la crueldad que este es capaz de desplegar para salvarse. Andémonos con cuidado, porque cuanto más se complique su supervivencia, más aumentará su desesperación. Ayer se aprobó en el Congreso el decreto que consuma la estafa a cientos de miles de personas y la impunidad para quienes la perpetraron. La semana próxima UPyD presentará en la Audiencia Nacional una querella criminal contra todos ellos, en busca de resarcimiento para los estafados y la depuración de la responsabilidad de cada cual. Quizá no dejen de encubrirse mutuamente hasta que un juez los haga parar. Quién sabe. La estafa de las preferentes demuestra que son capaces de todo.
Irene Lozano
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